Son dos de mis más queridas referencias. Nací en Cádiz al lado del Atlántico, y el Guadalquivir está jalonado de hermosas alhajas en mi memoria: Cazorla, Andújar, Córdoba, Sevilla, Doñana y Sanlúcar de Barrameda.
Con esos lugares está enlazado Argantonio, porque fueron, la primera, la fortaleza fenicia fundada por tirios, y las siguientes, piezas de un posible mapa de Tartesos. Entre ellos se desarrolla:
Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata.
"Y, al llegar a Tarteso, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tarteso durante ochenta años y vivió en total ciento veinte."
(Historia I, 163, Heródoto)
"Los que velan tienen un mundo común, pero los que duermen se vuelven cada uno a su mundo particular."
(Heráclito)
Introducción
En el extremo más occidental del mar Mediterráneo, una vez superadas las Columnas de Hércules (*) ya en el océano Atlántico, hubo un reino fabuloso y floreciente conocido por los fenicios como Tarschich y por los griegos como Tartessos: la primera civilización de Occidente en un entorno bárbaro.
A decir de sus visitantes, era la tierra más amable y acogedora del mundo. Su clima, sus gentes, su tierra fértil y los abundantes frutos y metales que esta ofrecía, atraían a los extranjeros de Levante. Desde muy antiguo, mercaderes y navegantes de Oriente vinieron a hacer trueque y obtener parte de sus riquezas. La mezcla de culturas y negocios granó aún más aquel rincón.
Entre los años 630 y 550 antes de nuestra era, lo gobernó un monarca excepcional, por su poder, longevidad y espíritu magnánimo; Argantonio hizo de su reinado un período de paz, prosperidad e innumerables artes, en un equilibrio de relaciones con griegos y vecinos fenicios. Porque cerca, al lado de las Columnas de Hércules, se encontraba Gadir, -la "fortaleza"-, fundada por tirios, unos 500 años antes.
Heródoto habla del contacto de marinos focenses con aquel extraordinario rey y su tierra. Argantonio les ofreció quedarse en ella, al rehusar aquellos y contarle los problemas que tenían con los medo-persas, les dio gran cantidad de plata para construir una muralla de defensa. Destruida Focea por Ciro en el 540 antes de C., algunos regresaron hacia Poniente, pero Argantonio ya había muerto y se instalaron en Massalia (Marsella) y en el sur de Italia.
![]() |
Placa distintivo de lapislázuli de Ciro II el Grande, periodo aqueménida, encontrado en Persépolis, Museo Nacional de Irán, Teherán, Irán. De درفش کاویانی - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=18055759 |
Tras el rey Argantonio desapareció todo. Vinieron fenicios del Norte de África, los cartagineses, y después los romanos, que acabaron venciéndolos y desalojándolos. Pero el buscado reino de Tartessos o Tarschich, sus dominios, la capital, el palacio, sus monarcas, se borraron en el tiempo como la bruma que se levanta todavía hoy, sobre el gran lecho del Guadalquivir, el río Tartessos o Tarschich, que les daba nombre.
Por no quedar, no nos han llegado ni los nombres que en su propia lengua daban a su tierra, a sus ciudades y a su rey. Él ha permanecido con el nombre griego que hace referencia a la plata que abundaba en las tierras más atrayentes y legendarias de Occidente por aquel entonces.
Continuaron arribando viajeros, escritores y sabios, nostálgicos de las noticias que habían circulado durante años sobre aquel lejano enclave, especie de paraíso perdido para siempre. En la zona sólo encontraban la fortaleza fenicia, ahora dominada por los púnicos de Cartago. No había rastro del pasado glorioso. ¿Qué había sucedido? ¿Qué fue de tanta magnificencia? ¿Cómo y por qué acabó aquella historia?
(*) Hércules es la versión latina del Herakles griego, que a su vez hunde las raíces mitológicas en el Melkart fenicio.
Primera Parte
I
Camina despacio a caballo por las marismas, blanco de luz y verdeazul, del Tarschich. Allí, los toros reales pacen en los alrededores. Son grandes, color marrón cobre, una enorme manada que parece no tener fin. A veces, están en el agua, que les cubre las pezuñas; otras, más alejados, comen en las praderas de las orillas semisaladas.
El rey galopa a trechos; el caballo negro, erguido y airoso, chapotea y salpica, removiendo a su paso el agua clara, que no es mar ni río, sino su mezcla de color plata, inmensa y plana. Los toros se espantan cuando él se acerca, y huyen mugiendo y dando una larga corrida entre la tierra y el agua, levantando una bruma gris sobre sus cuerpos de marrón rojo con un ruido repetido y sonoro.
![]() |
Toros de la ganadería El Bercial en la dehesa.
http://www.salamancaemocion.es/es/que-hacer/toro-bravo-y-dehesa/ganaderia-barcial-finca-el-barcial |
Tras un largo paseo, el rey se adentra en tierra siguiendo el curso del río. Ha caminado durante todo el día, debe de estar cerca de palacio y de Tarschich. Pero el paisaje sigue invariable en la ribera del río, campos y más campos, casi llanos; tierras de labranza con trigales verdes, olivos a lo lejos sobre suaves montículos; pero ni un solo hombre, ni una sola edificación, ni rastro de las cercanías de la ciudad. Ha hecho ese camino muchas veces desde que era adolescente, jamás se perdería por aquel pedazo de tierra, entre el mar y el río, tan querido para él.
Pasan las horas y Argantonio no encuentra su palacio, ni la capital de su reino, ni a uno solo de sus súbditos, guardianes o criados. El camino es el de siempre, pero se extiende dilatadamente. Con angustia, ve cómo se acerca la noche sin haber avistado ciudad, pueblo u hombre alguno.
De pronto en la oscuridad, ve unas luces reflejadas en el agua.
-Por fin. -Se dice y respira aliviado.
Pero no reconoce el lugar. Un sacerdote de Melkart, que se alumbra con una antorcha, sale a darle la bienvenida, hace una profunda reverencia y le recibe con ademanes ceremoniosos. Toma al caballo por las riendas, Baral relincha molesto y arisco al desconocido.
-Bienvenido seáis al templo de Melkart, señor Argantonio, rey de Tarschich. Venid, que nuestros humildes aposentos os esperan y os acogerán con todo honor.
El rey está asombrado.
-¿Cómo he podido confundir el camino de vuelta a Tarschich, a palacio, con el de Gadir y el templo de Melkart? Este último está más lejos y no tiene acceso por las marismas. Jamás lo he tomado desde la desembocadura del gran río.
![]() | |
Islas Gadeiras hacia el siglo XI a. C. De Rodríguez.Gómez - self-made;https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_C%C3%A1diz#/media/Archivo:Gadeiras314.svg |
Cuando viene a Gadir, a la Isla de los Olivos Salvajes o a la Roja, al templo de Melkart o al de Astarté, lo hace por tierra firme, primero, y en nave, después. O desde el embarcadero de la ciudad en navío, para llegar con todo esplendor ante los habitantes de la fortaleza, en el puerto desembarcar con el séquito e ir así hasta el templo.
Desconcertado y furioso consigo mismo, piensa:
-Debía haber llevado un pequeño grupo de guardia. No me gusta llegar solo al templo de noche. Es un error que nunca debí cometer.
Sigue al sacerdote, que conduce lentamente por la brida a Baral. En la escalinata del templo está el anciano sacerdote acompañado por los otros religiosos, y le hace una exagerada reverencia con un rictus hierático en sus labios, mientras un joven, de los que se preparan para el sacerdocio, pone su firme brazo a disposición del rey para ayudarle a bajar del caballo.
La marea está alta, esta noche no hay luna, las luces portadas por los servidores, se reflejan sobre el agua, que bate suavemente. La oscuridad se cierne por doquier y parece devorarlo todo.
-Señor Argantonio, rey de Tarschich, ¿Cómo os dignáis visitar nuestra humilde morada un día que no hay celebraciones? ¿A qué se debe tal honor? Pero, pasad, pasad, el templo está siempre abierto para tan ilustre visitante, luego, si lo deseáis, podréis descansar en nuestras habitaciones, no lejos del recinto sagrado.
Argantonio cree ver alguna argucia de los sacerdotes de Melkart tras esta extraña situación, y se dirige desconfiado, seguido por ellos, al interior del templo. Dentro hay total oscuridad, jamás lo ha visitado en noche sin luna. Cuando reacciona se da cuenta de que está solo, los sacerdotes no han entrado, quiere volver sobre sus pasos, pero no encuentra la salida, nada le es familiar y la angustia se apodera de él.
