V
Según avanzaban las lunas tras la coronación, los depósitos de víveres, metales y manufacturas aumentaban en palacio. Los señores cumplían con el pago del diezmo de las cosechas de trigo, cebada, aceite y vino; y los acopios de metales, sal, salazones de pescado y carne no se habían quedado atrás. No faltaban tampoco los obsequios de los extranjeros y los productos del comercio con los mercaderes de la fortaleza.
Fue entonces, cuando Argantonio decidió renovar la flota que se dirigía cada verano a las islas del estaño; mientras llegaba la fecha de salida, mandó hacer nuevos barcos a los carpinteros de ribera de Onuba y del puerto de Tarschich, para que los tuvieran preparados en el momento previsto. Les dio los más selectos materiales: grandes troncos de centenarios robles y encinas, madera de ciprés y de pino, engarces de hierro resistente, betún de calidad traído del Mar Muerto y velas de pellejos de carneros para cambiar las de gruesa tela cuando los vientos arrecian. Los abasteció en el tiempo que duró su construcción, para que los más expertos ensamblasen cascos potentes de gran calado para el transporte, y fuertes para adentrarse en el peligroso océano. A imitación de los barcos fenicios algunos llevaban como mascarón de proa la cabeza de un caballo esculpida en madera, les daría suerte y buen tiempo, y se les conocía popularmente como "caballos".
![]() |
Barcos fenicios con cabeza de caballo en la proa, transporte de cedros, bajorrelieve del patio VIII del palacio real de Dur Sharrukin, s. VII a. C., Asiria, Imperio Nuevo. Museo del Louvre, París. De Desconocido - Jastrow (2006), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=893502 , |
Los mejores marinos eran enviados en nombre del rey hacia el Norte, y antes de que acabase el verano volvían cargados de estaño y algo del precioso ámbar que tanto gustaba a los señores de Oriente. Los pacíficos pueblos con los que comerciaban les esperaban cada estío y tenían preparados los fardos con el metal para cambiarlos por los productos que traían, vasijas de cerámica parda pintada en rojo salida de los tornos de Tarschich, jarras y aguamaniles de bronce, tejidos de lino, sal, vino y aceite en las antiquísimas ánforas.
Un viejo experto en el arte de navegar y en las rutas atlánticas, dirigía la flota. Salían algún amanecer con los primeros calores, bajo los auspicios de la diosa luna y la mirada benéfica del templo de la luz divina cerca de la desembocadura del Tarschich. Nadie, más que el monarca, conocía la fecha exacta de partida y el puerto de arranque. A su regreso, serían recibidos como verdaderos héroes y el rey los acogería en su sala de audiencias para que le narrasen los pormenores de su viaje y recibirían un generoso pago.
Al final de aquel verano, se les esperaba con inquietud; tormentas y temporales habían asolado la costa al Oeste de Onuba y los pescadores de la zona hablaban de malos presagios para la flota. Si había sido así en las orillas, ¿Qué no habría pasado en la más profunda y negra alta mar?
![]() |
Casiterita, para la obtención de estaño, que en aleación con cobre produciría bronce. De Rojinegro81 - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=32921785. |
Sin embargo, una mañana especialmente clara y limpia, se avistaron los navíos en el horizonte, a la tarde atracaban en Onuba, y Argantonio ya estaba avisado del feliz regreso.
Los hombres del pueblo comenzaron a decir que los dioses acompañaban todas las empresas del monarca, y por todo el reino se extendió la creencia de que el rey de Tarschich, no sólo sería el más grande de su dinastía, sino que había sido bendecido con la protección especial de la diosa luna y de la luz divina. El rumor acabó llegando a Gadir. Cada vez sería más difícil contrariar una opinión tan extendida, los comerciantes y armadores de la ciudad lo acataron como un cambio del destino.
En aquel tiempo llegó un gran mercader de lejanas tierras jonias, Samos, una isla al Oriente, con un enorme cargamento de objetos preciosos. Su destino era Náukratis, colonia samia en la costa egipcia. Una tormenta y viento de Levante persistente lo alejó de su rumbo y lo dirigió primero hacia la costa libia y después hacia Tarschich, explicó al recalar. Había oído hablar de aquel fabuloso reino y de su rey, pero desconocía que era un hombre joven el que ahora mandaba sus destinos. Pensó que sus negocios serían más propicios si pedía audiencia, le enseñaba parte de sus mercaderías y le hacía un gran presente, seguramente le permitiría continuar su venta y hacer trueque por estaño, oro, plata y cobre, metales tan preciados en los talleres de su tierra, y de los que le habían hablado viajeros en puertos de Egipto y de Libia.
