III
Hiramish no regresó hasta el amanecer siguiente, Argantonio aún dormía. Arguris fue a despertarle. El sol ya había comenzado su recorrido en el firmamento, cuando le llamó quedamente.
-Señor, señor, ya ha amanecido, el maestro fenicio ha llegado y está en los aposentos de los invitados. Se ha traído varios cofres y al joven servidor tirio que le acompañaba ayer.
-Arguris, preséntate ante él y dile que voy a ir a sus habitaciones, porque quiero hablar con él.
El joven trata de parecer un futuro monarca y adopta decisiones y formas como su padre, aunque no sabe muy bien para qué quiere ver al maestro, antes de que este comience sus enseñanzas. Arguris le obedece, mientras él toma un baño y se viste una túnica de fino hilo de lino, sujeta con el cinturón de oro de la familia real.
-Buenos días maestro, deseaba hablarte antes de iniciar las lecciones. ¿Quieres algún refrigerio mientras? Yo voy a tomar leche con trigo tostado molido y uvas e higos secos. Arguris, encárgate de que nos sirvan de comer.
-Buenos días, joven señor, es un honor para mí recibir vuestra visita, en el momento de tomar posesión de las habitaciones que vuestro padre se ha dignado ofrecerme. Comeré algo con vos, ya que no he probado bocado desde ayer al mediodía, y el viaje a caballo desde Gadir me ha abierto el apetito.
Una sierva avisada por Arguris, porta un hermoso frutero de bronce con adornos de plata, repleto de uvas e higos secos y una jarra alta y picuda con leche fresca que echó en dos vasos de plata. Se sentaron frente a frente, maestro y alumno, y las miradas se cruzaron y se midieron.
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Bodegón de uvas e higos, óleo sobre lienzo, s. f., Julia Alcayde Montoya, https://maes.unizar.es/project/julia-alcayde-montoya-bodegon-de-uvas-e-higos/ |
-¿Qué es lo que con tanta urgencia os ha traído a verme, antes de que coloque mis pertenencias? -Pregunta con una ojeada ligeramente burlona sobre el joven.
-Me gustaría saber por qué viniste a Tarschich, o mejor dicho a Gadir, desde tan lejos, tu tierra en Tiro. ¿Piensas regresar algún día?
Aquel chico adolescente, que será su alumno, ha venido a preguntarle lo que ayer su padre no planteó, a pesar de que hubiera podido. Sabe que su relación con él será fructífera y profunda, y la inicia con sinceridad.
-No es esa la primera pregunta que el joven futuro rey de Tarschich debe dirigir a su preceptor, antes, incluso, de que este se haya acomodado en sus nuevos aposentos. No son esos los modales que se esperan de un monarca. La magnanimidad, nobleza y hospitalidad de un gran rey, le exigen respetar el primer día de estancia de un inferior, aunque este sea su maestro.
Argantonio ha ido palideciendo a medida que el maestro hablaba, y se dedica a beber su vaso de leche, incómodo ante la situación en la que él mismo se ha puesto.
-Pero creo que esa pregunta, que vuestro padre no me hizo ayer, requiere una respuesta con la verdad, porque así seré yo siempre con vos: jamás os mentiré, señor. -El joven respira aliviado al comprobar el giro en las palabras de Hiramish.
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Asedio de Tiro por Alejandro Magno, plano y vista de la ciudad, 332 a. C.
https://arrecaballo.es/edad-antigua/persas-y-macedonios/asedio-de-tiro-332-ac/ |
-No es fácil vivir en Tiro hoy en día para un hombre libre, señor. Desde que los asirios se adueñaron de la ciudad, hacerlo con dignidad, resulta una tarea dura y peligrosa. Viajar y ser consultado por reyes vecinos y señores poderosos, puede convertirle a uno en sospechoso de traición. Algunos no perdonaban mi libertad de espíritu, ni mi actitud distante. Tuve que salir de la noche a la mañana, alertado por un gran señor, conocedor de las envidias que tejían una trama contra mí. Eso en cuanto a la primera cuestión, por lo que se refiere a la segunda, os diré que al cabo del tiempo, un sabio no tiene patria, cualquier lugar es bueno para estudiar, para vivir y para cumplir el destino que se nos ha marcado.
No obstante, yo amaba mucho mi hermosa y rica ciudad. Mas he encontrado en Gadir tantos parecidos con ella que, en mi casa frente al mar, me siento como en mis aposentos tirios. Gadir ha sustituido a Tiro en mi corazón. No, no volveré a la tierra que me vio nacer. -Responde gravemente el maestro, mirando a un punto lejano que Argantonio no puede identificar.
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Antigua Tiro desde el istmo (construido por Alejandro Magno durante el asedio de 332 a. C.), dibujo, 1839, David Roberts. |
-Si yo tuviera que dejar Tarschich algún día, te aseguro que volvería. -Afirma con determinación.
-Pero vos, sois un futuro rey, señor, y vuestro destino es reinar aquí. Yo, sólo soy un maestro, un mago, el mío es enseñar y estudiar, y eso, puede hacerse en cualquier lugar.
-Es lo que quería conocer. Me gusta que seas tú mi preceptor. Después de que te hayas instalado, ¿Cuándo empezaremos? -Le interroga Argantonio levantándose del asiento en un ademán de marcharse de la habitación.
-En cuanto Melkartés ponga orden en las que van a ser nuestras habitaciones. Entonces, estaré a vuestras órdenes para iniciar nuestra primera clase. Se me ha dicho que podemos utilizar la estancia intermedia entre vuestros aposentos y los de los invitados. Más adelante, cuando conozcáis varios saberes que debo enseñaros, usaremos también la biblioteca. Creo que palacio tiene muchos y antiguos escritos.
-Así es. Avísame cuando estés listo. Nadie interrumpirá tu instalación. -Advierte con aires de monarca, que el joven gusta utilizar cuando recuerda que será rey y trata de aparecer como el hombre que todavía no es.
El fenicio responde con una ligera sonrisa y una profunda reverencia.
A la mañana siguiente, Argantonio está ansioso por comenzar su aprendizaje y por comprobar en qué se basa la gran sabiduría de Hiramish, que hasta su padre el rey pondera.
Al cabo de un rato, la impaciencia le lleva hasta la habitación elegida para dar sus enseñanzas, aunque sabe que debería hacer esperar al maestro. Esa es una de las primeras normas de dignidad que le han enseñado, tiene que comportarse casi como el rey, pues tras él, es el personaje más importante de la corte, más incluso que su madre la reina, que está prácticamente siempre recluida en sus habitaciones en el ala de palacio reservada a las mujeres.
Hiramish aparece poco después que él, seguido de su criado, que trae un pesado cofre de madera de roble con cierres y herrajes de bronce y que deja a los pies del maestro, y tras un breve saludo, se retira.
-Tengo entendido, señor, que conocéis el alfabeto de vuestra lengua y que podéis leerlo y escribirlo a la perfección.
-Me lo enseñó el escriba. Y el jefe de la guardia me ha instruido en el uso de la lanza, la espada, el arco y el cuchillo; a ser diestro con el caballo; y a orientarme de noche y de día en cualquier paraje del reino.
-Pues en eso, seréis vos quien tendrá que instruirme a mí, no conozco bien vuestras tierras, y nunca supe orientarme más que de noche, desde mi sala de estudio, en la observación de las estrellas.
A Argantonio se le iluminan los ojos negros y le dice al maestro con pasión.
-Yo te mostraré cada rincón de nuestro hermoso y espléndido Tarschich, desde las marismas hasta las montañas, pasando por los bosques, los campos de cultivo y las minas de plata, hierro y cobre, así como los intrincados caminos que llevan hasta los bárbaros hombres del Norte. Te gustará. -Asegura, entusiasmado por la idea. Hiramish sonríe al ver la alegría del adolescente que ya sueña con los paseos a caballo.
-Antes de comenzar con esa tarea, deseo mostraros el alfabeto fenicio, que tendréis que aprender a utilizar tan correctamente como el vuestro. -El preceptor despliega un papiro en el que hay escritos unos caracteres en columnas y comienza a nombrarlos mientras los señala.
Se inicia así la ardua tarea de enseñar un nuevo idioma al joven, cuya tenacidad y orgullo le llevarán a soportar la parte más tediosa de sus estudios sin decir una sola palabra de queja.
Pero es inteligente y desea superar rápidamente las tareas más aburridas, así que pondrá más empeño del normal en aprender el alfabeto fenicio, y en sus habitaciones hace pruebas de lectura y escritura, una y otra vez, sin detenerse.
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Estela de mármol con inscripción en alfabeto fenicio, ca. 362 - 312 a. C., Chipre, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York, EEUU. |
Arguris, el criado, está extrañado.
-Mi señor ya no es mi señor. -Le dice a la criada que se encarga de preparar cada día la ropa y el baño del futuro rey. -No sabes lo que ha cambiado; cinco días enteros, cinco, lleva sin salir más que al jardín o a la azotea breves momentos, el resto se lo pasa con el maestro o estudiando tablillas y papiros en su aposento. Está aprendiendo el idioma fenicio. Así podrá dirigirse, cuando sea necesario, a los señores, mercaderes y sacerdotes de Gadir en su propia lengua, lo que hoy no puede hacer nuestro rey, y les pondrá freno si hace falta.
-¡Calla, Arguris! Un día te van a cortar la lengua, si no la cabeza. ¡Estás loco! Como te oiga la guardia o el mismo maestro, que es fenicio, no volverás a hablar. -Dice escandalizada la joven, más sensata y silenciosa que el charlatán Arguris.
-Pero, ¿Es o no es, así como te digo? El joven amo parece otro, más mayor.
-Sin duda. Será sabio y prudente como su padre, nuestro amado señor. -La esclava hace una reverencia al nombrar al monarca, tratando así de distanciarse del viejo.
Mientras el alumno estudia el idioma fenicio, Hiramish aprovecha para conocer la biblioteca que los reyes de Tarschich han ido acumulando en palacio.
-Habéis avanzado muchísimo, señor. -Le dice al ver los progresos del adolescente con el alfabeto que hasta hace poco desconocía. -Vuestra inteligencia y voluntad adelantarán el período de aprendizaje, así que comenzaremos también con el cálculo y a partir de esta noche, con la observación de las estrellas. Es novilunio y pueden verse de manera extraordinaria. ¿Querríais venir a tomar una colación a mis aposentos al anochecer? Melkartés, mi criado, nos acompañará, necesitamos algunos útiles.
-Ya deseo que venga el crepúsculo. Tal vez, Hiramish, podríamos hacerlo desde la azotea que utilizamos mi hermano y yo algunas horas del día. Se accede por unas escaleras que hay cerca de mi aposento. Mandaré a Arguris que ponga algunas teas encendidas y que ayude a vuestro criado. -Le explica sonriendo.
-Es una gran idea, mi señor. Un poco antes del anochecer, cuando hayáis terminado vuestras obligaciones y el apetito comience a dar señales, venid a mis habitaciones para tomar un refrigerio, después subiremos a vuestra terraza con los dos criados.
Esa tarde estudiará con menos atención que impaciencia porque anochezca, y el maestro le enseñe el conocimiento de las estrellas.
La primavera está muy avanzada y las horas de luz han aumentado, la tarde va extendiendo sus tinieblas lentamente, cuando el futuro rey se dirige a las habitaciones del preceptor. Este sabía que la inquietud adelantaría su presencia a antes del oscurecer, y había pedido a su criado que sirviera algunos alimentos para obsequiar al príncipe. Melkartés puso a su alcance una doble bandeja de bronce con asas sujetas por un león corriendo majestuosamente. Había frutas, tortas de trigo y una jarra de leche agria.
Los dos criados quedaron fuera esperando a sus señores para subir a la azotea. Arguris deseaba sonsacar confidencias a Melkartés, y trataba de entablar conversación con él, pero el criado tirio era silencioso como los muros de palacio. A pesar de que todavía es casi un niño, ha aprendido de su amo el valor de la discreción. Arguris concluyó para sí:
-Es un necio que pudiendo utilizar su boca para hablar, no tiene la voluntad de hacerlo. Allá él, se pierde la posibilidad de enterarse de muchas cosas que este viejo podría contarle si se hiciera su amigo.
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Bodegón de frutas, óleo sobre lienzo, ca. 1852, José María Corchón, Museo Nacional del Prado, Madrid. |
Maestro y alumno apenas hablaron mientras daban cuenta de la cena. Se hacía de noche, era llegado el momento de subir al terrado; Hiramish tomó cuidadosamente unos instrumentos de un arcón de madera y se los dio a su criado, después sacó unas tablillas y un papiro enrollado. Alumbrados por las antorchas que portaba Arguris, se encaminaron los cuatro a los apartamentos de los hijos del rey y por ellos accedieron a la escalera que subía hasta la azotea.
-¿Puedo ir con vosotros? -Interrumpió el pequeño Baelco, ante el enfado de Argantonio que lo consideraba un niño.
-¿Crees que puedes participar en las actividades de los mayores, cuando sólo conoces el alfabeto de nuestro idioma? -Le dijo el primogénito indignado.
-Quiero ver qué hacéis, para eso no hace falta leer ni saber escribir. -Contestó el menor dolido.
-Para observar correctamente las estrellas, es necesario leer nuestro idioma y haber aprendido también el alfabeto fenicio. Vete a dormir, a tu edad yo ya estaba en sueños.
El maestro disimuló la sonrisa que escapaba de sus labios y comenzaron a ascender por los tortuosos escalones.
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Escalinata este, Apadana, del palacio de Persépolis, Irán, Darío I, 518 - 490 a. C.
Helya Mohyeddini Bonab Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=73473193 |
Arriba, Arguris colocó las dos teas en sendos soportes, y la zona donde se encontraban quedó iluminada, allí dejó Melkartés los objetos de su señor.
-Vayamos hacia esa esquina de la azotea, lejos de la luz, señor, allí podremos comenzar nuestro reconocimiento. -Acodados sobre el pretil que la rodea, el maestro inició la búsqueda en el cielo negro tachonado de pequeñas luminarias. -¿Véis aquel grupo tan definido de siete estrellas parecido a un rectángulo con una prolongación de tres? Se ve todo el año girando en el Norte y guía a los navegantes en la noche, se llama Margidanna, a partir de ahí se pueden ir encontrando y conociendo las demás. Aquélla es Kaa, a su derecha Mubukeshda, que marca claramente el Norte, más abajo Ibilaemash… -Le enseña el sabio de lo aprendido con el mago caldeo.
El príncipe repite los nombres de las estrellas que el maestro le muestra y la referencia que la hace identificable para cualquier ocasión. Hiramish ha notado un movimiento fugaz en el jardín, le parece ver sombras que se mueven, pero como la noche es oscura prefiere no decir nada, puede ser una ofuscación de sus ojos tras la observación continuada del cielo. El joven mira extasiado el firmamento que le ha descubierto, comprueba en el papiro que puede identificarlas de nuevo y trata de memorizarlo.
De repente, sin saber cómo y violentamente, se les echan encima tres, cinco, hasta ocho amenazadores guardias de palacio armados de lanzas. Arguris, que es rápido en entender lo que sucede, grita a pleno pulmón.
-¡Estáis atacando a nuestro señor Argantonio! ¿Habéis enloquecido? ¡Atrás!, ¿Quién os ha mandado tal cosa? ¡No reconocéis al príncipe Argantonio, a su maestro y a sus humildes servidores! ¿Acaso la luz de las teas no es suficiente para identificarle?
En la barahúnda y el desorden, los guardias, sorprendidos, tratan de ver al joven príncipe. Aturdidos por la situación bajan las armas y le hacen una reverencia general. Inmediatamente el jefe de la guardia acude a la azotea. Se muestra indignado y se dirige al criado principal del futuro rey.
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Bajorrelieve con guardias medos y persas, palacio de Persépolis, Darío I, Irán. De Diego Delso, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=52068396 |
-¡Eres un necio, Arguris!, en noche cerrada subir con teas encendidas a la azotea de los príncipes y no anunciarlo previamente a la guardia nocturna. El monarca tendrá cumplida información de lo que ha pasado y decidirá cuántos azotes de castigo mereces por esta falta. Tu cabeza ya no rige bien, tal vez aconseje a mi hermano el rey, que te la corte, para ejemplo de viejos imprudentes.
Argantonio es demasiado joven para reaccionar, pero en sus ojos se aprecia un punto de desacuerdo y Hiramish se adelanta a su alumno. Mira de frente y con gravedad al jefe de la guardia.
-No debéis apresuraros en vuestro juicio. Las espaldas de Arguris no tienen que pagar por una culpa que no es suya. En todo caso, yo, el maestro del príncipe, soy el responsable de estar aquí esta noche. Yo, por traerle a estudiar las estrellas mientras los demás duermen, sin tener en cuenta a los que vigilan; yo, por ignorar que la guardia podía pensar, que eran unos intrusos los que se mostraban claramente en la azotea, con teas encendidas durante un buen rato. Tenedlo en cuenta cuando informéis al rey, y no comencéis culpando al bueno de Arguris, que no ha hecho más que seguir mis órdenes.
El jefe de la guardia observa asombrado al maestro fenicio, del que todos hablan, pero al que no ha tenido ocasión de tratar.
-¿Cómo podéis interceder por un criado viejo, y en contra de las costumbres tarschenas tomar la culpa de un inferior? Vos sabréis los que hacéis, maestro, pero entre nosotros, vos no podéis ser azotado, Arguris tiene que ocupar ese lugar. Él lo sabe desde que tiene raciocinio, y es un honor para él. Yo cumpliré con mi cometido, vos haced lo que queráis. -Le respondió visiblemente enojado, y se marchó rápidamente con sus hombres por la escalera.
Parte del servicio que vive en el palacio ha acudido a ver lo que ocurría. En la noche hay murmullos susurrados y ruidos quedos para no despertar a los que todavía duermen. Un rato después, el silencio ha vuelto a adueñarse de las estancias.
Hubo una oleada de comentarios y murmuraciones. Todos, desde el ala de las mujeres hasta en las cocinas, pasando por los consejeros del rey, hablaron de lo sucedido. Pero el monarca prefirió ignorar un acontecimiento que no sabía cómo resolver.
Argantonio aprendió aquella noche algo mucho más importante, que buena parte de las estrellas que quedaron grabadas para siempre en su memoria. El sentido de la justicia que Hiramish había defendido delante de su tío, el jefe de la guardia, le hizo dudar de la validez de algunas de sus costumbres.
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