Ni siquiera va armado, tan sólo su túnica de finísimo hilo de lino claro ceñida por un cinturón de oro, que desde hace generaciones luce el rey de Tarschich, el anillo y dos gruesos brazaletes, dicen de él que es el monarca. Nadie sabe dónde está, ha salido solo, como tantas veces, a recorrer la ribera del gran río hasta el océano y perderse por las marismas. Aquí están las consecuencias, si desaparece, no se sabrá cómo, ni dónde...
![]() |
Brazalete (reproducción) de oro batido, soldado, filigrana, repujado y troquelado, del tesoro de El Carambolo, Camas, Sevilla, finales del s. VII - primera mitad del s. VI a. C., Museo Arqueológico de Sevilla.
https://ceres.mcu.es/pages/Main?idt=145067&inventary=CE27462&table=FMUS&museum=MASE |
Respira dificultosamente, pero abre los ojos. Ha sido una pesadilla. Está en su lecho, en palacio. Se incorpora para intentar ver a su alrededor, tiene la garganta seca y aún respira con congoja.
-¡El vaticinio del maestro Hiramish!... -Exclama.
La noche es negra, tampoco en ella hay luna. A través de los ligeros cortinajes de la puerta, puede apreciar la silueta de Mesar, el joven siervo que vela sus sueños, sentado en el suelo de la estancia contigua que da al jardín; más allá, las columnas con las antorchas encendidas; a lo lejos, el resplandor de la luz que porta un guardián haciendo su ronda alrededor de la muralla.
-¡Mesar! ¡Mesar! -El siervo ya se encuentra arrodillado al lado de su lecho y le pregunta.
-¿Qué deseáis, mi señor? ¿Os encontráis bien?
-Tráeme agua fresca. Solamente ha sido un mal sueño, un presagio.
-Todavía respiráis con dificultad... -Dice con respeto y sale hacia las dependencias donde se guarda el agua fresca para beber.
En seguida está de vuelta, portando una alargada jarra y un vaso de plata rutilantes. Pero ha despertado a la sierva que dormitaba allí y viene tras él, preocupada, para ver a su amo y señor. Ella también cuida del rey.
Bebe pausadamente el agua y observa a los dos siervos que le miran con veneración.
![]() |
Copa de agua y un clavel, impresión digital sobre papel fotográfico, 2018, Pilar Pequeño. Museo Nacional del Prado, Madrid. |
-Toma, Mesar, puedes volver a tu lugar. ¿Y, tú, qué haces aquí, pequeña Gomeísa? Ve a dormir. -Les dice.
-Hace calor, mi señor, puedo refrescar vuestras sienes con agua de esencias y después, si lo deseáis, abanicaros hasta que volváis a tomar el sueño. -Propone solícita, Gomeísa, una sierva apenas adolescente.
-Está bien. -Argantonio se rinde a sus atenciones.
Gomeísa vela por los más mínimos detalles de su vida diaria. Trae un paño mojado en refrescantes y olorosas esencias de hierbas, y lo coloca sobre sus ardientes sienes; cuando lo retira, toma un gran abanico de plumas, regalo de tierras lejanas, y suavemente mueve el aire sobre él. Al mismo tiempo, canta con voz suave una canción tarschena.
Se recuesta de nuevo en el lecho. El sueño vuelve a su memoria, pieza a pieza, y sus predicciones ensombrecen su rostro. Lo identifica con aquel otro de Hiramish, el sabio, poco antes de morir, con los mismos designios que le sirvieron para hacer el vaticinio de su futuro y el futuro de su pueblo. Aquellos presagios dejaron al rey sumido en unas dudas y penares mayores casi, que la profunda tristeza que sintió por la muerte de su maestro.
No puede dormir, y observa lo que se ve a través de los cortinajes de la puerta de sus aposentos.
-Todo sigue igual que entonces, pero han pasado muchos años. -Los recuerdos se apoderan de él y se abandona a ellos con melancolía. -Yo no era más que un niño, cuando él llegó... Era también avanzada la primavera y mi padre mandó traer a Hiramish a palacio.
Es un pasado, momentos muy lejanos, que ya nadie a su alrededor llegó a conocer, porque Argantonio es el hombre más viejo de su reino.