Tercera Parte
I
Al amanecer, Argantonio se levantó cansado, las jóvenes esclavas ya tenían preparado su baño y la ropa perfumada, Gomeísa, como pequeña sombra acompañó a su señor hasta el agua cálida y le ayudó a bañarse, todos los días hace lo mismo y se siente orgullosa de ser la elegida para tal menester ayudada por las otras. Luego le viste la túnica blanca con cenefa dorada, le ciñe el cinturón real de oro y va con él hasta el desayuno que el criado ya tiene a su disposición.
-Hoy mandaré por las tablillas y el cofre de cedro, quiero tener ambos a mano por si acaso. No voy a consultar sobre mis sueños, Hiramish está en ellos, no es necesario ir al oráculo de Menestheos. Él sabía más que cualquier vaticinador... ¿A qué complicar lo que es sencillo?
Ordenó llamar al mayordomo de palacio, era el nieto del primer mayordomo que él tuvo en su reinado, guardaba las llaves de la biblioteca y estaba a cargo del escriba que tomaba nota de todo lo que había que registrar, pero además conocía cada rincón de aquella dependencia. Era un hombre maduro, un poco gris, pero eficaz y diligente como su padre y su abuelo, en seguida entendió lo que buscaba.
-Al momento haré que las traigan. Las tablillas del maestro están guardadas en un pequeño cofre de bronce al lado del que queréis de cedro y herrajes de plata, que también dejó Hiramish, señor. -He hizo una reverencia para retirarse.
El rey tuvo los cofres en sus estancias antes de que el sol alcanzara el medio día.
-Aquí están. -Se dijo Argantonio mirándolos con inquietud y sopesando las llaves de los dos en su mano. Únicamente abriré el de las tablillas, el de cedro se queda como último recurso. -Lo hizo colocar cerca de su lecho y abrió el de bronce. Tendría que volver a pasar por el mismo trance.
![]() |
Tablilla de arcilla con inscripción cuneiforme, 2100 - 2000 a. C., III dinastía de Ur, foto: Ángel Martínez Levas, Museo Arqueológico Nacional, Madrid. |
"El tiempo es muy largo... y la vida de los otros va pasando, mientras el rey permanece.
Sólo el bastardo...
Al reino le restarán años de opulencia, después el silencio.
Sólo la poderosa vecina vivirá y sin armas vencerá.
Ella, con el paso del tiempo, guardará su nombre y su historia.
De aquí, sólo el del rey y del reino; y estos en boca de extranjeros, que no de la propia tierra.
El camino hay que cerrarlo con doble llave."
<Eso me dijeron las estrellas, cuando tuve un sueño aciago, para vos, mi señor. Soñé que caminabais a caballo de vuelta de las marismas, durante horas y horas, perdido sin encontrar vuestra ciudad, el palacio o a vuestros súbditos. He aquí, que por no sé qué sortilegio, llegasteis al templo de Melkart, aquel que dejasteis de visitar hace tantos años, y os recibieron los sacerdotes. Estáis asustado, señor, vos el rey de Tarschich, en manos de los gadiros. Cuando entráis al templo y estáis solo, sin luz y sin encontrar la salida, sentís que os ahogáis...>
Argantonio releyó despacio el texto del maestro.
-Ya
solamente queda el final, pero cuando el criado que servía a
Hiramish, me lo mostró, únicamente deseé guardarlo en el fondo del
cofre y olvidarlo para siempre. Aparte de lo que ha sucedido, no
entiendo nada más, no hay luz que ilumine mi presente. ¡Ah!
Hiramish, si estuvieras aquí para ayudarme a caminar con ojos ciegos
por la vía que desconozco, la que todos los hombres llevan con más
o menos saber, todo sería más fácil.
El rey se quedó largo rato contemplando las tablillas.
-Volver a las marismas. -Fue el único deseo que sintió en su corazón. -Hace demasiado que no respiro el olor penetrante de sus aguas y la presencia caliente de los toros en manadas.
Algo en su interior le dice que allí, en aquella tierra inundada de agua, donde mar y río se mezclan y pierden su identidad, es el punto exacto donde quedan los restos de unión de todo lo que se rompió y desapareció. En el fondo de su ser él lo sabe; por eso, volver es tomar contacto profundo con su pasado y, tal vez, su futuro. En aquel rincón, él se siente Argantonio, rey ungido de Tarschich, descendiente directo de Gerión y del gran imperio de la Atlántida. Pero, como en tantas ocasiones, tiene que salir sin compañía, burlar la envolvente dedicación de criados y esclavos y la custodia vigilante de la guardia.
-Tengo que ir solo, de otra manera no servirá de nada.
A pesar de su edad, Argantonio galopa con facilidad y destreza y llega a las marismas poco después del cenit. El lugar está bellísimo, el sol transmite toda su luz a las aguas que brillan cegadoramente, y la neblina de algunas zonas las hace temblar. Allí moran los cientos de toros rojizos símbolo de su monarquía. Potentes, macizos y sudorosos, como pulidos en cobre, mugiendo embravecidos por la presencia del rey a caballo. Una lluvia de agua finísima se levanta desde el suelo hasta más de dos metros, entre la luz y el vaho de los animales. Colores, luz, la neblina entre la que corren y el sonido del chapoteo del agua, a los que se unen los mugidos alterados, forman un todo que Argantonio lleva cosido profundamente a su piel.
