lunes, 13 de enero de 2025

Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 16

 

Cuarta Parte


                           I



Acaba de regresar de la ofrenda de plenilunio en el templo de la madre luna; ayudado por Mesar y otro criado, se despoja de las piezas de oro más pesadas que luce en la ceremonia: la corona, los pectorales, los brazaletes y el cinturón a juego; se queda tan sólo con su ancho cinturón, el de placas con dibujos repujados repetidos de un hombre luchando con un león, y el anillo, del que nunca se desprende. La luna desciende en su recorrido nocturno, es hora de intentar dormir, Argantonio se echa sobre el lecho, sabiendo que no podrá conciliar el sueño como lo hacía años antes, cuando era joven.

 

 

Tesoro tartésico del Cerro del Carámbolo, oro, filigrana, granulado, laminar y microsoldadura; s. VII-VI a. C., Museo Arqueológico de Sevilla.

 

-Ya en los tiempos negros que siguieron a la muerte de mi amada Om-Gueba, -Aún mi corazón se estremece al recordarlo, tan grande fue la herida, pues ella sigue allí enseñoreándolo como ninguna otra mujer lo hizo. -empecé a no poder dormir como cuando estaba con ella... ¡Cómo reíamos cuando yo la acariciaba, y ella me enseñaba los nombres de cada trozo de su cuerpo, en su lengua difícil y gutural! Yo sabía más de su idioma, que ella del nuestro, no quiso aprenderlo, pero aquello a mí no me importaba, era hermoso tener unas palabras diferentes para nosotros solos, para nuestras noches de amor, que yo hubiera deseado que fueran todas.

Había pasado un año, al final de verano yo seguía melancólico y apagado, apenas había salido de palacio desde la vuelta del templo de la luz divina, pero aquella tarde le dije al maestro, en fenicio, como raras veces hacía:

-Salgamos a correr a caballo, Hiramish, te llevaré a ver los campos de trigo que deben de estar a punto para la siega. Si el viento de Levante sopla sobre ellos, parecen un mar de oro casi tan bello como el océano.

Y salimos, rumbo a la campiña no lejos de la ciudad.

Galopaban a gran velocidad, hasta que avistaron los campos cultivados. Eran tierras fértiles al Sur del gran río, llanuras con algunos suaves montículos y cerros. Trigo, cebada y vides ocupaban grandes extensiones de terreno que se perdían en el horizonte. Encontraban esclavos cuidando de las viñas; cortando las primeras espigas maduras; aventando la cebada recién recogida; de vez en cuando, aparecía un grupo de edificaciones más o menos pequeño, donde vivían los capataces que vigilaban el cultivo y a los siervos y criados, y se guardaban los aperos de trabajo. A veces, había manadas de vacas pastando, ovejas y cabras cuidadas por algún pastor, y en las zonas más alejadas cubiertas por encinas, piaras de cerdos.

 

Campos de trigo en la Campiña de Cádiz.

https://informacionagropesquera.com/2023/04/12/estado-de-los-cultivos-264/


 

Argantonio caminaba al paso en silencio, Hiramish lo hacía a su lado observando la tranquilidad del entorno, pero el rey salió de sus pensamientos y le dijo de forma inesperada:

-¿Ves aquel hombre que cuida ese rebaño de ovejas? Aunque no te lo parezca, es ciego de nacimiento, pero toca la flauta como el mejor músico de mi reino. Cuando era adolescente, él era un joven pastor, yo venía por estas campiñas y me acercaba a escucharle. Se llama Arseron, y es capaz de compartir el poco pan y queso que lleva, con cualquier desconocido que le trate amablemente.

-¿Te reconocerá?

-He hablado muchas veces con él y he disfrutado de su queso de oveja y su pan oscuro y un poco duro. -Respondió con una ligera sonrisa, la primera en muchas lunas. -Ahí donde le ves, es más sabio que tú. -Hiramish le observó perplejo, pero afirmó:

-Probablemente, no me considero dueño de la verdad o de la sabiduría. Vayamos a saludarle.

-Buenas tardes, Arseron, ¿Cómo estás? Ya veo que tienes nuevos perros, cuidando de que no se pierdan los corderos recién nacidos.

-¿Los habéis visto, señor, qué hermosos son? Sólo con tocarlos se puede apreciar.¡Cuánto tiempo sin escucharos, mi señor! ¿Hoy venís acompañado?

-Sí, es el sabio Hiramish.

-¡Ah! Buena compañía; escuchad, los perros vienen a saludaros, no sé qué tenéis, mi señor, que mis perros siempre os quieren.

Efectivamente, los grandes guardianes del rebaño, que acompañan al viejo, se han acercado moviendo el rabo a lamer las manos del rey, que acaricia la cabeza de uno de ellos. Después olisquean al maestro, para salir corriendo a continuación tras unas ovejas que se han alejado demasiado.

 

Un rebaño, E. M. Alba y Massa, óleo sobre lienzo, hacia 1900, Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

-Arseron, ¿Podrías tocar alguna canción para el maestro?

Como respuesta, el pastor rebusca a tientas en un zurrón de piel que lleva colgado, extrae una flauta de caña toscamente trabajada y comienza una balada tan hermosa como triste. Los dos se sientan en el suelo, a los pies del viejo y escuchan extasiados las penetrantes notas que parecen venir de un mundo lejano y extraordinario.

Antes del anochecer regresaban a palacio, y Hiramish le preguntó extrañado:

-Señor, el pastor no sabe quién eres, ¿Verdad?

-No, pero le basta que me haya parado a hablar con él siempre que voy por allí, para amarme como a un rey.

El curso de la vida volvió lentamente a ocupar el corazón de Argantonio, y aunque en su interior guardaba una tristeza difícil de alejar, poco a poco se sintió el hombre que era y el rey que tenía que ser.

Se dedicaba, cada vez más, a descifrar con la ayuda del maestro los jeroglíficos de los papiros egipcios que había en la biblioteca. Pasaba horas y horas de la mañana a la tarde, tratando de comprender el sentido profundo de aquellos textos, que a menudo se referían a medicina, plantas curativas, estudio de las estrellas y otros más crípticos, del camino de los muertos, que Hiramish le desvelaba. En este afán de encontrar la sabiduría, Argantonio le pidió a su antiguo preceptor que le enseñara la vieja lengua caldea, para entender documentos muy antiguos guardados celosamente.

Más adelante, volvió a leer los versos que recogían la historia, las leyes, las tradiciones de su país. No los había olvidado, pero le gustaba releer aquellas rimas conocidas de memoria en sus primeros años de aprendizaje. Le impresionaban especialmente unos párrafos dedicados a la magna sabiduría, como grado supremo para los reyes de Tarschich, que debían impartir justicia, ser prudentes y hacer rico y poderoso su reino. Le parecía que él estaba marcado por el destino para satisfacer aquellas exigencias, no sólo porque lo hubieran dicho las estrellas el día de su nacimiento, sino porque hasta ahora, había conseguido buena parte de sus proyectos.

 

 

Plaza de España, 1914 - 1929, proyectada por Aníbal González Álvarez-Osorio, Sevilla.

De Carlos Delgado - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=43494048


 

-Únicamente cuestiones ajenas a mí se han arruinado, aunque formaban parte de lo que debía ser un perfecto gobierno. La muerte del heredero no se contempla jamás en el futuro de un rey, porque tiene que tener un digno sucesor. Y la muerte de la mujer más amada...

Quedó en silencio en este punto, cuando le explicaba a Hiramish aquellas inquietudes. El maestro escuchaba, pero también calló, ¿Qué añadir a un lejano sentimiento?

Sin embargo, el tiempo y la búsqueda de aquel elevado sueño, llamado sabiduría, devolvieron al rey parte de la felicidad perdida. Podía vérsele de nuevo atareado en sus obligaciones de monarca, entre el mayordomo, los señores de las tierras y de las minas, que le visitaban; los viajeros, embajadores y comerciantes extranjeros, que venían a negociar.

Empezaba a ser un hombre maduro, había superado, eso sí, aquella etapa en que su cuerpo y su rostro reflejaban los estragos del dolor y una cierta enajenación, volvía a tener un cuerpo musculoso labrado por los ejercicios de armas, pero ya no era aquel muchacho que exhalaba juventud por los cuatro costados. Canas, alguna arruga, mirada seria, habían quedado formando parte de su nuevo retrato viril y todavía hermoso. Desde que había muerto la favorita, pocas veces su cama era ocupada por alguna de las concubinas y casi nunca por la reina.

Una vez al año visitaba los extremos de sus dominios: el gran puerto de Onuba, las minas de la sierra al Norte de aquella, y las metalurgias donde se fundían y manipulaban los minerales; por el gran río hasta los talleres de los mejores orfebres del Norte; los grandes señores de las tierras altas; y así, cada rincón donde se generaban las mayores riquezas.

 

Valles de Obejo, Sierra Morena, https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Valles_t%C3%ADpicos_de_Obejo,_Sierra_Morena.JPG


 

Iba acompañado por su hermano Baelco, Hiramish, dos consejeros, y una pequeña guardia. Cuando aquella primavera se dirigieron a visitar las tierras altas, el mal tiempo les hizo quedarse a pasar dos noches con el mayor propietario; ahora era jefe de la casa el joven que había combatido con él contra los bárbaros del Norte, y al traerle como botín a la mujer del reyezuelo, Argantonio intimidó con su espada.

Era todo un señor, rico y poderoso, había agrandado y mejorado las producciones de aceite y trigo, tenía una familia muy numerosa y varias mujeres. Preparó una magnífica acogida al rey y a su séquito, y les ofreció una cena digna de Argantonio.

-¿Qué decís de mis hijas? señor, ¿son hermosas? -Le preguntó señalándole a las tres mayores, pues tenía siete, y seis varones.

Argantonio ya había reparado en que eran más bellas que su padre, aunque todas parecían casi tan fieras como él, sin embargo la mediana, agraciada y coqueta, sonreía sin reparos al monarca y le llamaba la atención desde que se habían sentado a la mesa.

-Tenéis, unas hijas muy bien parecidas... sin lugar a dudas.

-¿Os gusta alguna en especial? -Dijo con cara retadora.

-Sí, la de trenzas casi doradas y talle fino.

-Pues si ella quiere, podéis llevárosla a palacio, ya tienen edad de ser concubinas o esposas. ¿Tú que respondes pequeña, Egoena, te irás mañana en el séquito del rey?

-Sí, padre, si vos estáis de acuerdo, yo lo deseo. -Respondió ante la mirada cargada de envidia de sus hermanas.

Ser concubina del rey, así de repente, era la mayor gloria que podía alcanzar una jovencita perdida en las grandes fincas del norte del río.

Y no se habló más, antes de que el rey pudiera arrepentirse, el señor de las tierras altas le envió a la cama esa misma noche a la mediana de las tres mayores, para que la unión se consumase en su propia casa, y a la mañana siguiente partiera con sus criadas y las mulas cargadas con su ajuar.

 

Pareja de amantes, iluminación del Codex Manesse, s. XIV, Biblioteca de la Universidad de Heidelberg, Alemania.

https://doi.org/10.11588/diglit.2222#0354


Universitätsbibliothek Heidelberg, Cod. Pal. germ. 848
Große Heidelberger Liederhandschrift (Codex Manesse) — Zürich, ca. 1300 bis ca. 1340


 

Se mostró entusiasmado con su nueva concubina, adolescente, baja, de cabellos claros y muy largos, trenzados con hilos de oro, piel blanca y fina como la leche y manos pequeñas como pajaritos; sería su preferida desde ahora y vendría cada noche a cenar con él y acompañarle en su paseo por el jardín, a ver las estrellas y a dormir suavemente entre perfumes.

Así llegó para él una etapa de extraña y perfecta alegría, todo estaba en orden de nuevo. Los asuntos del reino marchaban sin problemas desde que los comerciantes del Egeo venían periódicamente a comprar a Tarschich, y los fenicios de Gadir hacían algunos tratos, pero no se dependía de ellos para los precios. Y continuaba buscando la sabiduría.

Algo andaba revoloteando en su cabeza sin querer tomar forma de pensamiento, era todavía confuso e inconcreto.

-Me iré solo a la desembocadura del gran río, allí sabré de qué se trata. -Se dijo, intuyendo que aquel lugar facilitaría una luz en sus deseos.

Y sin avisar a nadie, tomó uno de sus caballos en las cuadras y al amanecer partía de palacio por la salida secreta del Este.

Como siempre, antes del mediodía se encontraba frente al océano sentado en un montículo de arena, entre dunas, barrones, alhelíes, nardos de mar, cardos y pinos; había dejado sujeto el caballo en un barrón, y él se arrebujaba en su capa de lana, el viento de Poniente que venía del mar comenzaba a ser fresco en el inicio otoñal. En esa posición, su vista se perdió en el agua y consiguió captar las imágenes del pasado, tantas veces contempladas por él desde la adolescencia, también alcanzaría algo del futuro para que sus pensamientos pudieran tomar cuerpo de una vez. 

 

El Guadalquivir en Trebujena, De Anual - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=70908480

 

El sol comenzaba el descenso desde el cenit, Argantonio apoyaba la barbilla sobre su puño y observaba la lenta bajada de la marea.

-Es hora de regresar. Hablaré con él y tomaré en mis manos mi propio destino. -Dijo en voz alta y se levantó para desatar al caballo.

A la vuelta, no se detuvo como otras veces en las tierras donde pacía la manada de toros, los observó de lejos, mientras ellos levantaban sus cabezas para mirarle a él, y siguió su camino sin pararse hasta llegar a Tarschich y entrar en palacio.

Aquella misma noche, cuando ya estaban encendidas las antorchas hizo venir al maestro hasta la sala del trono, él le esperaba sentado sobre el lujoso asiento de madera de ébano, mientras con su mano derecha acariciaba los dibujos de los leones luchando con hombres, repujados en su cinturón de oro. El salón tenía un aspecto fantasmal, fuera estaba muy oscuro con el cielo nublado a punto de llover, los ligeros cortinajes que cubrían las puertas y ventanales se movían con el viento de Poniente que seguía soplando, y llegaba, tierras adentro, desde el mar. Las luces de las teas oscilaban moviendo continuamente las siluetas de los objetos, las columnas de la gran sala parecían bailar un cortejo alrededor. Hiramish se mostró inquieto y extrañado.

-¿Qué queréis, señor? A estas horas, aquí, en esta sala tan inhóspita...

 

Viento de Levante en Tarifa,

https://kiteandrolltarifa.com/kitesurf-tarifa/tiempo-viento/levante/


 

-Hablar contigo en la quietud y el silencio de la noche. -Le cortó Argantonio y añadió: -Cuéntame, Hiramish, siempre que has observado las estrellas para mí desde que nos conocemos, me has dicho que mi destino era el del más gran rey de Tarschich, ¿No es así?

-Sí, así es. -Contestó el otro.

-¿Nunca me has mentido, o has exagerado en tus apreciaciones?

-Sobre tu destino personal, no, nunca, señor.

-¿Qué quieres decir?

El sabio pensó por un momento las palabras que iba a manifestar y continuó:

-No te expliqué todo lo que vi cuando nació tu primogénito…, ni cuando Om-Gueba enfermó de fiebres. Yo sabía qué fin les esperaba a ambos, a uno en su alumbramiento, a la otra al inicio de las calenturas. No mentí, simplemente no dije todo lo que había visto...

-Pero en mis estrellas, siempre has visto un largo camino. ¿No?

-El más largo y glorioso camino de este reino, te lo aseguro.

-Bien, sin embargo, la muerte de mi hijo mayor ha roto la sucesión normal de la corona; el otro es muy joven todavía, y en sus estrellas no estaba escrito que reinaría, deberá ser jefe de la guardia, tus predicciones lo auguraban con precisión.

-Es verdad, señor. -Afirmó sin poder adivinar los pensamientos que emergían lentamente en la cabeza de Argantonio, porque la escasa luz de la sala no le permitía ver el fondo de sus ojos.

-Hasta hoy, mi destino se ha cumplido sólo a medias. Sí, he logrado éxitos comerciales, pacificadores, he enriquecido mi reino que ahora es más grande que lo fuera en tiempos de mis abuelos. Pero no puede ser únicamente eso. Mi historia requiere algo más... Más tiempo, más...

 

 

Palacio minoico de Cnosos, isla de Creta, Grecia, ca. 2000 - 1900 a. C.

De Deror_avi - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16847475


 

-¿A dónde va tu deseo, Argantonio?

-A la eternidad.

-No... -Dijo el maestro empezando a comprender lo que buscaba su señor.

-Sí. Sé tu secreto, Hiramish. Cuando hace años envié a dos hombres de mi confianza para que espiaran lo que hacías en Gadir, no entendí lo que me contaron. Después, cuando te hice entrar por aquella avenida que bordea el estanque, tampoco lo comprendí, pero un pensamiento sin forma, como una nube densa se quedó ante mis ojos, sólo pude concluir: "Los años parecen no pasar por él". Hace lunas que una idea bullía en mí, sin saber qué era. Han tenido que acaecer sucesos muy dolorosos en mi vida, para que un nuevo saber ocupara mi mente, y ahora, ya dueño de mí otra vez, la nube ha desaparecido de mis ojos. Sé cuál es mi destino y lo que tengo que hacer para cumplirlo. Tú, formas parte inseparable de él, me lo dijiste poco tiempo después de conocernos.

-Ese deseo es maligno. -Argumentó Hiramish.

-Hoy he estado todo el día en la desembocadura del gran río, he visto unidos el pasado y parte del futuro. El secreto de tus estudios es la eternidad, la sabiduría que alcanzaste es vivir para siempre, sin que el paso de los años y las desgracias cambien tu cuerpo, que permanecerá sobre todo lo que te rodea. ¿Eres consciente de que era para mí, para quien lo conseguías? Soy yo, quien debe permanecer para la eternidad, con la grandeza de este reino por siempre, no tú, un simple maestro cuya historia se perderá a través de las lunas. Es Argantonio, rey de Tarschich, el magnánimo, el longevo, el que hizo de su tierra el paraíso, el que vivirá sin fin.

-¡Estás loco!, la sabiduría que uno alcanza es una vía propia, que no se puede traspasar a otro, es el trabajo de toda una vida, el premio de duros sacrificios. -Exclamó indignado Hiramish, echando chispas de sus ojos, que parecían haberse convertido en hierro al rojo vivo, golpeado por un herrero enfurecido.

-¡Mientes!, tú sabes que puedes y que tienes que darme tu don, porque soy yo, tu rey, del que juraste no separarte jamás, más que si yo te lo pedía, el que debe poseerlo.

-¿Qué quieres, a mí o a mi sabiduría? Porque tendrás que elegir y algún día te arrepentirás.

-Necesito tu sabiduría para seguir mi destino. Está escrito en el océano, ¿No lo has visto en las estrellas, tú que lees el futuro?

-Es demasiado perverso para contemplarse en el firmamento, los dioses no lo designaron para ese fin.

-Pero sabes que tiene que ser así...

Una sombra de duda apagó los ojos de Hiramish. Fuera llovía cada vez más fuerte, las ráfagas de viento soplaban entrando en la enorme estancia, batiendo las cortinas y apagando algunas de las antorchas, mientras las llamas de las restantes se movían desplazándose.

-¿Qué harás para trasmitirme la sabiduría?

-Con un acto de mi voluntad bastará, yo la perderé para siempre y tú vivirás para la eternidad.

-¿Así de sencillo? Pues, ¡Ea!, siéntate en el asiento de mármol que bordea la sala y haz que mi destino alcance su verdadero esplendor. -Le decía el rey, mostrándole el banco blanco que rodeaba todo el aposento de las audiencias. -No, ahí te entrará el frío de esa ventana, un poco más allá. -Le hizo quedarse en una zona resguardada del ventarrón, cerca de una antorcha encendida para poder observarle a su antojo.

Hiramish, el maestro fenicio oriundo de Tiro, fue a sentarse, y apoyó las manos sobre ambas rodillas, permaneció quieto, en silencio, mirando al suelo como a una distancia de dos metros, sin ver las piedras pulidas que lo cubrían, sino algo indefinido, que Argantonio no percibía.

 

Relámpago, Philippe Donn, https://www.pexels.com/photo/photo-of-lightning-1114690/

 

De repente, en la oscuridad exterior, brilló con gran fulgor un relámpago que se hundió muy cerca en el jardín, porque inmediatamente, el enorme estruendo del trueno resonó en la sala y en todo el palacio. Argantonio sintió un leve escalofrío, el fuerte aire entraba con insistencia invadiendo todo el espacio, cruzó la capa de lana sobre su pecho y vio como Hiramish se acercaba de nuevo al trono.

-Tu destino se cumplirá a partir de este momento a la perfección, Argantonio, puedes estar seguro. Ahora la eternidad es tuya. Buenas noches, señor. -E hizo una reverencia para salir hacia su habitación.

-Buenas noches, querido Hiramish. -Respondió el rey, con el ánimo alegre como si hubiera vuelto a ser un niño.

A la mañana siguiente el criado de palacio, que ayudaba a Melkartés en el servicio del maestro, le avisó:

-Ambos han partido a caballo antes del amanecer camino de Gadir.

Argantonio miró a lo lejos y se dijo:

-Necesita el aire de la libertad, démosle tiempo.

Las lluvias no cesaron en muchos días, y las brumas se pegaban cada mañana al gran río, que bajaba de las montañas más embravecido que nunca.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 1

  Son dos de mis más queridas referencias. Nací en Cádiz al lado del Atlántico, y el Guadalquivir está jalonado de hermosas alh...