lunes, 27 de enero de 2025

Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 6

 

Segunda Parte


                          I



-¿Por qué traería mi padre a Hiramish? -Se pregunta Argantonio observando cómo el cielo va tomando un color rojo anaranjado, ¿Cuántos atardeceres habrán visto sus ojos? No sería fácil contarlos. Ha vuelto el animoso criado, le trae frutas, pan tierno y queso, hoy no comió. -Tendré que tomármelo. -Piensa el anciano. -Si no, es capaz de volver cuantas veces sea necesario hasta que lo haga.

Toma desganado las uvas pasas que ha dejado a su lado, mientras Mesar le corta una rebanada de pan y un poco de queso.

-Nunca entendí cómo, desconfiando de los fenicios, puso mi educación en manos de uno de ellos. Él no era un fenicio cualquiera, sino el hombre más sabio de todas las tierras conocidas, pero para mi padre fue siempre un tirio. Pudo nombrar a algún maestro de nuestro reino, que a menudo eran consultados en palacio como consejeros, sobre todo en los últimos años de su vida; además había estudiosos y magos que eran de nuestra propia raza.

Yo creo que eligió bien, era lo que el oráculo había dicho cuando nací, tenía que ser así. Sin Hiramish nada hubiera sido igual, ni lo grande ni lo pequeño, ni lo bueno ni lo malo. Ahora es cuando todo volverá a su ser, y mi vida habrá sido el fulgor de mi reino.

El joven criado sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas, le observa respetuosamente desde el fondo de la terraza, mientras el monarca va comiendo despacio. El sol acaba de desaparecer y el cielo, entre púrpura y rojo, va pasando al rosa y morado lentamente. La luna ya anda por el firmamento desde hace horas, en unos días será plenilunio y Argantonio tiene previsto ir al templo de Tarschich a hacer ofrecimiento de un hermoso toro de sus marismas a la diosa madre. Antes, en las fechas señaladas, lo hacía también en el de Melkart, en atención a Gadir y a sus moradores, y a la relación que mantenían inmemorialmente con las gentes de su reino, pero aquel comercio se deterioró y él abandonó aquella costumbre.

Los contactos siempre fueron aparentemente buenos, a veces con una tensión contenida y subterránea en la que nadie quedó vencedor absoluto. El equilibrio de poder le ha exigido energía, grandes dosis de sabia paciencia, mucha diplomacia y no hacer movimientos en falso. Era como jugar al juego egipcio del Senet, que él dominaba. Así, consiguió hacer su monarquía y su reino más ricos de lo que fueron con su padre. Mucho debió en la obtención de esa estabilidad a Hiramish, que conocía muy bien a su gente, y supo enseñarle a adivinar el contenido de los gestos, los mensajes ocultos y los pasos que darían a continuación, cuando se presentó alguna de las crisis.

Al conocerlos tanto, él también se había hecho un poco fenicio, curiosa paradoja para un rey de la legendaria Tarschich. Argantonio sonríe ante tal reconocimiento.

 

 

Justiniano con manto de púrpura, emperador de Bizancio, y su séquito, mosaico, Basílica de San Vital, s. VI d. C., Rávena, Italia.

Opera propriaAdams, Laurie Schneider (2011) A History of Western Art (Fifth ed.), McGraw Hill]], pp. 161–162 ISBN: 978-0-07-337922-7., CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44352375


 

La oscuridad de la noche va adueñándose de la terraza. Una de las esclavas acude presurosa con una capa de fina lana de púrpura doble y orla dorada.

-Mi señor, el frescor de las tinieblas está llegando, cubríos los hombros.

Argantonio se la echa sobre las espaldas todavía recias, y la abrocha con un alfiler de oro. La luna, es ya la hermosa dueña de los cielos, y ofrece su luz alargando las sombras del exterior.

-¿Qué deberé hacer?, ¿Bastará con haberlo decidido o tendré que realizar algún tipo de ofrecimiento a los dioses? Hiramish no me lo dijo... Mañana, haré buscar en la biblioteca las tablillas que dejó el maestro cuando murió. Tal vez, volver a leerlas me iluminará en lo que no vi en su momento. También debo consultar los viejos documentos caldeos que trajo desde su tierra. En último caso, abriré la caja de cedro y plata, del saber que no se puede nombrar. Espero que no sea necesario... preferiría no tener que abrirla.

-Es hora de dormir, mi joven Mesar. -Dice el rey, levantándose de su asiento, y se acerca al borde de piedra que rodea la espléndida terraza de los apartamentos del monarca.

Apoyado sobre el mármol, recubierto a trozos de amarillentos o verduscos líquenes, mira las estrellas.

-Allí está Margidanna. Aquella es Kaa, a su derecha Mubukeshda y más abajo Ibilaemash...

Repite las palabras del maestro aquella noche tan lejana en que fue descubriéndole el lugar y el nombre de cada punto brillante del firmamento. Desde entonces, no había rincón arriba que le fuera desconocido, se había convertido en algo tan familiar como las marismas y el río por los que ha ido tantas veces.

-El creciente se ha adueñado del espacio, vamos Mesar.

 

 

Mañana de Pascua, óleo sobre lienzo, 1828 - 1835, De Caspar David Friedrich - Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid. Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=71276733

 

La luna continuaba su camino entre las estrellas, cuando se desveló, sus luces pálidas y fantasmales se recortaban en el ventanal, dando claridad a la habitación. Hacía años que se despertaba a medianoche y le era difícil volver a conciliar el sueño. Ya se había acostumbrado a ello y se dedicaba a hurgar en sus recuerdos.

-Yo había avanzado muchísimo en mis estudios, cuando mi padre comenzó a sentirse enfermo. Los sabios que le atendían me ocultaron su mal mucho tiempo. Aseguraron que era una dolencia de tres días, la realidad fue que lo mantuvieron más de un año aparentemente vivo, cuando estaba casi moribundo. Por medio de no sé qué pócimas, encantamientos y piedras mágicas, mi padre duró contra la naturaleza de la vida, en un extraño y perverso vivir ya casi muerto, y gobernado por señores, magos y consejeros. Pero preguntado Hiramish, no estaba de acuerdo; de haber sido interrogado mucho antes, los hechos habrían sucedido de otro modo. Probablemente, todo estaba escrito por los dioses en el destino, incluso no consultar al sabio fenicio. Mi padre nunca lo hubiera permitido.

En el palacio de Tarschich, las vidas de la familia real se vivían en paralelo. Sólo en contados actos se reunían y siempre era de forma oficial. Cuando era joven, la reina acudía cada noche al lecho del rey; más tarde, otras favoritas y concubinas fueron ocupando ese lugar, y ahora, únicamente se veían en algún banquete y con motivo de la ceremonia del plenilunio de primavera en el templo. El heredero se dedicaba intensamente a su preparación; Baelco se entrenaba con las armas. Y el rey se había entregado a una molicie indolente en la que los asuntos de un gobierno, que casi rodaba solo, apenas tenían cabida: alguna cacería de tarde en tarde; opíparos banquetes en los que dominaban los asados muy especiados y el vino sin medida; y raras noches, la presencia de una joven concubina. Argantonio estaba ocupado en hacer planes que abordaría cuando fuera nombrado rey, y escribía todo lo que se le ocurría para el mejor gobierno de sus tierras.

-Lo primero que haré, -Le había dicho varias veces de niño, al criado Arguris, y después a Hiramish. -cuando sea coronado, es organizar una incursión de castigo contra los hombres del Norte. Así sabrán quién es el nuevo rey de Tarschich, y que no va a permitir nunca sus ataques.

Por aquellos días en las salas oficiales de palacio, donde se desarrollaba la vida del monarca, se respiraba un aire de conspiración inquietante, perceptible para quien, no hubiera confiado en lo que se observaba y oía, y pudiera ver a través de las apariencias, pero el único que podía hacerlo, no accedía a aquellas estancias.

 

 

La recolección de aceitunas,1889, óleo sobre lienzo, V. van Gogh, Museo Virtual Van Gogh.

https://museovangogh.org/cuadros/la-recoleccion-de-la-aceituna/


 

El gran señor de las tierras altas, el mayor propietario de terrenos dedicados a cereales y olivos, (en Tarschich se decía que tenía las llaves del granero del reino y que si él perdía la cosecha, todos morirían), se había venido cerca del rey para hacerse dueño de su voluntad. Estaba cansado de las continuas razias de los bárbaros del Norte, que robaban todo lo que encontraban en las aldeas, e incluso se atrevían a entrar en sus tierras y se llevaban el ganado, a veces los esclavos o le quemaban campos de cultivo y desaparecían, así que ya no hacía toda su aportación anual de cosechas y animales.

Al mando de sus tierras había dejado a su hijo mayor, un joven de la edad de Argantonio, que tenía fama de hombre feroz y sanguinario, fuerte como una roca y que manejaba a los siervos que las cultivaban con una dureza desmedida.

Otros señores imitaron la conducta del dueño de buena parte de las tierras altas, ninguno pagaba ya sus tributos a la corona, pero vivían de ella. Reunidos, se dedicaban a adular y convencer al rey, encaminando su conducta en el sentido que más les favorecía, procuraban obtener privilegios en las transacciones comerciales, y riqueza –plata, hierro y cobre- de las minas reales. El rey ya no estaba más que para la inercia y aceptaba aquella compañía interesada. Al lado de esos señores había dos magos muy expertos en artes secretas, que cuidaban de la salud del monarca, y los dos viejos consejeros eran propicios a mantener todo igual que siempre. En este ambiente, se desenvolvía la vida oficial y por eso, cuando el rey comenzó a mostrar síntomas de enfermedad, se forjaron varios planes.

-Si somos capaces de mantener alejada a la familia, podremos gobernar nosotros a través del rey. Manteniéndonos unidos en el secreto, podremos compartir la riqueza de todo Tarschich. El heredero es muy joven y está continuamente preparando su futuro, no sabe que tal vez, no lo vea como rey. Llegado el momento, podemos ejercer sobre él una suerte de tutela. Pero ahora necesitamos tener de nuestro lado a la favorita, últimamente sólo ella le visita de vez en cuando. -Dijo uno de los señores.

-Es necesario que su salud no se deteriore más y que pueda seguir recibiendo a comerciantes, navegantes y embajadores, y hacer un mínimo de vida oficial, para poder dar las órdenes que nosotros le dictemos. –Apuntó uno de los consejeros.

 

 

La isla de los muertos, tercera versión, óleo sobre tabla, 1883, Arnold Böklin, Antigua Galería Nacional de Berlín, De Arnold Böcklin - 0wFgMTIQ3kZCpg — Google Arts & Culture, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=13251755

 

-El rey está viendo ya las puertas de la muerte. -Aseguró uno de los magos que estaba con ellos.

-El jefe de la guardia, puede ser un problema, también le ve a menudo. Hay que conseguir mantenerle alejado.

-Ha de ser el propio rey el que lo aleje de sí, y el que dé orden de que no quiere ser visto por el sabio fenicio, él es el más peligroso, porque sabe demasiado.

-¿Qué quieres decir? -Preguntó el señor de las tierras altas.

-Tiene poderes ocultos aprendidos en tierras lejanas.

-Pero el rey ha dicho expresamente que no desea ser reconocido por ese extranjero. No hay posibilidad de que se acerque hasta aquí. Yo le diré al monarca que es conveniente que se mantenga aislado, tranquilo y en manos de los que son sus verdaderos servidores: su concubina favorita, los señores, los consejeros y sus sabios de toda la vida.

-¿Os fiais de la discreción de la favorita?

-Descuidad, ama las joyas, los perfumes y las finas túnicas más que a su señor... y además sabe que no sólo las noches son muy oscuras en algunos corredores y dependencias de palacio, sino que sus comidas con el rey son controladas por sus sabios. -Aseguró, con una mirada indefinida y una ligera sonrisa en los labios, el segundo mago, que se había unido al grupo en la sala de audiencias. -Además he estado estudiando las estrellas y tengo la certeza de que sus designios juegan a nuestro favor. ¿Os interesa que el rey continúe vivo?

Todos respondieron al unísono afirmativamente. Y él añadió:

-Nada más fácil, hay un viejo saber que sólo se puede usar una vez en la vida. Yo no lo he utilizado jamás, y no creo que se me presente otra oportunidad mejor para llevarlo a cabo. Él sabe de qué estoy hablando. -Le miró a los ojos con un brillo inhumano y siguió. -Se trata de una técnica por la cual, nuestro rey se mantendrá vivo y podrá hacer algunas actividades que previamente nosotros le hayamos indicado para la ocasión, como una ceremonia de plenilunio, recibir al jefe de la guardia, a los embajadores o dar instrucciones al jefe del tesoro, por ejemplo.

-¿Qué haréis? -Le interrogó el señor de las tierras altas.

-Es un secreto que no puedo desvelar, os basta con saber los efectos.

Ungüentario de pasta vítrea, s. VI - IV, a. C., Cerro del Berrueco, Medina Sidonia, Cádiz, Museo de Cádiz. https://www.facebook.com/museocadiz/photos/

 

-Es justamente lo que necesitamos. Mandaré un mensaje a mi hijo diciéndole que envíe hombres armados para que estén en Tarschich atentos a una señal mía. Pueden hacernos falta en cualquier momento, para afianzar nuestra determinación. -Dijo un señor de Onuba, gran propietario de tierras y minas en las sierras del Norte de aquella ciudad.

Argantonio no sabía nada de la enfermedad de su padre. Ninguno de los que rodeaban al rey pensaba explicarle la verdad al heredero; alejaron del lado del monarca a sus antiguos servidores, con la excusa de que eran viejos e inútiles. Consiguieron que el propio rey dispusiera la marcha de su hermano, el jefe de la guardia, a realizar un largo viaje de control por todo el reino.

Cada noche, cuando un criado del rey venía a por ella, la concubina favorita decía en voz muy alta a la reina y al resto de las mujeres, que la observaban sombríamente:

-El rey me llama a su lecho, voy a copular con él durante toda la noche.

El monarca, por su parte, comenzó a pavonearse de su lujuria inacabable e insaciable hacia la favorita:

-He recuperado todo el vigor de mi primera juventud, no recuerdo que tuviera tanta fuerza con mis primeras concubinas, es posible que tenga nuevos hijos con mi amada, me siento como un muchacho de veinte años. -Sin saber que, tal vez, todo lo que sucedía durante la noche en sus dependencias, era un sueño, una ilusión de bebedizos.

 

 

Collar, pendientes y anillos fenicios s. VII - V, a C., Museo de Cádiz.

 

Ella, vestida con telas costosísimas de lejanos países, perfumada con ungüentos de valiosos aromas, cubierta de oro por brazaletes, collares, pulseras, anillos, pendientes y ajorcas, dejaba tras de sí una música tintineante y un olor embriagador cuando iba a verle. Cenaba en su compañía, bebían los mejores vinos en grandes cantidades, y luego le acompañaba a sus aposentos para quedarse con él hasta las primeras luces del alba. El resto del día, cuando estaba en el ala de las mujeres, era atendida hasta en el más mínimo detalle por siete criadas, parecía la verdadera reina.

El viejo Arguris había muerto hacía ya varios inviernos; de haber vivido, él hubiera sido el que se lo habría dicho a las pocas horas de comenzar. Ahora, Argantonio echaba de menos al anciano chismoso que le mantenía enterado de todo lo que sucedía en palacio. Hiramish tampoco sabía nada, vivía alejado de lo que sucedía en el corazón de la corte, es decir, la sala de audiencias y los aposentos privados del monarca, se le seguía considerando un extranjero, al servicio del futuro rey de Tarschich, pero un fenicio.

Sin embargo, llevaba bastante tiempo inquieto, apreciaba extrañas energías que se escapaban a su mirada, pero que estaban formándose y afianzándose en algún lugar del edificio. Sabía ver más allá y no temía por el joven alumno. Cuando estaba cansado de aquel ambiente plúmbeo y asfixiante, se marchaba a la fortaleza y permanecía varios días, y a menudo se llevaba a Argantonio.

-Nos vamos a Gadir.

-No es novilunio, ¿Qué sucede, no puedes esperar unos días más?

-No, no puedo esperar, si no deseas acompañarme, me iré yo solo. Desde hace unos meses necesito salir más a menudo que antes, la fuerza de un torbellino sin nombre se está generando en el fondo de palacio, es conveniente que me vaya de aquí un tiempo, para que adopte alguna forma, es incompatible conmigo.

-No te entiendo.

-No puedes entenderlo, pero no te preocupes, es el secreto de la naturaleza. -Y se marchó.

Llegó el plenilunio de primavera y se celebró como siempre. Pero a Argantonio le extrañó mucho no ver a su tío, el jefe de la guardia. Preguntó por él, los criados de palacio no sabían nada, insistió con los criados más recientes que ahora rodeaban a su padre, y le dijeron desconocer su paradero, lo sabrían sus consejeros. Estos le explicaron que el rey le había mandado a comprobar el estado de todas sus tierras. Después, observó que los señores más importantes del reino, estaban muy a menudo con el rey. Un mes más tarde, pudo ver a la favorita colmada de tal lujo, que pensó:

-Mi padre se está haciendo viejo, ha perdido su autoridad, ¿Quién gobierna realmente? -Y decidió ir él mismo, a buscar a Hiramish, que continuaba en Gadir desde hacía más de un mes. 

 

 

Castillo de Alcalá de Guadaíra, óleo sobre tabla, 1833, David Roberts, Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

El sabio fenicio no quería abordar la cuestión, aunque regresó con él a palacio. Argantonio estaba confuso con la actitud del maestro, pero este se mostró inflexible:

-Yo no puedo hacer nada.

Era como si su padre se hubiera rodeado de un muro infranqueable. El joven fue a verle en sus salas, parecía estar en su sano juicio, con perfecta salud y feliz, incluso más joven; se permitió bromear con su capacidad procreadora ante él, diciéndole que pronto tendría más hermanos bastardos.

A solas poco después, Argantonio daba vueltas a la entrevista con su padre, había algo ficticio que no conseguía descubrir.

Aquella misma noche vino a verle una de las viejas criadas de su madre. Tocó suavemente su hombro mientras dormía, y el joven príncipe se ircorporó bruscamente en el lecho y la agarró del cuello. Ella ahogó un grito gutural, temblaba y estaba muy asustada, mientras trataba de explicarle que sólo traía un mensaje de la reina. Hablando entrecortadamente y muy quedo le dijo:

-Mi señor Argantonio, me envía vuestra madre a deciros que tengáis mucho cuidado... Algo está sucediendo..., algo indeseable y negro para vuestro futuro se está fraguando en palacio y si no actuáis de inmediato, va adueñarse de todos nosotros. Hasta la favorita comienza a tener miedo... -Y hablando más bajo aún, que casi no se le entendía, añadió: -Cuando duerme de día, he oído sus lamentos y quejas, tiene horribles pesadillas, dice que el rey no es el rey, esta mañana parecía que se ahogaba en sueños, como si alguien... estuviera estrangulándola, pero con ella sólo estaban sus tres criadas principales... Vuestro padre...

-Dime, ¿Qué le pasa a mi padre? -Inquirió, zarandeándola con fuerza.

-Mi señor... me hacéis daño.

-¿Qué sucede con mi padre? Habla de una vez, mujer.

-No lo sé, mi señor, pero todo es tan raro... oigo pasos, nadie debe verme aquí, me cortarán la cabeza.

Y trataba de escurrirse de la dura mano del joven, que la seguía aferrando con fuerza. Pero, efectivamente, se oían pasos en las dependencias cercanas. Arrastró a la anciana a una pared en la oscuridad desde donde se veía la entrada ligeramente iluminada a su cuarto y le dijo:

-Nadie te hará nada que yo no permita que se haga.

-¡Oh, señor, en este momento es como si no existierais…! -Y se dio cuenta de lo que acababa de decir, se tapó la boca y se acurrucó en el suelo.

-Probablemente sea yo quien mande que te corten la cabeza, si no me dices lo que sabes.

 

 

Dama romana, mármol blanco, autor desconocido, hacia 1550, Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

-No sé más que lo que os he dicho; lo de vuestro padre, son rumores en las habitaciones de las mujeres, ¿Cómo un hombre anciano, que hace un año ya no llamaba a su lecho a ninguna joven, ahora puede copular varias veces todas las noches?

-Sí... también me lo ha dicho él mismo a mí..., ¡calla!, viene alguien.

Una sombra se recortó en la puerta, vaciló un momento y después se marchó muy despacio. El joven salió fuera, pero sólo pudo percibir que ahora se alejaba rápidamente. Sus criados dormían plácidamente en la sala del otro lado, los despertó indignado y mandó que fueran a por su hermano para que viniera con algunos jóvenes leales de la guardia, a otro lo envió para que acompañara a la criada hasta el ala de las mujeres.

Argantonio había crecido en aquellos años, ahora era un hombre de recias espaldas, musculados brazos y un bello torso moreno por el sol. La barba había salido en su mandíbula fuerte, sus ojos eran muy hermosos y su mirada lanzaba chispas cuando se enfurecía. Quedaba en él, un rastro de la sonrisa burlona que a veces se enseñoreaba de su rostro, suavizando ojos y boca. En los tiempos de aprendizaje con el maestro fenicio, había alcanzado un nivel de saberes que pocos monarcas tenían, incluso en reinos lejanos, pero no había abandonado su entrenamiento en las armas y su maestría con el caballo. Había preparado concienzudamente lo que haría cuando él fuera el rey, y por ello se había dedicado en las últimas primaveras, a vigilar muy de cerca el adiestramiento militar que su hermano seguía.

-Vas a ser mi jefe de la guardia y tienes que hacerlo mejor que todos los anteriores, porque tu tiempo va a ser el mismo que el de Argantonio, el más grande de los monarcas de Tarschich, la tierra elegida por los dioses para su solar. Recuérdalo siempre cuando entrenes tus brazos y tus piernas, y te encuentres cansado de empuñar una pesada lanza o de utilizar tu espada. Te va a hacer falta. -Le había dicho.

-Seré el mejor y estarás orgulloso de mí. -Contestaba su hermano pequeño, que había entrado en su papel con entusiasmo y convencimiento, y se entregaba a los largos y durísimos entrenamientos a que le sometía el instructor de la guardia. Menor que su hermano, se había desarrollado físicamente más fuerte que él y prometía ser un magnífico guerrero.

 

 

Asurbanipal a caballo cazando, bajorrelieve, palacio de Nínive, circa 640 a. C., British Museum, Londres. Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=611824

 

Por eso, cuando le mandó llamar, Argantonio pensó en Baelco, le sería de gran ayuda para lo que se avecinaba, si era tan grave como la vieja criada afirmaba. Ahora también necesitaba urgentemente a Hiramish, pero el sabio seguía en Gadir, tenía que mandarle volver inmediatamente.

¿Dónde estaría el actual jefe de la guardia? ¿Cómo hacer que regresara su tío? Pensaba a gran velocidad, pero todavía no tenía respuestas para tantos interrogantes. Ya estaba aquí Baelco con sus mejores compañeros de armas, jóvenes muy entrenados, preparados para enfrentar cualquier situación, por peligrosa que fuera.

Les explicó la visita de la vieja criada de la reina, el misterio que rodeaba al rey y la presencia de un extraño a la puerta de sus aposentos.

-Tienes que tener custodia continuamente, dos de mis mejores hombres estarán siempre contigo, no puede volver a pasar lo de esta noche, ni siquiera la criada de nuestra madre debía haber podido acceder a ti sin ser detenida. -Dijo Baelco, y añadió: -Hay que conocer rápidamente qué se está tramando, qué le sucede a nuestro padre, y dónde está nuestro tío. Empezaremos a trabajar en ello ahora mismo, pero con discreción, nadie hablará ni una sola palabra de esto más que entre nosotros. –dijo mirando a los que le rodeaban. -No podemos fiarnos de los que están con nuestro padre, ni de la favorita. A partir de ahora estad atentos, observad, que no se os escape nada. ¿Has mandado avisar a Hiramish? Nos va a hacer mucha falta el sabio fenicio.

-Sí, ya ha salido un mensajero en su busca.

Aquella noche, cuando se hizo el silencio, Argantonio, Baelco y dos jóvenes de la guardia se deslizaron por los sinuosos pasillos de palacio, camino de las dependencias del rey; no llevaban luces, iban en la oscuridad a penas iluminada, de tramo en tramo, por pequeñas teas suspendidas en las paredes. Antes de entrar en la sala, que daba acceso a los dormitorios de su padre, había dos guardias, cerca se oía un rumor de voces indescifrable. La pequeña expedición dio marcha atrás, y se encaminaron al jardín, por allí el acceso sería más sencillo.

 

 

Soldado pretoriano, Pérgamo, actual Turquía, en uniforme de cuartel, mármol blanco, s. II d. C., Museo de Pérgamo, Berlín. De Albert Krantz - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4311695

 

Al pie de la terraza había un sólo vigilante, y Argantonio había tomado un frasco de las pertenencias de Hiramish, le harían olerlo y la pócima haría su efecto. Lo hizo Baelco ayudado por su jóvenes guerreros, que inmovilizaron perfectamente al vigía. Después, los dos hermanos se encaramaron fácilmente a la gran terraza de los dormitorios del rey, mientras sus escoltas vigilaban abajo. La habitación estaba iluminada por varias luces, las tenues cortinas se movían con la brisa, pero dejaban ver el interior y el gran lecho del rey.

Allí sólo estaba la favorita, que gemía como si alguien estuviera con ella, incluso parecía agarrar las espaldas de un hombre, pero no había ni rastro del rey. Argantonio entró decidido hasta ella, que no dio muestras de verle, él le cogió una mano y la forzó a incorporarse, estaba en trance, seguía gimiendo, sentada en la cama. El joven se dirigió a un aguamanil cercano, tomó una vasija llena de agua e hizo señas a Baelco para que le tapara la boca, después le arrojó el líquido fresco sobre cara y pecho. Y la favorita volvió en sí de aquel estado, con un terror desmedido en sus ojos, quería gritar pero Baelco no la dejaba.

Argantonio la cubrió con una túnica seca, trató de calmarla y dejaron que gritara, podía formar parte de su noche de amor.

-¿Dónde está el rey? -Le preguntó en un susurro al oído.

-Está aquí conmigo. -Respondió ella, tocando suavemente la superficie de la cama.

-No, estabas tú sola, gimiendo desnuda, pero sola.

-¿Qué dices? ¿Crees que estoy loca o que simulo el amor del rey? -Le interpeló hablando más alto, pero asustada. -No, el rey estaba conmigo, vosotros os lo habéis llevado. -Afirmó, tranquilizándose a sí misma.

Argantonio le hizo un gesto de que hablase más bajo.

-¿Te dan a beber algún filtro antes de acostarte con él?

 

 

Bodegón con copa de cristal y vaso de plata, Willem Claesz Heda, 1633, Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

-Bebemos vino, del mejor, durante largo rato, -vaciló cada vez más atemorizada, y continuó -en la antesala, después venimos aquí.

-Te están administrando un bebedizo con el vino y entras en un trance de amor. No ves ni oyes nada real, todo lo que crees vivir, no es más que un sueño. -Dijo Argantonio pensando en voz alta, y empezando a entender el entramado que se había tejido alrededor del rey.

Baelco desenvainó su espada, se acercó a una puerta lateral cubierta por pesados cortinajes, tras ellos los abrió con sumo cuidado y entró a la estancia, allí yacía el rey durmiendo en un lecho, estaba solo, respiraba entrecortadamente, pálido y demacrado, a la luz de las teas, parecía más avejentado que nunca. Volvió a ellos y les hizo señas para que entraran, ella al ver al rey ahogó un grito con sus manos. Salieron de nuevo al gran dormitorio. Y Argantonio le dijo:

-Los que rodean a mi padre te están utilizando para dar una imagen de normalidad, pero ya ves como está el rey. La próxima noche no bebas el vino, haz como que lo haces y luego simula un trance y observa todo lo que sucede a tu alrededor. No cuentes nada de esto a nadie.

Ella asintió y se acostó en la cama a esperar el amanecer, en que vendrían sus criadas a llevársela al ala de las mujeres.

Aquel día fue plúmbeo, el cielo cubierto de negros nubarrones, y una atmósfera electrizada, presagiaban tormenta, pero Argantonio y Baelco, acompañados de sus jóvenes guardianes, habían salido sin ser vistos hacia la desembocadura del Tarschich. Allí prepararon lo que harían, no esperarían a Hiramish, porque Baelco ya conocía por sus espías, quién estaba tras la maquinación. Retornaron antes de que se pusiera el sol, por separado y por la zona del laberinto. Había empezado a soplar un viento huracanado, que silbaba por todas las dependencias de palacio, haciendo volar las delicadas cortinas. Uno de sus criados más fieles le avisó:

 

 

Tormenta sobre Dordrecht, óleo sobre lienzo, ca. 1645, Aelbert Cuyp. Emile Bührle Collection, https://buehrle.ch/en/artists/cuyp-aelbert-2/

 

-Señor, vuestro tío Ashar ha regresado en secreto, y os espera en vuestro jardín privado, tras el macizo de laureles, me ha dicho que no desea ser visto por nadie en palacio.

Se saludaron con afecto y Ashar le comunicó sus temores, rumores y retazos de conversaciones que había oído río arriba.

-He soñado, o creo que he soñado, con el sabio Hiramish, que venía a verme en las Sierras del Norte de Onuba, donde paraba, y me conminaba a volver urgentemente a tu lado, y que solamente te viera a ti en primer lugar. Yo creo que estaba despierto, no era la noche, ni estaba en la cama, y yo no duermo en otros momentos…, pero le vi así, como a ti, y luego ya no estaba... Además, hace tiempo que llevo escuchando extraños rumores sobre mi hermano y la favorita. Así que, aquí estoy, con mis mejores hombres armados, y a tus órdenes. ¿Qué sucede en palacio?

Su guardia estaba acampada muy cerca, entrarían a media noche, cuando se les hiciera una señal luminosa desde la azotea de las habitaciones del heredero. Argantonio le contó lo que sabía y cómo pensaban actuar aquella misma noche.

Todo se precipitó de forma vertiginosa. La guardia de Ashar ya estaba en palacio, rodeando toda la zona de las dependencias del rey, se les pudo ver ostentosamente presentes; Baelco llevaba a sus jóvenes guerreros armados tras de sí, y Argantonio y su tío iban a continuación.

 

 

Lanceros asirios, bajorrelieve del palacio de Asurbanipal, Nínive, Museo de Pérgamo, Berlín, De © José Luiz Bernardes Ribeiro, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=62861792

 

Los conspiradores estaban reunidos en la antesala del dormitorio del monarca. Al ver al primogénito acompañado de su tío, algunos palidecieron, porque trastocaba totalmente la situación, el resto bajó los ojos, y todos hicieron una reverencia de respeto. El joven les saludó ligeramente y se dirigió con rapidez hacia el lecho, donde su padre era una sombra del hombre que había sido. Se arrodilló a su lado y susurró:

-Padre, padre, soy yo, Argantonio, ¿Cómo os encontráis? -Unos ojos vidriosos desconocidos y que no parecían reconocerle, en el fondo de una cara adelgazada exageradamente, fue todo lo que encontró. -Padre, ¿Podéis oírme? -Detrás de él, el jefe de la guardia le decía en voz baja.

-Creo que no oye nada.

Un criado bajó corriendo desde las azoteas.

-Señor, Argantonio, ¡Viene el sabio Hiramish!

El joven sonrió satisfecho, mientras en la antesala se producía un rumor apagado de inquietud.

-Hazle venir aquí inmediatamente, él sabe bastante más que los que siempre han rodeado a mi padre.

En seguida, entraba uno de los sabios que cuidaban del monarca y saludando al heredero, trató de hacer beber un vaso con líquido oscuro al enfermo. Argantonio se adelantó y, con vehemencia, dio un manotazo sobre el brazo del viejo, que dejó caer la preciosa pócima sobre el suelo. Unos ojos de odio infinito se clavaron sobre el joven.

 

 

Vaso bicónico de cerámica tartésica a mano bruñida, s. IX a. C., Museo de Jerez, Jerez (Cádiz) https://www.jerez.es/webs-municipales/museo-arqueologico/la-coleccion/seleccion-de-piezas/detalle-de-pieza/vasito-biconico-tartesico

 

-¿Qué hacéis, insensato? ¿Acaso queréis dejar morir a vuestro padre? Preparar este brebaje me ha llevado todo un día, y el tiempo es una gracia de los dioses, que tratamos de detener en nuestro señor.

-No sé qué es lo que tramáis, pero tengo la certeza de que no es bueno para mi padre ni para mí. Siempre creí que vuestros saberes y conocimientos estaban al servicio del rey de Tarschich, pero veo que pensáis más en vuestro beneficio. Salid de aquí ahora mismo, si no queréis que os eche yo a patadas. Y decid a vuestros secuaces que Argantonio no dejará que sigáis adelante con vuestros planes, nadie dominará más a mi padre y, mucho menos, a mí.

-Todos sabrán detalladamente vuestro desprecio por la salud del rey, y se os podrá acusar de traición, Argantonio.

-No digáis más infundios o mandaré que os corten primero la lengua y después la cabeza. -Amenazó iracundo el príncipe, y el sabio salió del aposento con una violencia mal contenida.

En una vecina habitación le esperaban los maquinadores. Les interpeló hablando por lo bajo, pero con furia.

-El heredero ya está con su padre y ha arrojado al suelo nuestra pócima. Si tenéis a los hombres apostados cerca de palacio, dad la señal para que entren. Hay que imponerse por las armas ahora mismo.

-Ashar ha traído a sus mejores hombres, que en este momento rodean toda esta zona, Baelco tiene a los jóvenes guerreros en el interior, en los pasillos y en la gran sala; eso supone un duro enfrentamiento armado. Yo no dije jamás que estuviera dispuesto a derramar la sangre de la estirpe real de Tarschich. -Precisó firmemente el señor de las tierras altas y continuó: -No seré yo quien haga correr su sangre divina, no contéis conmigo para ello. Una cosa era utilizar artes mágicas para mantener vivo al padre, y otra muy distinta agredir a mi rey y señor. Vosotros, los mejores señores de este reino, no los secundéis. Se acabó el plan, yo parto para mis tierras. ¿Quién tiene obligaciones que cumplir en sus propiedades? -Preguntó apremiándoles a abandonar la sala.

 

 

Sargón II, rey de Asiria, Imperio Nuevo, a la derecha, y su hijo el príncipe Senaquerib, bajorrelieve del palacio de Dur Sharrukin, s. VIII a. C., Museo del Louvre, París. De Desconocido - Jastrow (2006), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=53024

 

Los señores hicieron ademán de salir tras él, y el de Onuba también se echó para atrás en sus planes.

-No era mi intención matar al heredero, tan sólo una medida de presión y una garantía para nuestro proyecto de tutela. -Y dirigiéndose a los dos magos, añadió: -He recibido un mensaje de mi hijo, me necesita en las minas de la sierra, parto ahora mismo con mis hombres. Si el rey muere, regresaré a sus exequias y a la ceremonia de coronación del príncipe. -Y salió de la habitación, como si jamás hubiera oído de maquinación alguna.

Consejeros y sabios se sentaron abatidos y en silencio. Tratarían de salvarse de la forma más discreta posible. Pero temían lo que hiciera Argantonio a partir de ahora.

Llegaba el maestro. Tenía el rostro frío y acerado y la mirada durísima, era la prueba de que obedecía estrictamente a la orden de su alumno, pero no deseaba entrar allí. Observó detenidamente el cuerpo postrado del orgulloso rey, que hacía años le había llamado para educar a su hijo, palpó sus manos, tocó su frente y escuchó en su pecho desnudo. Estaba en esa actitud cuando entró Baelco, traía su mano derecha sobre el puño de la espada y el rostro altivo, había ido personalmente a buscar a la reina y a las dos princesas. Fuera, los dignatarios cuchicheaban. La esposa del rey se arrodilló y comenzó a hacer gestos silenciosos de dolor, sus hijas la imitaron, era el papel reservado a las mujeres en momentos como aquel.

-¿Cómo está el rey? -Preguntó Argantonio a su preceptor.

-Le queda muy poco de vida. Agonizará en unas horas.

-¿Qué le sucede? ¿Le han abandonado los dioses? ¿Es la hora marcada por el destino o podría sanar?

-Lo que ya está muerto no puede sanar; tu padre ha sido mantenido vivo en las puertas de la muerte, mediante hechicería de origen muy turbio. Tú tienes que ser rey, Argantonio, a pesar de que los buitres estén esperando un trozo del cadáver... Hay que quitarle esa piedra que lleva colgada al cuello, no darle más pócimas y eliminar el encantamiento que le domina. 

 

 

Esmeralda sobre ganga, De Géry PARENT - Trabajo propio, CC0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15909108

 

Baelco cortó con su cuchillo el cordón de cuero que sujetaba una piedra de color verde transparente de extraña belleza y la arrojó en una esquina del cuarto, pero Hiramish la recogió.

-Tal vez si tú le hubieras reconocido antes, podrías haberle ayudado. -Argumentó el príncipe.

-No, tu padre no deseaba que yo le viera. Hace tiempo que vengo sintiendo la fuerza de una energía oculta que entró en palacio y trata de dominarlo: primero, tomando la forma de la muerte de tu padre, después, queriendo arrancarte el trono.

-¿Por qué no me has dicho nada? ¿Por qué no me lo has advertido?

Argantonio estaba indignado, todos en palacio se permitían ocultarle lo que sabían.

-Así, será difícil ser rey. -Se dijo a sí mismo.

-Hay hechos en los que me está prohibido intervenir.

-¿Qué quieres decir? Habla claro y déjate de oscuridades. Queda poco para que sea ungido y coronado, te exijo que hables. -Le apremió con firmeza más propia ya de un rey que de un joven heredero.

-Cuando tengo la iluminación de ciertos acontecimientos, para mí no están tan claros como ahora te pueda parecer a ti, es entonces cuando sé por el don que se me ha conferido y los conocimientos que he alcanzado, que no sólo no puedo inmiscuirme en su curso, sino que no puedo hablar de ello. Pero si lo que se me revela se hace patente de forma notoria, entonces sí, sé que puedo actuar libremente.

Argantonio dio la espalda a Hiramish, tenía que tomar las riendas de los sucesos que se estaban produciendo a su alrededor. Su tío, el jefe de la guardia estaba de nuevo allí y a él se dirigió.

-Hay que hacer público que el rey está gravemente enfermo. Manda avisar a los sacerdotes de los templos del reino y a los de la fortaleza fenicia para que se hagan rogativas y ofrendas por su espíritu. Haz venir al mayordomo real, en palacio hay que preparar las exequias, un enterramiento digno del rey de Tarschich, y la ceremonia de coronación. También quiero ver al jefe del tesoro. -Y hablando más bajo le advirtió. -Que te ayuden hombres de confianza. Cuando todo esto haya pasado y dejes tu cargo de jefe de la guardia, pídeme lo que quieras. -Sus decisiones y órdenes eran las de un monarca.

Una vez superada la sorpresa de los sucesos, estaba firme y tranquilo. Se dirigió a su madre, con los años casi una desconocida.

 

 

Teodora, esposa de Justiniano, emperatriz de Bizancio portando un manto teñido con púrpura y orla de oro, s. VI d. C., mosaico de la Basílica de San Vital, Rávena, Italia,

Di Petar Milošević - Opera propria, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=60402597


 

-Madre, ahora sois vos quien debe estar al lado del rey. Demasiado tiempo nos han ocultado lo que pasaba, ahora somos, vos, mis hermanos y yo, quienes permaneceremos con él. Los consejeros y los sabios ya no entrarán en la estancia. La guardia y sus antiguos criados estarán continuamente a la puerta para lo que necesitéis.

Su madre le miró asombrada, todo era nuevo para ella, aquel extraño protagonismo al que no estaba acostumbrada, las palabras tan directas de su hijo mayor, todo la turbaba y le impedía responder. Únicamente fue capaz de asentir suavemente con la cabeza, bajando humildemente los ojos y volvió a sentarse a la cabecera de la cama de su esposo, al que no veía desde la última ceremonia en el templo de Melkart en Gadir, hacía más de tres lunas.

Fue una corta agonía, como había advertido Hiramish. Unas horas después, al amanecer, entre los llantos de las mujeres y el olor a aceite perfumado de los quemadores, se acabó la vida del rey de Tarschich. 

 

 

Amanecer invernal.

 

Precisamente al salir el sol, cuando los mensajeros acababan de llevar sus noticias, comenzaban las rogativas en los templos de la vecina fortaleza.

Argantonio redactó un escrito con la triste nueva y anunciando las exequias, e inmediata coronación. Mientras tanto en palacio, el mayordomo, toda la guardia y el jefe del tesoro, comandados por su tío Ashar, estaban preparados por si ocurría algún imprevisto.

Los maquinadores quedaron encerrados; los señores les habían abandonado a la hora de dar un golpe de mano.

Después de confinar a los participantes de la intriga, se preguntaba inquieto qué escarmiento dar a sus levantiscos señores, a los interesados consejeros y a los malvados sabios. Estuvo dando vueltas a las opciones, y después llamó a Hiramish para conocer su opinión.

-Maestro, he estado pensando qué castigo aplicar a los que han rodeado a mi padre en sus últimos tiempos, y trataban de arrebatarme el poder. Tengo tres alternativas: que el instigador pague por todos y al que juzgue más culpable, mandarle cortar la cabeza; desterrarlos quitándoles todos sus bienes; o perdonarlos porque en una coronación sólo puede haber alegría. Tú, ¿Cuál me aconsejas?

-La última. Sé magnánimo, porque vas a ser un gran rey y, sobre todo, porque está escrito que nadie se levantará contra ti, ni tramará más. Si le cortas la cabeza a uno, su sangre caerá sobre tu reinado, que debe nacer limpio de ella. Por otro lado, si los destierras, ¿A dónde irían? A la cercana Gadir, donde alimentarían su odio y su venganza. Así variarías el sentido de tu destino, y las estrellas ya no hablarían de la tranquilidad de tu tiempo.

-Si los perdono ahora, ¿Puedes asegurarme que no habrá más maquinaciones?

-Estate tranquilo, los dioses han preparado tu camino.


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