Al rato, llega a la desembocadura del Tarschich, frente al océano, queda sumido en su antigua visión y sin desmontar de su caballo contempla la historia de su linaje y la suya propia.
Han pasado algunas horas, la marea ha comenzado a subir. El viejo Argantonio está cansado, la contemplación ya ha concluido, y ahora remueve sus recuerdos.
-Él también quedó entusiasmado con la salvaje y solitaria grandeza de estos parajes, habitados por los recios animales que luego se ofrecen en los templos de Tarschich y de Gadir. En aquella ocasión me lo resaltó. Hacía mucho tiempo que yo no venía, me sentía abrumado por la corona y por el conflicto que parecía estar fraguándose con los fenicios de Gadir, necesitaba el dulce bálsamo del mar, la presencia bienhechora de mi pasado, y cabalgamos juntos desde antes del amanecer para llegar aquí al mediodía. Yo estaba sentado en el suelo, mirando al fondo del mar, no sé cuánto tiempo, tal vez todo el día, y él habló:
-Será alguno de esos toros, que hemos dejado atrás, el que ofreceréis dentro de catorce noches en el templo de Melkart. ¿No es así?
Asentí con la cabeza, no me gustaba hablar en este rincón, era como romper aquel misterio, con el sol entrando en las aguas y ensangrentando sus reflejos de púrpura. Todo estaba en su sitio, sólo la voz del hombre era algo ajeno. Yo quería seguir fundido con el mar y el instante. Hiramish callaba y esperaba a que el sol se hundiera. Entonces subíamos al caballo y galopábamos sin parar hasta llegar a lugar habitado antes de que nos envolvieran las tinieblas. Ya las sombras de la noche se cernían sobre la tierra, haciendo los contornos confusos y un poco siniestros, fue cuando me comunicó:
-Tened cuidado con Gadir. Algo se prepara en su interior para acabar con vuestro dominio comercial en los metales, quieren desplazaros del abastecimiento de estaño.
-¿Cómo lo harán? Desconocen la ruta marítima de las Islas Casitérides, y por tierra el camino del oeste atraviesa buena parte de mi reino; todas las minas: cobre, hierro, oro y plata están en mis dominios. ¿Cómo se atreverán?
-No lo sé todavía, pero he visto extraños augurios en las estrellas. En las próximas noches me retiraré para lograr una mayor precisión.
Así fue como el precio por los cargamentos de metales significaron por aquellos días menores contrapartidas comerciales para la monarquía. El jefe del tesoro, extrañado, fue a hacérselo notar al rey.
-¡¿Con que era cierto?! Tratan de engañarnos, reducir sus pagos y que nosotros callemos. ¡Que venga el jefe de la guardia! -Estaba enfurecido.
Argantonio mandó vigilar la costa desde la desembocadura del Tarschich hasta el Oeste de Onuba, sus barcos controlarían una posible incursión de los marinos de Gadir hacia el Norte. Sin embargo, no había rastro de ello y el mar aparentemente estaba tranquilo.
Mientras tanto el plenilunio era inminente, y el rey Argantonio era esperado por los sacerdotes de Melkart en aquella celebración, ofrendaría un toro que sería sacrificado ante el dios. Pero Hiramish salió de su recogimiento y anunció al rey:
![]() |
Dios Mitra sacrificando un toro, mármol, Imperio Romano, s. II d. C., British Museum, Londres.
De anónimo - Originally from en.wikipedia; description page is/was here.. Original uploader was Mike Young at en.wikipedia, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2649434 |
-No vayáis a Gadir, señor, la noche del plenilunio habrá una lluvia de estrellas; aparte de un mal presagio, servirá a los sacerdotes para hacer correr algún rumor que desacredite a vuestra monarquía, e inclinar así la balanza del lado de su comercio.
-¿Una lluvia de estrellas? No lo he visto nunca. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
-El sabio caldeo me enseñó una técnica de observación de señales para concretarlo con muy escaso error, sucederá poco antes de tu entrada en el templo y del ofrecimiento de la sangre del toro.
-Si te equivocas, y yo no estoy presente en esa ceremonia, será un grave desaire.
-No me equivoco. Manda un mensajero advirtiendo a los sacerdotes, que conoces la existencia del fenómeno, y que retrasas tu presencia a un plenilunio resplandeciente, tu ofrenda será la siguiente luna. Tendrán que aceptarlo. Además hay que hacerlo público, que todo el mundo sepa que habrá una lluvia de estrellas mañana y que no es ningún hechizo o maleficio.
-Sea como dices.
-Yo partiré hoy mismo para la fortaleza, allí te seré de mucha más utilidad que aquí a tu lado.
-¿Qué vas a hacer?
-No puedo decírtelo. Y recuerda que cuando regrese no podré contártelo.
El joven rey le miró con curiosidad y pensó en su interior:
-¿Por qué siempre tiene que recurrir al secreto? Hiramish guarda demasiados misterios para sí. Supongo que forma parte del destino de un sabio.
-Sí, es inevitable. -Dijo el maestro adivinando los pensamientos de su antiguo alumno.
Argantonio rio y añadió:
-Márchate a Gadir, no pensaré nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario