IV
El rey encomendó a Baelco que organizara y armara el ejército, para dar escarmiento a los que no cesaban de hacer incursiones sobre la zona de las montañas del Noreste.
-Ordena incorporarse a los hijos de los señores más castigados por los ataques y saqueos, son los primeros interesados en acabar con ellos. Paga soldados de a pie y ármalos a todos con armas nuevas, yelmos y escudos, y prepáralos bien en la disciplina y los movimientos tácticos. Habla con el jefe del tesoro para todo lo necesario, él está poniendo al día las recaudaciones y tendrá medios para hacerlo. En cuanto estés listo, nos pondremos en marcha.
Y comenzaron los preparativos para la expedición al Norte. La guardia de palacio había admitido nuevos jóvenes y los entrenamientos duraban todo el día, Baelco trabajaba intensamente en cada detalle: hombres, armas, caballos, intendencia, instrucciones y mensajes a los señores de las tierras.
En el otro lado del palacio habían empezado las obras de ampliación de las habitaciones femeninas. Terea, la concubina preferida, había desplazado de su habitación a la antigua favorita del padre de Argantonio, que ahora compartía la común con el resto de las mujeres. Al anochecer, bailaba ante su señor sin más música que el sonido de un pandero o de los crótalos que ella misma tañía, él le había prometido traer un tocador de arpa y otro de flauta, compartía su cena y después sus sueños; cuando amanecía marchaba hacia los aposentos del otro extremo. Argantonio la vestía de plata y oro, tantas eran las joyas que le regaló.
Baelco
se presentó una mañana después de la segunda luna desde la
coronación. -Todo está a punto y los hombres deseosos de combatir;
cuando tú digas, marcharemos sobre los hombres del Norte como el
peor viento de Levante que jamás haya soplado sobre la tierra.
-Manda mensajeros que se adelanten, y avisen a los señores para que estén prevenidos de nuestra llegada y puedan unirse a nosotros; a los dos días saldremos.
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Sierra de Cazorla desde el puerto de Las Palomas, (Jaén). |
El ejército estaba preparado para partir. Era hombres jóvenes, fuertes y armados, dispuestos a la lucha, que se incrementarían con los que aportaran los señores de las tierras cercanas a las montañas. Caminaron varios días, primero, hacia el Este siguiendo el curso del río; y después, hacia el Norte por los abruptos montes, guiados por los hijos del señor de las tierras altas, buenos conocedores de la zona y ansiosos de venganza. De vez en cuando se adelantaban sigilosamente, observaban el terreno y regresaban sudorosos con los ojos brillantes.
-Estamos muy cerca de la gran aldea, hemos avistado el humo de sus fuegos.
Antes de que anocheciera el jefe de la guardia mandó hacer un alto, descansarían allí hasta que amaneciera, comprobó con los guías el sentido del viento con respecto a la aldea y ordenó no hacer fuego, para no delatar su presencia.
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Sierra de Andújar, Jaén.
De Antonio Granero - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=79339874 |
La noche fue larga para todos, dormitaban como podían, tapados con sus capas y cerca sus brillantes armas de hierro pulido. Argantonio no podía conciliar el sueño, recostado sobre su escudo de cuero apoyado en una encina protectora del relente nocturno. Pensaba en Hiramish, que no había querido acompañarles, y poco antes se había marchado a Gadir a continuar con sus trabajos, aquellos días añadidos por el destino.
-Soy un hombre de estudio, señor, y por lo tanto de paz, no de guerra; no os seré útil estos días. Id, que los dioses os acompañen y que el novilunio os sea propicio con su tiniebla. -Le había dicho al despedirse.
Argantonio trató de escrutar el cielo, no se veía nada, ni siquiera las estrellas, una densa capa de nubes las ocultaba. Por fin se quedó adormilado con la cabeza apoyada en el escudo. Fue su hermano quien le despertó:
-Hora es de ponerse en camino, las sombras de la noche comenzarán a desvanecerse en breve, será el momento de caer sobre ellos.