![]() |
Hombre portando un lingote de cobre en forma de piel de toro, bronce, Chipre, s. XII a. C. Museo Real de Ontario, Toronto, Canadá. (Karageorghis y Papasavvas 2001: 340). https://revistascientificas.us.es/index.php/spal/article/view/9159/13741 |
En Samos, los broncistas de la isla tenían cada vez más competidores, en Argos y Corinto, y el estaño que servía de base para la aleación comprado a los fenicios, comenzaba a escasear. Era prácticamente un monopolio de los comerciantes de aquel origen y, ahora, sometidos por los reyes asirios, estaban abrumados por los impuestos, y así la mayor parte del estaño tarscheno, obtenido por trueque, se consumía en las fundiciones asirias. En esta situación, la industria samia estaba al borde del colapso, pues la competencia de sus propias colonias occidentales, que podían abastecerse más fácilmente de materia prima, le cerraba los mercados.
Por aquella época además, el gran poderío samio se encontraba amenazado por las circunstancias políticas de su entorno. Corinto, su antigua aliada, emergía como potencia mandada por los Cypsela. El mercader Kolaios era una importante baza de su ciudad para recuperar el prestigio económico. Argantonio supo ver en seguida, el valor que representaba aquel hombre en beneficio de ambos pueblos.
Le recibió en la sala de las columnas, aquélla de mármol y de dimensiones tan extraordinarias que azoraba a los visitantes al tener que cruzarla de un extremo, desde la puerta de entrada, hasta el otro, donde el rey aguardaba imponente, sentado en su trono de ébano, cedro y bronce, y con Hiramish a su derecha y el venerable Abalco, mayordomo de palacio a su izquierda.
-Acércate un poco más. -Ordenó al comerciante, curioso por ver de cerca al samio. -Y dime, ¿Cuál es esa isla de la que dicen, vienes? ¿Dónde está? -Hiramish haría de intérprete, pues conocía la lengua del mercader extranjero.
-Samos, gran señor, está muy lejos de estas tierras, navegando hacia Oriente, cerca de las costas de Lidia. Comerciamos con metales, abasteciendo a las metalurgias de la zona. He oído decir en Egipto y en Libia, que vuestro reino tiene minas ricas en ellos, y hasta un río con raíces de plata; de vos se dice, majestad, que sois el hombre de la sonrisa de plata, y así se os llama. En mi barco transporto refinados y preciosos productos de lejanas tierras: vasijas de alabastro, papiros de magnífica calidad, telas de hilo finísimo, huevos de avestruz decorados, joyas, cerámicas negras con dibujos rojos, lavamanos y trípodes de bronce, esencias, especias, todo digno de grandes señores y reyes.
-¿Cómo te llamas, mercader? -Preguntó el rey con una burlona sonrisa en los labios, que sorprendió al extranjero.
-Kolaios, señor.
-Vendes bien tu mercancía, Kolaios. ¿Qué quieres del rey de Tarschich?
-Os traigo un presente primoroso, señor, y os pido permiso para poder negociar en vuestros dominios.
-¿Qué regalo es ese, que tú mismo te atreves a calificar así?
![]() |
Venus de Belvedere, s. II d. C., copia de la original de Praxíteles, foto recortada, Museos Vaticanos, Roma, Italia.
De CARLOS TEIXIDOR CADENAS - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=131487029 |
-Cuando lo veáis, señor, estaréis de acuerdo conmigo. Permitidme. -Hizo una reverencia y se retiró hacia la salida de la sala, donde le aguardaban uno de los marinos de su tripulación y dos figuras envueltas en velos oscuros, de las que se hizo acompañar hasta la presencia del rey.
-Son las mujeres más hermosas que puedan encontrarse en toda Libia, allí las compré, y son propias de un rey como vos, señor.
Argantonio sintió curiosidad por aquellos cuerpos esbeltos sinuosamente arropados por los velos de distintos tonos azules, desde el casi negro al celeste más opalescente y puro. Kolaios dijo algo en un extraño idioma y las dos jóvenes descubrieron su rostro. El rey quedó suspendido por la extraña perfección de aquellos rasgos. No había visto nada parecido jamás. Eran de un color tostado, como no se conocía en Tarschich, los ojos oscuros eran muy grandes y rasgados hacia las sienes, las frentes luminosas y amplias, la nariz elegante y ligera, los pómulos un poco salientes y los labios carnosos y de bello dibujo oscuro, el cuello largo y delicado, en el que lucían collares de lapizlázuli y turquesa y en las orejas pendientes de laboriosa artesanía de oro.
-En verdad son bellas... -Exclamó admirado Argantonio, pero Hiramish no tradujo.
-Son hermanas, princesas de un reino del Suroriente de la Libia; su pueblo, el país de Punt, fue arrasado, su padre el rey, muerto, y ellas vendidas a los hombres de una caravana. Eran ofrecidas en un mercado costero cuando yo las compré. Ahora son vuestras, señor.
