IV
El tiempo parecía no transcurrir en Tarschich: acontecimientos, devenir diario y la vida, en una palabra, se sucedían en un tono tan equilibrado y sin altibajos que los años eran iguales unos a otros. El sufrimiento y el dolor no visitaban el palacio desde hacía muchas primaveras; los conflictos humanos y las alteraciones del curso normal de la naturaleza se habían alejado del reinado. Argantonio paladeaba lo que ya había identificado con la felicidad perfecta, en el paraíso de su tierra bien amada. ¿Qué o quiénes podrían romper el cumplimiento del oráculo? En su interior pensaba que no había nada ni nadie capaces de tal despropósito, él sería el más grande de los reyes de su dinastía para siempre.
Hiramish pasaba largas temporadas en su casa de Gadir y cuando regresaba a Tarschich, semejaba venir del otro confín de la tierra, de lo transfigurado que se le encontraba. Argantonio se interrogaba, una y otra vez, qué hacía su maestro tanto tiempo de nuevo en la fortaleza fenicia. Conocía su amor por la ciudad, tenía constancia de que visitaba regularmente una taberna-prostíbulo, comprendía su deseo de independencia y de libertad, pero no alcanzaba a entender cuáles eran sus desvelos y su búsqueda. Por alguna razón que se le escapaba, la vuelta a sus estudios tenía que ver con el traslado a la ciudadela del cofre de cedro y plata que hacía años se había traído a palacio.
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Cofre de madera y cobre repujado, ¿España? s. XV - XVI, British Museum, Londres. De Ángel M. Felicísimo from Mérida, España. |
Por aquellas fechas decidió mandar hasta Gadir a dos hombres de su confianza, un sabio y un capitán de la guardia, para que siguieran los pasos del maestro e indagaran sobre sus trabajos, como había hecho sin resultados en otra ocasión, hacía ya bastante tiempo. Hiramish sabía que era espiado por orden de Argantonio, y se dejaba observar tranquilamente, sonriendo en sus adentros.
Cuando volvieron a su presencia le contaron a dúo:
-Viajó a Gadir sin detenerse en otro lugar. -Comenzó el sabio.
-Lo primero que hizo en la fortaleza, fue solazarse con una danzarina en una taberna-prostíbulo, donde va habitualmente. Y si está más de siete días, regresa de nuevo a yacer con ella-Añadió el capitán.
-Al segundo día se recluyó en su casa, frente al mar y se dedicó a trabajar de noche y dormir de día. Observa las estrellas en la oscuridad sin luna, y consulta viejos papiros en una habitación iluminada por antorchas. En la soledad nocturna, abre un cofre de cedro y herrajes de plata, de donde extrae tres esferas perfectas: transparente, verdinegro y azul intenso, que coloca en forma de triángulo; dispone unas tablillas, que mira de vez en cuando, y sobre un recipiente, que tiene en la misma mesa, vierte unos polvos que hay en unos pequeños sacos de cuero. -Describió con detalle el anciano.
-Antes de que salga el sol, guarda todo en el cofre y se retira a su habitación. Son muchos en Gadir los que creen que realiza magia, para hacer hablar a las plantas, los animales e incluso a las piedras. -Acabó el joven.
-No creo que a Hiramish le interese hacer hablar a los animales. ¿Le preguntará a los monos y a los pavos de mi jardín? -Pensó Argantonio. -Es poco probable. Él busca algo más importante, pero no es fácil saberlo.
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Pitágoras en el Pórtico Real, 1145 - 1150, de la catedral de Chartres, Francia.
De Jean-Louis Lascoux - Trabajo propio, Dominio público. |
-Hace días descubrió algo, porque estaba inquieto y daba vueltas alrededor del aposento frotándose las manos. En un momento determinado, toda la estancia se iluminó, su rostro brillaba con una extraña luz. Nunca, en mi dilatada vida, he contemplado algo parecido, señor. -Afirmó el viejo sabio.
-Es cuanto hemos visto, señor, y no nos hemos apartado de su vigilancia. -Precisó el capitán.
-Está bien, es suficiente. -Dio por terminada la reunión y se quedó pensativo durante largo rato.
Antes de que volviera de su retiro, Argantonio mandó llamar a un criado de palacio, que servía a Hiramish, y le ordenó que cuando este llegara le hiciera pasar por el camino enlosado de mármol que bordea el estanque, para que entrara a la sala de audiencias; previamente debería haber avisado al rey. Cuando esto sucedió, Argantonio subió a la azotea que ahora disfrutaban sus hijos, como él hizo antaño. El rey quería rememorar viejos tiempos, y reír después con su antiguo preceptor, recordando el día en que, llamado por su padre, llegó por primera vez a palacio.
-Allí viene, es igual que en aquella lejana fecha en que yo me admiré por su altivez y prestancia entrando en la casa del rey. Entonces pensé: "Es todavía joven", y hoy parece que el tiempo no ha pasado por él, no ha cambiado nada. ¿Cuántos años tendrá? Incluso podría decir que es más joven que yo...
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Paseo de los pinos, Casita del Príncipe, El Escorial. |
Bajó desde el terrado para recibirlo.
-Pareces feliz por los resultados de tu viaje. -Comenzó, cuando el preceptor le hizo una reverencia. -Desde la azotea, te he visto llegar, y me ha venido a la memoria aquella tarde de primavera, en que por primera vez, pusiste el pie en el palacio de Tarschich, ¿Recuerdas?
-No lo olvidaré jamás, señor, tu padre te hizo venir y supe que te serviría durante toda la vida.
-Ha transcurrido mucho tiempo...
-Mucho...
-¿Qué buscas con tanta insistencia, Hiramish?
-Tan sólo trato de procurarme el camino de la sabiduría más alta y es una senda que no tiene fin.
-¿Solamente?
-Nada más.
-Ha llegado el momento de que comiences la educación de mi hijo primogénito a la edad que lo hiciste conmigo, y con la misma dedicación. Deseo que lo prepares para ser un buen rey, aunque el oráculo de su nacimiento no pareciera tan extraordinario como el mío, quiero que sepa mantener la estirpe con dignidad y orgullo.
-Cada destino es diferente y un misterio, a pesar de oráculos y vaticinios. Tu hijo no llegará nunca a ser como tú, pero yo le trasmitiré todos mis conocimientos como hice contigo.
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El Guadalquivir en Doñana. |
-A su edad, yo me escapaba solo a pasear a caballo y descubrí las cercanías de Gadir, los talleres de los orfebres de más arriba del río, los campos de labranza de los señores de las tierras altas y frecuenté las marismas; estas se convirtieron en el centro de mi vida entonces, allí supe que estaba elegido para ser un gran rey. Mi hijo mayor no demuestra curiosidad, cuando sale lo hace con el criado y una pequeña guardia. Creo que no conoce la desembocadura del Tarschich. Me pregunto si alguna vez podrá ver en el océano lo que yo soy capaz de penetrar... -Argantonio hablaba despacio, ligeramente melancólico, como no era costumbre en él. Hiramish trató de tranquilizar las sombras de su pensamiento.
-Ya lo hará, es un hombre distinto a ti, porque diferentes sois tú y tu esposa a como fueron tu padre y tu madre, y el mismo reino es hoy más grande, más poderoso y respetado que en los tiempos de tu infancia.
-Empezarás a enseñarle, debe dedicar tiempo a educarse y dejar tanto entrenamiento militar y juegos de niños.
-Tu deseo se cumplirá, mi señor.
El joven Baalcar había crecido los primeros años junto a su madre, en la zona de las mujeres, y en plena niñez había pasado a las habitaciones de los hijos del rey, las que antaño ocuparan Argantonio y su hermano. Años después lo hizo el último hijo de Laelia, el más pequeño.
Para la continua atención de su primogénito, Argantonio había buscado un criado mayor, experto y serio, parecido al viejo Arguris, pero no había nadie semejante, tenía algunas de sus características, pero aquella lengua feraz y a veces indiscreta era algo imposible de encontrar, no había otro locuaz Arguris. Cuando él murió, se llevó su molde, pensaba Argantonio, mientras escuchaba aburrido los informes que le daba el criado responsable de su hijo.
Creía el rey que al darle el mismo ambiente, análoga preparación e iguales criados, el joven sería otro Argantonio, gran rey de Tarschich; pero a veces desesperaba, al comprobar que ni el tiempo era idéntico al suyo, ni él podía perpetuarse en un hijo tan distinto. Baalcar era un joven atractivo, muy parecido a su madre y por eso su sangre, su carácter y algunos de sus gustos, tenían su lejano origen en una isla que ni siquiera conocía, más que allí en palacio, al lado del Tarschich. Era difícil de aceptar por el rey, que hubiera deseado una copia de sí mismo.
El maestro había visto el futuro, pero no quiso comunicárselo a su señor, era demasiado aciago.
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Brazalete con dos serpientes unidas, oro, Grecia, helenístico, S. III - II a. C., photo Günter Meyer.
https://www.schmuckmuseum.de/en/the-museum/the-collection.html#c89095 , |
-Los días nefastos deben ser vividos por cada hombre, porque la vida y el destino lo requieren, conocerlo de antemano no hace que los dioses nos libren de ellos. -Pensó cuando leyó en las estrellas, primero, el porvenir del primogénito, y después, cuando sintió los negros presagios que se acercaban a la casa real.
Fue una mañana soleada, en que Baalcar jugaba tras unos monos; aquellas parejas que llegaron a la boda de su padre, se habían multiplicado y llenaban los jardines con sus gritos, saltos y otras gracias. Había acabado su entrenamiento con el capitán de la guardia, y se entretenía persiguiendo a los macacos entre unos arbustos, el criado le seguía de cerca por los caminos de arena, recordándole a voces:
-Mi joven señor, el maestro Hiramish debe de estar dispuesto para vuestra enseñanza, no le hagáis esperar…, vuestro padre se enfurecerá. ¡Volvamos a las habitaciones de estudio! ¿Qué sucede Baalcar? -Gritó el viejo, asustado al observar la expresión de dolor en el rostro del heredero, mientras saltaba desde unas hierbas altas hacia el camino. El criado miró al suelo, una pequeña serpiente de tonos marrones y cabeza triangular había hecho frente a su amo y desaparecía entre el verde.
Baalcar se apretaba la pierna con ambas manos, cerca de dos punzadas rojas.
-¡Aquí la guardia, acudid en ayuda de nuestro señor! -Pidió el hombre, demasiado cascado para tomar en sus brazos al joven. En seguida corría en su auxilio y lo transportaba a palacio. Hiramish fue el primero en verle. Ordenó a Melkartés que le trajera algunos instrumentos guardados en su aposento e hizo avisar al rey. Cuando Argantonio llegó desencajado, el maestro fue conciso.
-Debo abrirle la mordedura rápidamente y extraer el veneno. Si no es demasiado tarde, eso le salvará de la muerte.
-Hazlo. -Respondió y salió del cuarto.
El maestro cortó la carne de la pierna del joven y un chorro de sangre brotó manchando los lienzos blancos del lecho y las manos del maestro, que aplicó su boca sobre la herida y trató de extraer el maligno líquido. Vendó cuidadosamente el corte con lino limpio traído por los criados, y palpó los miembros del joven, que se había desmayado. El sabio se sentó al lado de la cama y allí permaneció durante horas, mientras el muchacho iba muriéndose poco a poco.
Argantonio mandaba al mayordomo para que le dijera cómo seguía, pero no volvió a la habitación. Laelia había corrido por todo el palacio desde el ala de las mujeres, hasta arrodillarse delante de su hijo. Tocó sus manos y estaban hirviendo, acarició sus cabellos y se encontraban sudorosos, escuchó muy cerca las delirantes palabras que pronunciaba en voz baja durante toda la noche. Al amanecer, la madre sintió que aquellas manos se enfriaban e iban resbalando desde el pecho lentamente. Hiramish puso sus sensibles dedos sobre un lado del cuello del adolescente y su mirada pareció más negra que nunca.
-Se ha acabado. -Le dijo a la reina, y a ella le invadió una pena y un dolor mucho mayor del que jamás había sufrido en aquel palacio. Quedó quieta, como si fuera de piedra.
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Diosa Isis de luto, madera pintada de estuco, dinastía ptolemaica, 323 a 30 a. C., Roemer- und Pelizaeus-Museum, Hildesheim, Alemania.
De Einsamer Schütze - Trabajo propio |
Arrodillada en el duro suelo y sentada sobre sus piernas. Las manos cruzadas una en la otra, sobre los muslos. Los ojos fijos en su hijo.
Argantonio fue a ver al heredero ya preparado para ser incinerado. Baalcar estaba pálido y parecía más delgado de lo que en realidad era. La túnica blanca y larga que lo envolvía le daba un aspecto irreal. El padre miró al hijo perdido, allí en aquel cuerpo yerto yacía el que iba a ser rey de Tarschich, el primogénito, el elegido. ¿Qué sería de la monarquía más antigua de Occidente, de la vieja estirpe de Gerión y del Atlante? Era el más pequeño, el otro niño, que sólo contaba cinco años, el que debería reinar.
-Pero... ¿Será lo mismo? -Se interrogó; por el momento no sabía la respuesta.
Baalcar fue enterrado en una espaciosa tumba, sus cenizas guardadas en una vasija de alabastro, rodeado de raros objetos, una valiosa hidria cerámica griega, un quemador de perfume, dos lucernas, un huevo de avestruz decorado en rojo oscuro, su espada, su lanza y su cuchillo, y un pequeño pectoral de oro que Argantonio había mandado hacer para él cuando cumplió los doce años. Cerca descansaban otros muertos de la familia real de varios cientos de años, grandes piedras finamente talladas o algún monumento funerario señalaban el lugar. Para él, se utilizaría una enorme arenisca donde se grabaría su nombre y algunos dibujos de palmetas y flores, encima un león durmiente, símbolo de vida eterna, coronaría su estancia, decidió Argantonio, que mandó hacer la pieza al mejor esculpidor de Tarschich.
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Hidria decorada con la lucha de Herakles con Apolo por el trípode oracular de Delfos, arcilla cocida y pintada, 530 a. C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid. https://www.man.es/man/coleccion/catalogo-cronologico/grecia/hidria.html |
El tiempo se cernió sobre palacio como una espesa niebla, idéntica a la que se adhería al gran río en los otoños y primaveras, dándole un ritmo melancólico de lentitud y tristeza que era muy difícil despegar. ¿Cómo olvidar la muerte de un joven heredero, en un reino orgulloso y exultante de sus raíces milenarias?
Los comerciantes samios iban y venían a Tarschich en una relación periódica y bien cuidada por Argantonio. Gadir se había quedado a un lado en sus intercambios comerciales que ahora eran muy esporádicos y escasos. Los de la isla de Samos, los habían hecho casi innecesarios. Por su parte, los fenicios gadiros habían continuado sus viajes al Norte con el buen tiempo del verano, el estaño estaba así asegurado, pero no el hierro, el cobre y la plata que Argantonio controlaba celosamente.
El rey pasaba su tiempo entre los asuntos comerciales, las navegaciones que enviaba a las islas del estaño, la vigilancia de los aportes de los señores, la producción de las minas y de los campos y sus amores con Om-Gueba. Era ella quien le consolaba, en las noches de soledad y dolorosos recuerdos de lo que todavía no había olvidado.
Solamente frecuentaba el templo de la diosa luna en la ciudad de Tarschich. Había dejado de ofrecer los toros de las marismas a Melkart, como si el dios no fuese digno de su sacrificio; ya no era ni garante ni juez en el templo de la Isla de los Olivos Silvestres, pues casi no había operaciones comerciales entre los de la fortaleza y su reino.
-Basta de diplomacia. Si no hay intercambio, no hay ofrendas. Argantonio no debe nada a Gadir.
-Como gustes, mi señor. -Le había respondido Hiramish, que no vio ningún obstáculo a la nueva política de preferencia helénica de su monarca. -Las estrellas marcan tu camino brillante y sin entorpecimientos, aquello que inicies lo culminarás con éxito.
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