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Valles de entorno Obejo, Sierra Morena, Córdoba. De NacionAndaluza - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=102360614 |
En silencio, los hombres se pusieron en marcha. Al poco estaban en una colina frente a una explanada grande por la que discurría un arroyo, en un meandro estaba la aldea de chozas oscuras con cubiertas de paja, en algunas ya había sido encendido el fuego mañanero. Cerca del poblado había un denso bosque de encinas y alcornoques. Argantonio portaba su yelmo corintio de hierro pulido, regalo de un embajador de aquella ciudad a su padre hacía años, y que sólo dejaba ver sus grandes ojos, la nariz y la boca, ya que tenía una abertura en forma de T; la capa de lana púrpura caía sobre las ancas de su caballo y el mango de fina plata de su espada refulgía en su cinturón de cuero adosado al de oro, símbolo de su dignidad. Se adelantó un poco en su caballo y contemplaba el entorno con desconfianza, giró suavemente la cabeza para hacerle una seña a su hermano y pudo ver a Hiramish a su lado, entre el color gris del amanecer plomizo.
-¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo has llegado? -Le preguntó sorprendido el rey.
-Eso es lo que menos necesitas saber en estos momentos. ¿Ves el bosque de encinas?
-Sí, lo estaba observando.
-Los hombres os esperan en él, armados hasta los dientes. Los vigilantes os han descubierto y están preparados para cuando entréis en la aldea caer sobre vosotros y acabar con vuestro ejército. Pero no les daréis ese placer. Avanzaréis por ese camino abrupto y os echaréis sobre ellos en el mismo bosque. Ordenad silencio y cautela, señor. Los dioses están contigo.
Argantonio sonrió satisfecho y se dirigió a hablar con su hermano.
En pocos minutos estaban entrando en el bosque. La sorpresa, la juventud y la fuerza del ejército regio hicieron el resto.
Una primera ráfaga de flechas cogió desprevenidos a los norteños, muchos fueron heridos; después, sin dejarles un respiro, los tarschenos se les echaron encima. Los guerreros caían al suelo, ensangrentados y mutilados, bajo las espadas y las lanzas de los invasores, que iban de un lado a otro, acabando con ellos. Argantonio identificó al jefe, corrió hacia él con fiereza.
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Alejandro y Poros en la batalla de Hidaspes, óleo sobre lienzo, 1673, Charles Le Brun, Museo del Louvre, París. De Charles Le Brun - http://www.ibiblio.org/wm/paint/auth/le-brun/, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=130118 |
-¡Eres tú, miserable, el que roba en mis tierras y a mis señores! –Probablemente no entendía más que su acometida.
Y como un rayo le atacó enarbolando la espada, el otro no lo esperaba y debió de reconocerle como el rey de Tarschich. No salía de su asombro, se cubría con el escudo y daba golpes a diestro y siniestro sin acertar. Su caballo reculaba y Argantonio avanzaba empujándole sin cesar entre las enormes encinas, que a veces les obligaban a bajar sus cabezas por el espeso ramaje. Era más ágil y rápido que el bárbaro, grueso y lento en sus reacciones, cuando esquivaba un pinchazo por su lado derecho, le clavó la espada en el pecho a la altura del corazón.
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Lancelot, a la izquierda, lucha con un caballero, iluminador: Évrard d'Espinques, Lancelot en prose, Français 116, Robert de Boron, f 674r. BnF.
http://archivesetmanuscrits.bnf.fr/ark:/12148/cc426069/ca103 |
Al ver a su jefe muerto algunos norteños trataron de huir, pero los jóvenes guías les cortaron el paso, degollándolos a continuación. El lugar olía a sangre, los cuerpos yacían en el suelo y se escuchaba el quejido de los heridos.
En el fragor de la batalla, entre el ruido de los hierros chocando entre sí y las voces de los guerreros, los unos animando a la victoria, los otros dando alaridos de dolor, Argantonio hundió una y otra vez en las carnes de sus enemigos la espada, que se bañó de sangre hasta el puño de plata. Todo rebosaba sangre: su túnica blanca, el escudo, su caballo, las manos; y sin embargo, para ganar, había que derramar más sangre y seguir matando hombres, todos los que aparecieran ante sus ojos.
El ejército avanzó hacia la aldea, algunos prendían fuego a los techados de paja negra, sacaban a las mujeres para violarlas, pasaban a cuchillo a los que se les enfrentaban y recogían a los niños y niñas para llevarlos como esclavos. Otros amontonaban las armas de hierro, las piezas de bronce y los objetos de oro y plata, que en muchos casos les habían sido robados por los bárbaros anteriormente. Se llevarían como botín.
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Nacimiento del río Guadalquivir, Jaén. |
Argantonio miró a su alrededor: el fuego de las cubiertas trepidaba con furor, el humo se extendía a todas partes, los chillidos de las mujeres y los niños penetraba en sus oídos como un cuchillo. Gritó llamando a su hermano:
-¡Baelco! ¡Basta! -Le dijo enfurecido. -Hemos venido a dar una lección, no a acabar con la aldea. Es necesario que quede gente en el poblado para contarlo por todos los alrededores. Si no, solamente será un acusador mudo, un mártir de nuestra crueldad. ¡Nosotros no somos como ellos! ¡No somos bárbaros!
En esto apareció el hijo mayor del señor de las tierras altas, rebosaba sangre de sus enemigos, y traía a rastras a una mujer medio desnuda.
-Señor, es la esposa del jefe de la aldea y los contornos, esta os corresponde, es para vos. -Con una risotada la empujó cerca del rey.
Era un mujer de mediana edad, rechoncha, sus pechos se juntaban con su prominente barriga sin pasar por una cintura; llevaba las trenzas de color castaño untadas de sebo rancio, olía a grasa, a humo y a sudor y tenía la mirada atemorizada mientras sus manos trataban de tapar parte de su desnudez. Argantonio sintió repulsión, arrogante desde la altura de su caballo.
-¡Basta! ¡Déjala ya! Yo no voy a tomar a nadie de la aldea y los demás haréis lo mismo. Necesitamos que queden vivos, y la mujer del jefe es un buen testigo de nuestra represalia. Si conoces su idioma hazle saber que cada vez que haya incursiones de sus hombres en mi reino, vendremos a castigarlos de la misma manera. Coged el botín, pero dejad a los niños y partamos de vuelta de una vez.
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Sir Kay en un torneo, De Howard Pyle - Howard Pyle, The Story of King Arthur and His Knights, 1902, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=752635 |
Entonces el primogénito de las tierras altas gritó, cogiendo a la mujer del cabello:
-Pues disfrutaré yo de ella. -La tiró al suelo y comenzó a desgarrarle con brutalidad la ropa que le quedaba.
Argantonio saltó del caballo, arrancó la espada de la vaina y sin dejar al otro respirar, puso la punta del arma en el cuello del joven.
-¡La dejarás inmediatamente si valoras tu cabeza, o ahora mismo te la cortaré de cuajo! Aquí quien manda es el rey Argantonio y nadie hará nada que él no quiera que sea hecho. ¿Has entendido? -Habló despacio, recalcando cada palabra.
El otro le miró extrañado, dudaba de si cumpliría su amenaza, pero sintió la punta de la espada apretando su garganta y los ojos del rey mostraban tal seguridad y dureza, que se apresuró a responder:
-Sí…, señor. -Soltó a la mujer que temblaba asustada, y se pasó la mano por el cuello.
Argantonio subió a su caballo, tiró de las bridas para volver grupas y salió a galope hacia el bosque donde se había producido el enfrentamiento.
Muertos y más muertos; ahora que era media mañana y las nubes se habían despejado, podía ver la sangre coagulada y los miembros cortados, y al fondo, la aldea a medio arder. Se oían lamentos, pero al menos ya no crepitaban los techos de las chozas ni había gritos lacerantes. Tragó saliva, apoyado en su caballo, y le supo a sangre.