-Dijo Kolaios, entornando ligeramente los ojos, se había percatado de la fuerte impresión que las adolescentes habían producido en el joven rey, y estaba seguro de su éxito.
Pero no conocía bien a Argantonio. Estaba fascinado, mas lo que le interesaba del mercader samio era la relación comercial y sus posibilidades futuras, que acababa de vislumbrar. Dio orden para que se llevaran a las mujeres a las habitaciones de las concubinas y le dijo al extranjero:
-Ahora, hablemos de tu ruta de negocios, del cargamento que traes, y de los metales que necesitas. Tarschich, puede ser, a partir de ahora, el puerto de trueque para ti y tus compatriotas comerciantes. Nosotros tenemos estaño, plata, oro, hierro y cobre y vosotros vendéis productos que deseamos. Habla, buen Kolaios.
![]() |
Lingote de cobre minoico, palacio de Zacros, isla de Creta, Grecia, 1900 a 1450 a. C.
De Chris 73 / Wikimedia Commons, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=190648 |
El samio recibió un pago extraordinario por las mercancías que llevaba y Argantonio quedó contento por las perspectivas que abría aquel viajero, y tras él, regresarían otros de su procedencia, añadiendo competencia al mercado con los fenicios, que hasta entonces lo habían ejercido solos.
El rey se interesó por las esclavas venidas del Suroriente de Libia. La más niña, llamada Om-Gueba, no sólo era bella de cara, tenía un cuerpo que parecía esculpido de mármol oscuro, brillante y duro. Argantonio perdió la cabeza por ella y la llamaba cada noche a su lecho. Se convertiría en la mujer más amada, la preferida, del rey.
Los días pasaban desgranando un tiempo alegre y feliz. Veía como su reinado iba imponiendo uno tras otro los proyectos que preparó de adolescente y su magnificencia continuaba en aumento. La paz se había hecho general, los hombres del Norte permanecían quietos tras sus fronteras montañosas, y tampoco asaltaban las caravanas que los tarschenos enviaban al Noroeste. Los señores estaban contentos con esta nueva situación y la vida prosperaba en todas las artes e industrias. Nuevas poblaciones acataban el poder de su monarquía.
Los fenicios habían aceptado las exigencias del rey de Tarschich a la espera de un momento propicio para cambiarlas. No cejaban en su empeño de imponer su monopolio y pagar menos por los metales; incluso, pensaban, podrían encontrar la ruta de las islas del estaño, entonces no necesitarían a Argantonio para nada; eran pacientes, ya llegaría su hora. Los sacerdotes de Melkart apoyaban la estrategia, ellos también saldrían ganando.
Aquel invierno fue especialmente húmedo y en palacio se apreciaba el frío intenso que penetraba en el cuerpo poco a poco, dejándolo casi aterido. La reina madre, que hacía tiempo se sentía mal, comenzó a tener fiebre y un malestar que fue en aumento. Por orden de Argantonio, Hiramish cuidaba de ella. Había mandado hacer unos cocimientos de hierbas de las montañas, que él mismo recogía cada verano, y le aplicaban en las articulaciones y la espalda y le suministraba una pócima de adormidera, mientras su vida se iba apagando poco a poco. Murió como había vivido, en silencio y sin llamar la atención.
![]() |
Adormidera, Thomé, Otto Wilhelm. Flora von Deutschland Österreich und der Schweiz, 1904, Biblioteca Real Jardín Botánico, Madrid. https://rjb.csic.es/evento/magicas-misticas-y-medicinales/ |
El joven rey ordenó hacer honras fúnebres en el templo donde se adoraba la luna; también en la fortaleza fenicia, cuando se supo la noticia, los sacerdotes hicieron ofrendas a los dioses para su paso a la eternidad. Su enterramiento se realizó en la tumba de su esposo, allí los maestros canteros habían dejado la gran piedra del secreto, por la que se podía acceder a su interior y colocar las cenizas de la reina. Después, el enorme sillar quedaría sellado y no habría forma fácil de entrar en el recinto real.
Fue por aquellas fechas, cuando las noches son más largas que los días, las dos princesas del país de Punt, traídas como regalo por el mercader Kolaios, quedaron preñadas del rey con una pequeña diferencia de días, alrededor de la luna llena. Los primeros hijos de Argantonio nacerían de la exuberante Om-Gueba y de la linda Em-ú hacia el mes que se recogen la uvas. Él estaba entusiasmado viendo crecer los vientres de sus dos concubinas, sobre todo de Om-Gueba, a la que prefería con gran pasión sobre las tres más valiosas que tenía. Aquel cuerpo floreciente colmaba todos sus deseos nocturnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario