II
De adolescente, en cuanto tenía una oportunidad, se escapaba a caballo por las marismas del río Tarschich. Al heredero, libre y sin vigilancia, aquellos parajes de pura claridad reflejada y plana le son tan conocidos y familiares como su propio palacio. En noches de luna se marcha antes de que caiga la tarde, y permanece hasta el amanecer recorriendo sin parar tierras anegadas, lagunas, brazos del río, islas de praderas salvajes, arenas llenas de pinos, y el mar que penetra hacia dentro y vuelve a salir después, en su eterno fluir de mareas. Respira libertad, siente el frescor y los olores que trae el viento, y puede ver y escuchar de cerca a la manada real de toros que pueblan grandes extensiones de terreno. Le gusta asustarlos con sus carreras en el caballo sobre el agua, levantando una lluvia fina a su paso entrecortado.
-¡Uhú! ¡Uhú! ¡Uhú! -Les grita rodeándolos y esquivándolos, haciendo cabriolas sobre el hermoso Negro.
Al amanecer, cuando una luz malva empieza a invadir el horizonte, sentado sobre alguna duna en la desembocadura del río frente al inmenso océano, mientras Negro come matojos en las cercanías, sus pensamientos, su mirada, todo su ser, se enlazan con el pasado y con su futuro.
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Amanecer. |
El sol ya ha salido, Argantonio con el rostro transformado por la visión, parece mayor, monta a Negro y parte a galope tendido hacia palacio. Regresan, amo y caballo, felices y agotados, sudorosos y empapados de agua y barro. Nadie le libra de la reprimenda, incluso, si no se entera el monarca. Los criados gritan y hacen aspavientos al verle mojado y sudando, ante el temor de que el futuro rey enferme de fiebres, y su padre, informado de la nueva salida, les mande azotar a todos. Arguris gimotea como una vieja asustada, y Argantonio, harto de tanto ruido, corta la verborrea.
-¡Silencio! ¿Lo sabe mi padre? -Como los sirvientes nieguen con la cabeza bajada, les ordena imperioso. -¿No? Pues, ¿A qué estáis esperando para prepararme un buen baño? ¡Vamos, deprisa! Seguro que mi caballo estará ya limpio y reluciente, comiendo y descansando en los establos, sus cuidadores son mucho más diligentes que vosotros y no pierden el tiempo con tanta palabrería. A partir de ahora, seré yo quien os mande azotar en lugar de mi padre, y no por haberme dejado ir, sino por no atenderme inmediatamente.
Los criados vuelan a su alrededor, no hará falta mucho tiempo para que el joven esté de nuevo impecablemente vestido, perfumado y peinado tomando un refrigerio cerca de su hermano pequeño.
-¡Señor, señor, mirad! ¿Véis aquel hombre, que camina muy erguido, seguido a unos pocos pasos por un criado joven? Es él, el sabio fenicio Hiramish. Viene a ver a vuestro padre que lo ha llamado a su presencia.
El que habla es un siervo mayor, de toda confianza en palacio, y que no se separa jamás del primogénito del rey, más que cuando escapa a su vigilancia. Vela por él, mejor que si fuera su propio padre, sabe que en ello va su cabeza y además es un honor hacerlo, pero también le cuenta todo, lo que debe y lo que no debe. El chismoso Arguris explica a su señor con riqueza de detalles cualquier historia que sucede en cada rincón de palacio, porque él lo ve y lo oye todo, y piensa que su joven señor y futuro rey de Tarschich tiene que conocer lo que acontece bajo su techo.
Argantonio se asoma desde la azotea, donde está con su hermano y algunos criados, y observa al hombre que camina por el sendero blanco de mármol que bordea el estanque. Es joven todavía, el porte y las maneras revelan orgullo y seguridad en sí mismo. Sube las escaleras que conducen a la entrada de la residencia de palacio.
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Estanque en los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba. |
El adolescente desconoce a qué viene aquel sabio, del que todos, en la corte, hablan maravillas.
-Me gusta, a pesar de ser joven, sabe entrar con dignidad y firmeza en un palacio. -Le explica al criado que mira a su lado.
-Dicen de él, señor, que su sabiduría es superior incluso a la de los sacerdotes de Melkart y los de Baal-Ammón. En Gadir, su nombre va de boca en boca desde que llegó de Tiro hace bastantes lunas. A él, acuden por consejo, autoridades y ricos mercaderes, nobles y guerreros, fenicios y tarschenos, samios y egipcios. -Detalla el criado con admiración.
Argantonio observa fijamente a Arguris.
-¿Tú sabes para qué lo ha mandado traer mi padre? -Le interroga, presumiendo que el viejo conoce la razón.
-En las habitaciones de las mujeres, se dice que será vuestro maestro, porque ya tenéis edad de aprender todo lo que debe saber un rey, se lo han oído a vuestra madre. Claro, que nadie entiende por qué tiene que ser un fenicio...
El heredero le mira con ferocidad y el siervo se guarda para sí las críticas palaciegas. El joven se queda pensativo mirando al fondo del jardín, donde las enredaderas silvestres se encaraman a los muros que rodean el palacio. Comienza a hacer calor en esta mañana de primavera. Su hermano, menor que él, juega al cuidado de un criado más joven que Arguris. Una gran tela de algodón ocre, sujeta sobre barrotes de hierro a la entrada de la azotea, les protege del sol, y bajo ella se refugia Argantonio de los ardores solares.
Es un adolescente, sin barba y con un cuerpo desproporcionado porque todavía está creciendo, no tendrá más de doce primaveras. Pero ya se adivina que va a ser hermoso: el cabello negro y ensortijado, los ojos oscuros y de mirada intensa, los rasgos bien dibujados, como los de un dios de bronce. La piel dorada, y unos músculos que comienzan a estar perfectamente cincelados. Despierto, inteligente y ansioso de saber y experimentar su porvenir, es el primogénito, será el rey de Tarschich el día que su padre muera.
Es intrépido y audaz con el caballo, con la espada, el cuchillo, la lanza y el arco. El jefe de la guardia, por tradición es el hermano menor del monarca reinante, le adiestra en las artes de guerra, y aunque el suyo es un reino pacífico, las incursiones de los hombres del Norte exigen un cuerpo de soldados y guardianes efectivos y bien adiestrados. Sueña con el día que sea coronado rey, piensa preparar un ejército mayor y escarmentarlos para siempre. Su padre, hasta ahora, no ha querido hacerlo.
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Jinete de Artemisión, bronce, s. II a. C., Museo Arqueológico Nacional de Atenas, Grecia. De Niko Kitsakis - Trabajo propio, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=154929356 |
-Sabrán quién manda en Tarschich, el rey Argantonio, y que nadie puede hostigar sus fronteras sin castigo. -Explica a Arguris, cuando el criado le cuenta las noticias traídas por los siervos que trabajan para los señores de más arriba del curso del río, cerca de las montañas.
Al rato de estar en la azotea, el sueño comienza a invadir al joven noctámbulo, pero Arguris le despierta porque ha llegado un criado de palacio, le manda el rey, quiere que el primogénito sea llevado a su presencia.
El joven acude con curiosidad en los ojos soñolientos. Desea enormemente conocer al sabio fenicio y escuchar de los labios de su padre el motivo de su presencia. Lo que ha dicho su sirviente le gusta.
-Aprender a ser rey... -Se dice a sí mismo.
Es algo que lleva en la sangre desde hace mucho, probablemente antes de nacer. Presiente además, que el hombre que va a conocer cambiará su vida. Ama sus correrías en solitario, pero sobre todo, quiere ser rey, un gran rey, recordado y amado para siempre, como dijeron las estrellas cuando nació. Y que alguien escriba su historia, mas no como sucedió con algunos de sus antepasados, sino respetando la verdad.
Observa a ambos al entrar en la sala. Desde aquí se ve el gran patio de columnas, que enmarca la vía de mármol blanco de la entrada al salón del trono, el de las audiencias oficiales. Ha tenido pocas oportunidades de estar allí, por eso lo mira con devoción.
El rey es un hombre de mediana edad, tiene el cabello oscuro y rizado, la mirada soberbia y una complexión fuerte. Viste una túnica de fino lino claro con orla dorada y luce unos anchos brazaletes, cinturón y anillo de oro. Está sentado en un gran asiento elevado del suelo en una tarima de madera clara; el fenicio, de pie a una distancia de respeto. Argantonio se acerca a su padre, hace una profunda reverencia y le dice:
-¿Me habéis mandado llamar, padre?
-Ven, Argantonio. -Y le hace subir a la tarima.
-Aquí le tienes, Hiramish, este es mi hijo primogénito, mi muy amado Argantonio. Él regirá los destinos de Tarschich cuando yo desaparezca, y ha de hacerlo mejor que yo y que todos sus antepasados. Está destinado a llevar al esplendor a su pueblo, y tú, tienes que darle desde ahora la formación adecuada para ello. Deberá saber todo lo que el mejor hombre de mis dominios pueda saber, porque será el primero de ellos. -El rey habla lleno de orgullo y seguridad y mira con detenimiento al sabio, que no mueve un solo músculo de su rostro. -Cuando él nació, el oráculo de Menestheos así lo vaticinó, y hace tiempo que los sueños me lo vienen diciendo: que mi hijo será el rey más grande, desde las Columnas de Melkart hasta más allá de la desembocadura del gran río Tarschich, y desde Gadir por todos los reinos conocidos. -Le presenta con vehemencia el monarca.
El fenicio saluda al futuro rey con una respetuosa y prolongada reverencia, después ambos se miran con entendimiento. Al maestro le había gustado aquel joven de rostro despejado, ojos de mirada profunda e inteligente, manos y torso fuertes, aunque todavía un poco desgarbado. Argantonio también recibió una intensa impresión del que iba a ser su preceptor.
-Señor, a partir de ahora, todo mi saber y mi experiencia los pondré al servicio de vuestro hijo, y lo que yo sé, lo sabrá él, de tal manera, que cuando llegue el día de gobernar vuestro reino, lo haga como vos deseáis. -Afirmó.
Hiramish era por entonces un hombre aún joven, podía tener algo más de 30 años, pero su rostro denotaba los rasgos y la expresión del que ha vivido y conocido grandes trabajos y experiencias. Es moreno y lleva el cabello en una breve melena que tapa poco más que sus orejas y el nacimiento del cuello. Su mirada, entre hierro y carbón al rojo vivo, tiene algo de inquietante e incendiaria. Con ella, sabe leer más allá en el tiempo, el espacio y el pensamiento. Su piel está curtida por el aire de muchas tierras. Tiene la cantidad justa de músculos y grasa, nadie diría que impone, sin embargo, antes de atacarle, cualquier hombre mediría sus propias fuerzas.
Sus conocimientos abarcan todos los saberes. Utiliza el alfabeto fenicio y el tarscheno y entiende a la perfección algunas lenguas helenas y el asirio. Descifra la escritura egipcia. Conoce las estrellas y sus nombres; sabe la ciencia de los números; y su juicio es tan claro y recto, que reyes y poderosos le piden consejo y opinión. En Tiro, desde niño estudió con un famoso maestro, después pasó cinco años en Nínive con un viejo caldeo, aprendiendo lo que no se puede nombrar. Hay quien dice que sabe más que los sacerdotes.
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Fonte Velha VI, losa de gres con inscripciones posiblemente tartésicas, s. VI a. C. De I, Henrique Matos, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22656297 |
Viste sencillamente, con una túnica de corte y tejido fenicio, usa sandalias y un cinturón de cuero. Pero su prestancia y su fuerza interior le confieren un carácter especial, incluso frente al rey y su hijo.
-Te serán asignadas unas habitaciones cercanas a las de mi hijo, tendrás servidores a tu disposición, y lo que necesites, será satisfecho en palacio. -Le advierte el rey.
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La noche estrellada, V. van Gogh, 1888, Museo d'Orsay, París, Francia. https://www.musee-orsay.fr/es/obras/la-nuit-etoilee-78696 |
-Deseo pediros humildemente, señor, que me concedáis un favor. Tengo criados a mi servicio y poseo una pequeña casa en Gadir; continúo efectuando estudio y observación del cielo y las estrellas, así como otros saberes que me ayudan a avanzar por el camino de la sabiduría, que como sabéis no tiene fin. Necesito, señor, poder mantener esos sirvientes, esa casa y la posibilidad de acudir a ella de vez en cuando.
-Puedes conservarla y salir de palacio para visitarla cuando lo necesites, mientras no abandones la obligación de educar a mi hijo en el oficio de ser rey. -El monarca hizo una leve seña a uno de los guardianes que custodiaban discretamente la puerta. Al poco, se presentaba un criado que acompañó al fenicio.
Quedaron solos padre e hijo, aquel mirando fijamente a su heredero le dijo:
-Ten en cuenta, hijo mío, que Hiramish es el hombre más sabio que habita en las tierras que nos circundan, incluyendo las fortalezas fenicias. Más incluso, que los sacerdotes de Melkart; y que allende los mares, en las lejanas Tiro, Éfira, Mileto, o Egipto, no hay quien le aventaje en conocimiento y sensatez.
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Puerto de Tiro, dibujo, 1839, David Roberts. |
Aprende de él todo lo que te enseñe y también lo que no muestre, de tal modo que puedas utilizar tanto sus palabras como sus silencios. Aprovecha hasta el más mínimo detalle de su saber, pero también de su conducta y de sus actos. Ha sido consejero de grandes hombres y ha recorrido muchas ciudades. Pero recuerda siempre, que es un fenicio, y que como tal, guardará fidelidad a su raza y a los intereses de su gente. Ante un grave problema, su sangre tiraría de él más que esta, su nueva patria. Nunca lo olvides. Y ahora, vete.
-Gracias, padre, trataré de aprender de él, como tú deseas que lo haga, y cumpliré tus preceptos.
Argantonio saludó a su padre con una corta reverencia y salió corriendo por los pasillos que le llevaban a sus habitaciones, separadas del ala de las mujeres, de la zona oficial y de la privada de su padre. Era el reducto de los hijos varones del rey y de algunos invitados, donde se alojaría el maestro. El palacio tiene unas dimensiones gigantescas, es un edificio de una sola planta, que ha ido creciendo con cada generación, para magnificencia de la casa real tarschena. Entre el pueblo se afirma que alguien que no lo conozca bien, tardaría más de un día en recorrerlo entero.
Arguris le espera con curiosidad. Baelco, el hermano del joven, ha bajado de la azotea y se encuentra en las habitaciones contiguas. El sirviente le pregunta:
-Mi señor, ¿Será el maestro fenicio, el que instruirá al futuro rey de Tarschich? -Sin esperar la respuesta que ya sabe, añade: -Acaba de salir a caballo, acompañado por su criado, y por otros dos de palacio que el mayordomo ha puesto a su servicio, para que transporten las pertenencias que necesite. Aunque se le ha ofrecido todo lo que pudiera requerir, él ha querido ir a su casa en Gadir a recoger quién sabe qué.
-Si regresa hoy, cuando llegue, avísame, deseo verle antes de acostarme.
-Le verás, señor. -Responde Arguris.
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