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Sir Galahad, óleo sobre lienzo, 1862, George Frederick Watts, Museo de Arte de Harvard, Cambridge, Massachusetts, EEUU. De George Frederick Watts - Painting., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=8926334 |
-Es amargo el sabor de la victoria, porque está impregnado de la sangre y el sudor de los hombres muertos... -Era Hiramish, que aparecía de nuevo a su lado.
-¿Tú?... No me gusta este sabor, ni este olor. -Dijo el rey mirando a su alrededor.
-Pues si amargo es el sabor de la victoria, el de la derrota no tiene nombre. Deseo que jamás tengas que probarla, porque te sentirías mucho peor.
En seguida se reunió su hermano con él, y a continuación el resto del ejército que, animado y locuaz, inició su regreso a Tarschich. Hablaban de la cruenta batalla, del botín y de los hechos valerosos y arrojados. El rey caminaba ensimismado.
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La ciudad de Cazorla y su castillo en las faldas de la Sierra de Cazorla, Jaén. |
Cuando entraron en sus dominios, los esclavos y criados de los grandes señores, trabajaban en los campos y salían a los caminos a saludarles; en los pueblos, sus habitantes los aclamaban. El señor de las tierras altas les dio cobijo en sus enormes tierras. Estaba emocionado cuando recibió a Argantonio en su casa:
-Bienvenido seáis a mi hogar, rey de Tarschich. Las buenas nuevas de vuestra victoria sobre los hombres del Norte os han precedido. Este es un gran día. Gracias, señor, por habernos librado de esa continua amenaza.
-Ten por seguro que cada vez que los bárbaros norteños hagan incursiones en mi reino, a través de vuestras tierras o de otros señores vecinos, volveremos a darles su merecido. Tus hijos han participado con valentía en la batalla, junto a otros hombres de nuestro pueblo, y con ellos contaremos de nuevo si es necesario. -Le respodió.
-Así será, señor. Cenaréis y descansaréis en los aposentos preparados para recibiros y cuando lo deseéis, partiréis de nuevo, camino de Tarschich.
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Embalse de El Tranco de Beas, vista en un paseo del barco de energía solar, Jaén. |
Unos días después accedían a la ciudad entre las aclamaciones populares. La noticia del éxito de la contienda había llegado tan rápido como el viento hasta el más apartado rincón; desde Onuba hasta Seksi y desde Abdera a Gadir, todo el mundo conocía la muerte del jefe y de la mayoría de los hombres del poblado bárbaro, que habían dirigido numerosas incursiones de robo y muerte dentro de las fronteras del reino de Tarschich.
Al segundo atardecer del regreso, venía Hiramish desde la fortaleza fenicia, traía consigo un caballo cargado con un cofre de cedro y herrajes de plata, que Melkartés se encargó de llevar a sus habitaciones. El maestro fue a ver al rey directamente. Tenía los ojos brillantes como si ardieran y su rostro denotaba emoción. Se postró ante él y le habló con vehemencia.
-Saludo al rey de Tarschich, Argantonio, que ha vuelto victorioso desde allende las montañas del Noreste. Vuestro triunfo señor, sobre ese pueblo envalentonado durante años, será duradero y podréis reinar en paz y prosperidad.
-Levántate, Hiramish, tú has sido el artífice de esa victoria, no te hagas el humilde.
-Nadie puede detener el destino, y el vuestro estaba escrito antes de que yo llegara a estas tierras.
-¿Sabes algo del oráculo de Gadir? -Le preguntó intrigado el joven.
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Sacerdote de Cádiz, bronce y oro, s. VII a. C., del Museo de Cádiz, en el MAN, Madrid.
https://www.man.es/man/coleccion/catalogo-cronologico/protohistoria/sacerdote-cadiz.html |
-No me refería a lo que el gran sacerdote de Melkart habrá descifrado en las entrañas del primer toro ofrecido por ti y sacrificado en el templo, y que vendrá en breve a verte para comunicarte los augurios de tu reinado, sino al camino que tienes marcado en las estrellas desde el día en que naciste, y que ya contemplaba tu victoria.
-Supongo que el gran sacerdote estará al llegar, será un día grande para nuestro reino.
-Tú y tu destino sois quienes hacéis grande este tiempo y este reino.
Se quedó pensativo, al rato preguntó al maestro:
-¿Cómo te ha ido en Gadir? Esta vez has estado más de diez días, tu sabiduría debe de alcanzar ya la altura de las montañas o la profundidad de los océanos. –Sugirió, esperando otro tipo de respuesta que la que dio Hiramish.
-Me he traído buena parte de mis materiales de estudio, mis observaciones están tocando a su fin y puedo continuar en palacio.
-¿No volverás a la fortaleza? -Inquirió el rey extrañado.
-Para mis trabajos, ya no será necesario; para perderme como un fenicio más por sus callejuelas, el puerto y visitar mi casa, lo seguiré haciendo brevemente, si no tienes inconveniente.
-Algún día te acompañaré de incógnito y me divertiré como otro fenicio.
-¿El rey de Taschich? -Preguntó el sabio, con ironía en la mirada.
Había llegado el tiempo de conocer los vaticinios del oráculo de Gadir. Un sacerdote, heraldo del templo de Melkart, llegó a palacio dos días después de que lo nombrara Hiramshish. Venía a anunciar al sumo sacerdote, que hizo su entrada en la sala de audiencias horas después que él. Con su túnica blanca, larga y sin cintura, la cabeza rasurada, apoyado sobre un báculo de madera y la mirada siempre hierática e impasible, mostraba el orgullo de los sacerdotes de la fortaleza. El rey le recibió con todos los detalles del protocolo, como merecía la ocasión. Aquel venerable anciano tenía la obligación, reconocida por la costumbre, de visitarle sólo dos veces en la vida del rey, en su coronación y ahora, para comunicarle el resultado del oráculo.
-He aquí un día en el que se desvelan todos los venideros, señor Argantonio, rey de Tarschich, pues ha poco tiempo que vuestro reinado ha comenzado a andar y ya ha conseguido sus primeros triunfos. Después de ofrecer en sacrificio el primero de los toros que enviasteis al templo de Melkart, hemos procedido a leer en sus entrañas el futuro de vuestra persona, de su larga vida y de la prosperidad de su reino. -El sacerdote guardó silencio por un momento.
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Cabeza de dignatario llamada sacerdote asirio, bajorrelieve, yeso alabastro local cortado y gravado, s. VIII a. C., palacio de Sardanápalo, foto: D.R., Museo de Bellas Artes de Lyon, Francia. |
-Decid, gran sacerdote, os escucho, ¿Cuáles han sido los augurios?
-"De un gran hombre, será un gran reinado; del mejor rey, será el recuerdo. El tiempo y la prosperidad se sumarán a tu favor".
Argantonio lo miró fijamente y pensó en su interior: -Esperaba palabras más claras y concretas, y este hombrecillo encorvado me trae una respuesta confusa, con palabras que cualquier otro podría haberme dicho sin tener que sacrificar un toro ni ser sacerdote. -Y continuó en voz alta.
-¿Podéis ser más explícito, añadir algún detalle?
-Me temo que no, señor. El vaticinio es siempre breve, pero su contenido es profundo si se sabe meditar en él. Vos, con el tiempo, llegaréis a extraer todo lo que ahora os parece oscuro.
El joven esbozó una ligera sonrisa e inclinó suavemente la cabeza en un saludo cortés al viejo.
Ahora tendría que hacerle los honores como anfitrión a la mesa, para después ofrecerle unos aposentos para descansar y que al día siguiente pudiera regresar a su ciudad. Argantonio sabía que sería la última vez que estaría de huésped en palacio y que, sin embargo, debería relacionarse con él muchas otras, con motivo de los ofrecimientos en los plenilunios y, sobre todo, por el comercio que ambas instituciones controlaban, él como rey de Tarschich, y el sacerdote, como representante de Gadir a través del templo de Melkart. Los dos tenían parte de los mismos intereses y deberían dividir por la mitad muchas ganancias, ya que el templo era el lugar de los intercambios entre las materias de Tarschich y los productos extranjeros, fenicios o fabricados por talleres de la fortaleza.
Era el primer cara a cara con el anciano y correoso sacerdote. Los términos de la relación tenían que quedar nítidos, de ello dependía parte de la prosperidad futura que el oráculo auguraba.
Mientras cenaban el asado de cabrito con tortas de semillas, Argantonio abordó directamente la cuestión, ante la mirada inquieta de Hiramish.
-Tengo intención de mejorar la flota que parte cada temporada hacia las islas del estaño, deseo que aumente la cantidad de este mineral en nuestro comercio. De la misma forma, voy a fomentar el trabajo en las minas de plata, hierro y cobre.
-Es una gran idea, que aprovechará a vuestro pueblo y a vuestro reino. -Reconoció el sacerdote, que desconocía la verdadera intención del rey al sacar a conversación aquel tema.
-Pero creo que ha llegado el momento de que este comercio sea más rentable para la monarquía.
El sacerdote le miraba con extrañeza y le preguntó.
-¿No estáis de acuerdo con el sistema de intercambio? Hasta ahora el dios Melkart lo ha protegido con beneplácito entre las paredes de su templo, no creo que desee ni permita un cambio. -Apuntó con frialdad.
-Los términos de la relación son muy antiguos, ya quedó muy atrás el tiempo en que mis antepasados se contentaban con recibir abalorios de vidrio de colores, bastas telas, púrpura de menor calidad y algún adorno de orfebrería. El gran Melkart recibe gustoso los toros de los reyes de Tarschich desde hace muchas generaciones y da sus bendiciones a esta tierra. Y también ve los magníficos metales que enviamos. ¿No creéis? -Aseguró con voz firme el rey, que no pensaba ceder ante amenazas divinas, y a continuación siguió sin dejarle que respondiera. -Queremos mayor cantidad de mármol blanco puro, marfil y alabastro para los talleres de la ciudad, huevos de avestruz, garum, la mejor púrpura, esencias, betún, especias y otros productos que se os detallarán.
-Es peligroso contrariar a los dioses, ningún buen rey osaría hacerlo. Sois muy joven, Argantonio, tal vez os estéis precipitando. ¿Y si en Gadir, no están de acuerdo con esos nuevos términos? -Preguntó el sacerdote achicando sus ojos para escrutarle con la mirada.
-Lo estarán. Ahora somos más poderosos y tenemos la llave del camino del estaño por tierra y por mar. En Oriente necesitan nuestro metales, que son buenos y llegan en cantidad, además desde hace años los elaboramos en nuestros propios talleres y podemos ofrecéroslos en barras y lingotes. Los grandes armadores de las expediciones y los mercaderes, que vienen desde tan lejos a comprarnos, sabrán valorarlo.
-Ellos tendrán la última palabra, yo sólo soy un servidor de dios y un intermediario de los hombres de bien que allí comercian.
-El próximo cargamento que enviaremos desde Onuba a Gadir será pesado y medido con la palabra de Argantonio. Hacedlo saber a quienes deben conocerlo.
La cena tocaba a su fin. La reina había permanecido en silencio mientras comía con delicadeza un poco del cabrito que le habían servido, los señores habían observado con admiración la seguridad y la firmeza mostrada por el joven rey. Hiramish callaba, cuando su alumno había abordado el espinoso tema; su papel en aquellos momentos, era de lo más incómodo, y su discreción le mantuvo alejado hasta que la conversación volvió a alabar el delicioso vino de las tierras bajas.
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