viernes, 31 de enero de 2025

Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 1

 

Son dos de mis más queridas referencias. Nací en Cádiz al lado del Atlántico, y el Guadalquivir está jalonado de hermosas alhajas en mi memoria: Cazorla, Andújar, Córdoba, Sevilla, Doñana y Sanlúcar de Barrameda.

Con esos lugares está enlazado Argantonio, porque fueron, la primera, la fortaleza fenicia fundada por tirios, y las siguientes, piezas de un posible mapa de Tartesos. Entre ellos se desarrolla:

 

 

 

 Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata.

 

 

 

 

  

                             "Y, al llegar a Tarteso, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tarteso durante ochenta años y vivió en total ciento veinte."

(Historia I, 163, Heródoto)


                              "Los que velan tienen un mundo común, pero los que duermen se vuelven cada uno a su mundo particular."

(Heráclito)








Introducción


En el extremo más occidental del mar Mediterráneo, una vez superadas las Columnas de Hércules (*) ya en el océano Atlántico, hubo un reino fabuloso y floreciente conocido por los fenicios como Tarschich y por los griegos como Tartessos: la primera civilización de Occidente en un entorno bárbaro.

A decir de sus visitantes, era la tierra más amable y acogedora del mundo. Su clima, sus gentes, su tierra fértil y los abundantes frutos y metales que esta ofrecía, atraían a los extranjeros de Levante. Desde muy antiguo, mercaderes y navegantes de Oriente vinieron a hacer trueque y obtener parte de sus riquezas. La mezcla de culturas y negocios granó aún más aquel rincón.

Entre los años 630 y 550 antes de nuestra era, lo gobernó un monarca excepcional, por su poder, longevidad y espíritu magnánimo; Argantonio hizo de su reinado un período de paz, prosperidad e innumerables artes, en un equilibrio de relaciones con griegos y vecinos fenicios. Porque cerca, al lado de las Columnas de Hércules, se encontraba Gadir, -la "fortaleza"-, fundada por tirios, unos 500 años antes.

Heródoto habla del contacto de marinos focenses con aquel extraordinario rey y su tierra. Argantonio les ofreció quedarse en ella, al rehusar aquellos y contarle los problemas que tenían con los medo-persas, les dio gran cantidad de plata para construir una muralla de defensa. Destruida Focea por Ciro en el 540 antes de C., algunos regresaron hacia Poniente, pero Argantonio ya había muerto y se instalaron en Massalia (Marsella) y en el sur de Italia.

 

 

Placa distintivo de lapislázuli de Ciro II el Grande, periodo aqueménida, encontrado en Persépolis, Museo Nacional de Irán, Teherán, Irán.

De درفش کاویانی - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=18055759


 

Tras el rey Argantonio desapareció todo. Vinieron fenicios del Norte de África, los cartagineses, y después los romanos, que acabaron venciéndolos y desalojándolos. Pero el buscado reino de Tartessos o Tarschich, sus dominios, la capital, el palacio, sus monarcas, se borraron en el tiempo como la bruma que se levanta todavía hoy, sobre el gran lecho del Guadalquivir, el río Tartessos o Tarschich, que les daba nombre.

Por no quedar, no nos han llegado ni los nombres que en su propia lengua daban a su tierra, a sus ciudades y a su rey. Él ha permanecido con el nombre griego que hace referencia a la plata que abundaba en las tierras más atrayentes y legendarias de Occidente por aquel entonces.

Continuaron arribando viajeros, escritores y sabios, nostálgicos de las noticias que habían circulado durante años sobre aquel lejano enclave, especie de paraíso perdido para siempre. En la zona sólo encontraban la fortaleza fenicia, ahora dominada por los púnicos de Cartago. No había rastro del pasado glorioso. ¿Qué había sucedido? ¿Qué fue de tanta magnificencia? ¿Cómo y por qué acabó aquella historia?




(*) Hércules es la versión latina del Herakles griego, que a su vez hunde las raíces mitológicas en el Melkart fenicio.






Primera Parte

 

 

                             I



Camina despacio a caballo por las marismas, blanco de luz y verdeazul, del Tarschich. Allí, los toros reales pacen en los alrededores. Son grandes, color marrón cobre, una enorme manada que parece no tener fin. A veces, están en el agua, que les cubre las pezuñas; otras, más alejados, comen en las praderas de las orillas semisaladas.

El rey galopa a trechos; el caballo negro, erguido y airoso, chapotea y salpica, removiendo a su paso el agua clara, que no es mar ni río, sino su mezcla de color plata, inmensa y plana. Los toros se espantan cuando él se acerca, y huyen mugiendo y dando una larga corrida entre la tierra y el agua, levantando una bruma gris sobre sus cuerpos de marrón rojo con un ruido repetido y sonoro.

 

Toros de la ganadería El Bercial en la dehesa.

http://www.salamancaemocion.es/es/que-hacer/toro-bravo-y-dehesa/ganaderia-barcial-finca-el-barcial


 

Tras un largo paseo, el rey se adentra en tierra siguiendo el curso del río. Ha caminado durante todo el día, debe de estar cerca de palacio y de Tarschich. Pero el paisaje sigue invariable en la ribera del río, campos y más campos, casi llanos; tierras de labranza con trigales verdes, olivos a lo lejos sobre suaves montículos; pero ni un solo hombre, ni una sola edificación, ni rastro de las cercanías de la ciudad. Ha hecho ese camino muchas veces desde que era adolescente, jamás se perdería por aquel pedazo de tierra, entre el mar y el río, tan querido para él.

Pasan las horas y Argantonio no encuentra su palacio, ni la capital de su reino, ni a uno solo de sus súbditos, guardianes o criados. El camino es el de siempre, pero se extiende dilatadamente. Con angustia, ve cómo se acerca la noche sin haber avistado ciudad, pueblo u hombre alguno.

De pronto en la oscuridad, ve unas luces reflejadas en el agua.

-Por fin. -Se dice y respira aliviado.

Pero no reconoce el lugar. Un sacerdote de Melkart, que se alumbra con una antorcha, sale a darle la bienvenida, hace una profunda reverencia y le recibe con ademanes ceremoniosos. Toma al caballo por las riendas, Baral relincha molesto y arisco al desconocido.

-Bienvenido seáis al templo de Melkart, señor Argantonio, rey de Tarschich. Venid, que nuestros humildes aposentos os esperan y os acogerán con todo honor.

El rey está asombrado.

-¿Cómo he podido confundir el camino de vuelta a Tarschich, a palacio, con el de Gadir y el templo de Melkart? Este último está más lejos y no tiene acceso por las marismas. Jamás lo he tomado desde la desembocadura del gran río.

 

 

Islas Gadeiras hacia el siglo XI a. C. De Rodríguez.Gómez - self-made;https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_C%C3%A1diz#/media/Archivo:Gadeiras314.svg

Cuando viene a Gadir, a la Isla de los Olivos Salvajes o a la Roja, al templo de Melkart o al de Astarté, lo hace por tierra firme, primero, y en nave, después. O desde el embarcadero de la ciudad en navío, para llegar con todo esplendor ante los habitantes de la fortaleza, en el puerto desembarcar con el séquito e ir así hasta el templo.

Desconcertado y furioso consigo mismo, piensa:

-Debía haber llevado un pequeño grupo de guardia. No me gusta llegar solo al templo de noche. Es un error que nunca debí cometer.

Sigue al sacerdote, que conduce lentamente por la brida a Baral. En la escalinata del templo está el anciano sacerdote acompañado por los otros religiosos, y le hace una exagerada reverencia con un rictus hierático en sus labios, mientras un joven, de los que se preparan para el sacerdocio, pone su firme brazo a disposición del rey para ayudarle a bajar del caballo.

La marea está alta, esta noche no hay luna, las luces portadas por los servidores, se reflejan sobre el agua, que bate suavemente. La oscuridad se cierne por doquier y parece devorarlo todo.

-Señor Argantonio, rey de Tarschich, ¿Cómo os dignáis visitar nuestra humilde morada un día que no hay celebraciones? ¿A qué se debe tal honor? Pero, pasad, pasad, el templo está siempre abierto para tan ilustre visitante, luego, si lo deseáis, podréis descansar en nuestras habitaciones, no lejos del recinto sagrado.

Argantonio cree ver alguna argucia de los sacerdotes de Melkart tras esta extraña situación, y se dirige desconfiado, seguido por ellos, al interior del templo. Dentro hay total oscuridad, jamás lo ha visitado en noche sin luna. Cuando reacciona se da cuenta de que está solo, los sacerdotes no han entrado, quiere volver sobre sus pasos, pero no encuentra la salida, nada le es familiar y la angustia se apodera de él.

Ni siquiera va armado, tan sólo su túnica de finísimo hilo de lino claro ceñida por un cinturón de oro, que desde hace generaciones luce el rey de Tarschich, el anillo y dos gruesos brazaletes, dicen de él que es el monarca. Nadie sabe dónde está, ha salido solo, como tantas veces, a recorrer la ribera del gran río hasta el océano y perderse por las marismas. Aquí están las consecuencias, si desaparece, no se sabrá cómo, ni dónde...

 

Brazalete (reproducción) de oro batido, soldado, filigrana, repujado y troquelado, del tesoro de El Carambolo, Camas, Sevilla, finales del s. VII - primera mitad del s. VI a. C., Museo Arqueológico de Sevilla.

https://ceres.mcu.es/pages/Main?idt=145067&inventary=CE27462&table=FMUS&museum=MASE


 

Respira dificultosamente, pero abre los ojos. Ha sido una pesadilla. Está en su lecho, en palacio. Se incorpora para intentar ver a su alrededor, tiene la garganta seca y aún respira con congoja.

-¡El vaticinio del maestro Hiramish!... -Exclama.

La noche es negra, tampoco en ella hay luna. A través de los ligeros cortinajes de la puerta, puede apreciar la silueta de Mesar, el joven siervo que vela sus sueños, sentado en el suelo de la estancia contigua que da al jardín; más allá, las columnas con las antorchas encendidas; a lo lejos, el resplandor de la luz que porta un guardián haciendo su ronda alrededor de la muralla.

-¡Mesar! ¡Mesar! -El siervo ya se encuentra arrodillado al lado de su lecho y le pregunta.

-¿Qué deseáis, mi señor? ¿Os encontráis bien?

-Tráeme agua fresca. Solamente ha sido un mal sueño, un presagio.

-Todavía respiráis con dificultad... -Dice con respeto y sale hacia las dependencias donde se guarda el agua fresca para beber.

En seguida está de vuelta, portando una alargada jarra y un vaso de plata rutilantes. Pero ha despertado a la sierva que dormitaba allí y viene tras él, preocupada, para ver a su amo y señor. Ella también cuida del rey.

Bebe pausadamente el agua y observa a los dos siervos que le miran con veneración.

 

Copa de agua y un clavel, impresión digital sobre papel fotográfico, 2018, Pilar Pequeño. Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

-Toma, Mesar, puedes volver a tu lugar. ¿Y, tú, qué haces aquí, pequeña Gomeísa? Ve a dormir. -Les dice.

-Hace calor, mi señor, puedo refrescar vuestras sienes con agua de esencias y después, si lo deseáis, abanicaros hasta que volváis a tomar el sueño. -Propone solícita, Gomeísa, una sierva apenas adolescente.

-Está bien. -Argantonio se rinde a sus atenciones.

Gomeísa vela por los más mínimos detalles de su vida diaria. Trae un paño mojado en refrescantes y olorosas esencias de hierbas, y lo coloca sobre sus ardientes sienes; cuando lo retira, toma un gran abanico de plumas, regalo de tierras lejanas, y suavemente mueve el aire sobre él. Al mismo tiempo, canta con voz suave una canción tarschena.

Se recuesta de nuevo en el lecho. El sueño vuelve a su memoria, pieza a pieza, y sus predicciones ensombrecen su rostro. Lo identifica con aquel otro de Hiramish, el sabio, poco antes de morir, con los mismos designios que le sirvieron para hacer el vaticinio de su futuro y el futuro de su pueblo. Aquellos presagios dejaron al rey sumido en unas dudas y penares mayores casi, que la profunda tristeza que sintió por la muerte de su maestro.

No puede dormir, y observa lo que se ve a través de los cortinajes de la puerta de sus aposentos.

-Todo sigue igual que entonces, pero han pasado muchos años. -Los recuerdos se apoderan de él y se abandona a ellos con melancolía. -Yo no era más que un niño, cuando él llegó... Era también avanzada la primavera y mi padre mandó traer a Hiramish a palacio.

Es un pasado, momentos muy lejanos, que ya nadie a su alrededor llegó a conocer, porque Argantonio es el hombre más viejo de su reino.


Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 2

 

 

                               II


De adolescente, en cuanto tenía una oportunidad, se escapaba a caballo por las marismas del río Tarschich. Al heredero, libre y sin vigilancia, aquellos parajes de pura claridad reflejada y plana le son tan conocidos y familiares como su propio palacio. En noches de luna se marcha antes de que caiga la tarde, y permanece hasta el amanecer recorriendo sin parar tierras anegadas, lagunas, brazos del río, islas de praderas salvajes, arenas llenas de pinos, y el mar que penetra hacia dentro y vuelve a salir después, en su eterno fluir de mareas. Respira libertad, siente el frescor y los olores que trae el viento, y puede ver y escuchar de cerca a la manada real de toros que pueblan grandes extensiones de terreno. Le gusta asustarlos con sus carreras en el caballo sobre el agua, levantando una lluvia fina a su paso entrecortado.

-¡Uhú! ¡Uhú! ¡Uhú! -Les grita rodeándolos y esquivándolos, haciendo cabriolas sobre el hermoso Negro.

Al amanecer, cuando una luz malva empieza a invadir el horizonte, sentado sobre alguna duna en la desembocadura del río frente al inmenso océano, mientras Negro come matojos en las cercanías, sus pensamientos, su mirada, todo su ser, se enlazan con el pasado y con su futuro. 

 

 

Amanecer.

 

El sol ya ha salido, Argantonio con el rostro transformado por la visión, parece mayor, monta a Negro y parte a galope tendido hacia palacio. Regresan, amo y caballo, felices y agotados, sudorosos y empapados de agua y barro. Nadie le libra de la reprimenda, incluso, si no se entera el monarca. Los criados gritan y hacen aspavientos al verle mojado y sudando, ante el temor de que el futuro rey enferme de fiebres, y su padre, informado de la nueva salida, les mande azotar a todos. Arguris gimotea como una vieja asustada, y Argantonio, harto de tanto ruido, corta la verborrea.

-¡Silencio! ¿Lo sabe mi padre? -Como los sirvientes nieguen con la cabeza bajada, les ordena imperioso. -¿No? Pues, ¿A qué estáis esperando para prepararme un buen baño? ¡Vamos, deprisa! Seguro que mi caballo estará ya limpio y reluciente, comiendo y descansando en los establos, sus cuidadores son mucho más diligentes que vosotros y no pierden el tiempo con tanta palabrería. A partir de ahora, seré yo quien os mande azotar en lugar de mi padre, y no por haberme dejado ir, sino por no atenderme inmediatamente.

Los criados vuelan a su alrededor, no hará falta mucho tiempo para que el joven esté de nuevo impecablemente vestido, perfumado y peinado tomando un refrigerio cerca de su hermano pequeño.

-¡Señor, señor, mirad! ¿Véis aquel hombre, que camina muy erguido, seguido a unos pocos pasos por un criado joven? Es él, el sabio fenicio Hiramish. Viene a ver a vuestro padre que lo ha llamado a su presencia.

El que habla es un siervo mayor, de toda confianza en palacio, y que no se separa jamás del primogénito del rey, más que cuando escapa a su vigilancia. Vela por él, mejor que si fuera su propio padre, sabe que en ello va su cabeza y además es un honor hacerlo, pero también le cuenta todo, lo que debe y lo que no debe. El chismoso Arguris explica a su señor con riqueza de detalles cualquier historia que sucede en cada rincón de palacio, porque él lo ve y lo oye todo, y piensa que su joven señor y futuro rey de Tarschich tiene que conocer lo que acontece bajo su techo.

Argantonio se asoma desde la azotea, donde está con su hermano y algunos criados, y observa al hombre que camina por el sendero blanco de mármol que bordea el estanque. Es joven todavía, el porte y las maneras revelan orgullo y seguridad en sí mismo. Sube las escaleras que conducen a la entrada de la residencia de palacio. 

 

 

Estanque en los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba.

 

El adolescente desconoce a qué viene aquel sabio, del que todos, en la corte, hablan maravillas.

-Me gusta, a pesar de ser joven, sabe entrar con dignidad y firmeza en un palacio. -Le explica al criado que mira a su lado.

-Dicen de él, señor, que su sabiduría es superior incluso a la de los sacerdotes de Melkart y los de Baal-Ammón. En Gadir, su nombre va de boca en boca desde que llegó de Tiro hace bastantes lunas. A él, acuden por consejo, autoridades y ricos mercaderes, nobles y guerreros, fenicios y tarschenos, samios y egipcios. -Detalla el criado con admiración.

Argantonio observa fijamente a Arguris.

-¿Tú sabes para qué lo ha mandado traer mi padre? -Le interroga, presumiendo que el viejo conoce la razón.

-En las habitaciones de las mujeres, se dice que será vuestro maestro, porque ya tenéis edad de aprender todo lo que debe saber un rey, se lo han oído a vuestra madre. Claro, que nadie entiende por qué tiene que ser un fenicio...

El heredero le mira con ferocidad y el siervo se guarda para sí las críticas palaciegas. El joven se queda pensativo mirando al fondo del jardín, donde las enredaderas silvestres se encaraman a los muros que rodean el palacio. Comienza a hacer calor en esta mañana de primavera. Su hermano, menor que él, juega al cuidado de un criado más joven que Arguris. Una gran tela de algodón ocre, sujeta sobre barrotes de hierro a la entrada de la azotea, les protege del sol, y bajo ella se refugia Argantonio de los ardores solares.

Es un adolescente, sin barba y con un cuerpo desproporcionado porque todavía está creciendo, no tendrá más de doce primaveras. Pero ya se adivina que va a ser hermoso: el cabello negro y ensortijado, los ojos oscuros y de mirada intensa, los rasgos bien dibujados, como los de un dios de bronce. La piel dorada, y unos músculos que comienzan a estar perfectamente cincelados. Despierto, inteligente y ansioso de saber y experimentar su porvenir, es el primogénito, será el rey de Tarschich el día que su padre muera.

Es intrépido y audaz con el caballo, con la espada, el cuchillo, la lanza y el arco. El jefe de la guardia, por tradición es el hermano menor del monarca reinante, le adiestra en las artes de guerra, y aunque el suyo es un reino pacífico, las incursiones de los hombres del Norte exigen un cuerpo de soldados y guardianes efectivos y bien adiestrados. Sueña con el día que sea coronado rey, piensa preparar un ejército mayor y escarmentarlos para siempre. Su padre, hasta ahora, no ha querido hacerlo.

 

 

Jinete de Artemisión, bronce, s. II a. C., Museo Arqueológico Nacional de Atenas, Grecia. De Niko Kitsakis - Trabajo propio, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=154929356

 

-Sabrán quién manda en Tarschich, el rey Argantonio, y que nadie puede hostigar sus fronteras sin castigo. -Explica a Arguris, cuando el criado le cuenta las noticias traídas por los siervos que trabajan para los señores de más arriba del curso del río, cerca de las montañas.

Al rato de estar en la azotea, el sueño comienza a invadir al joven noctámbulo, pero Arguris le despierta porque ha llegado un criado de palacio, le manda el rey, quiere que el primogénito sea llevado a su presencia.

El joven acude con curiosidad en los ojos soñolientos. Desea enormemente conocer al sabio fenicio y escuchar de los labios de su padre el motivo de su presencia. Lo que ha dicho su sirviente le gusta.

-Aprender a ser rey... -Se dice a sí mismo.

Es algo que lleva en la sangre desde hace mucho, probablemente antes de nacer. Presiente además, que el hombre que va a conocer cambiará su vida. Ama sus correrías en solitario, pero sobre todo, quiere ser rey, un gran rey, recordado y amado para siempre, como dijeron las estrellas cuando nació. Y que alguien escriba su historia, mas no como sucedió con algunos de sus antepasados, sino respetando la verdad.

Observa a ambos al entrar en la sala. Desde aquí se ve el gran patio de columnas, que enmarca la vía de mármol blanco de la entrada al salón del trono, el de las audiencias oficiales. Ha tenido pocas oportunidades de estar allí, por eso lo mira con devoción.

El rey es un hombre de mediana edad, tiene el cabello oscuro y rizado, la mirada soberbia y una complexión fuerte. Viste una túnica de fino lino claro con orla dorada y luce unos anchos brazaletes, cinturón y anillo de oro. Está sentado en un gran asiento elevado del suelo en una tarima de madera clara; el fenicio, de pie a una distancia de respeto. Argantonio se acerca a su padre, hace una profunda reverencia y le dice:

 

 

Reconstrucción del Tachara, palacio de invierno, por Charles Chipiez, 1884, Persépolis, construcción iniciada por Dario I y acabada por su hijo Jerjes I, Imperio Aqueménida, Irán. De Charles Chipiez, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1355574

 

-¿Me habéis mandado llamar, padre?

-Ven, Argantonio. -Y le hace subir a la tarima.

-Aquí le tienes, Hiramish, este es mi hijo primogénito, mi muy amado Argantonio. Él regirá los destinos de Tarschich cuando yo desaparezca, y ha de hacerlo mejor que yo y que todos sus antepasados. Está destinado a llevar al esplendor a su pueblo, y tú, tienes que darle desde ahora la formación adecuada para ello. Deberá saber todo lo que el mejor hombre de mis dominios pueda saber, porque será el primero de ellos. -El rey habla lleno de orgullo y seguridad y mira con detenimiento al sabio, que no mueve un solo músculo de su rostro. -Cuando él nació, el oráculo de Menestheos así lo vaticinó, y hace tiempo que los sueños me lo vienen diciendo: que mi hijo será el rey más grande, desde las Columnas de Melkart hasta más allá de la desembocadura del gran río Tarschich, y desde Gadir por todos los reinos conocidos. -Le presenta con vehemencia el monarca.

El fenicio saluda al futuro rey con una respetuosa y prolongada reverencia, después ambos se miran con entendimiento. Al maestro le había gustado aquel joven de rostro despejado, ojos de mirada profunda e inteligente, manos y torso fuertes, aunque todavía un poco desgarbado. Argantonio también recibió una intensa impresión del que iba a ser su preceptor.

-Señor, a partir de ahora, todo mi saber y mi experiencia los pondré al servicio de vuestro hijo, y lo que yo sé, lo sabrá él, de tal manera, que cuando llegue el día de gobernar vuestro reino, lo haga como vos deseáis. -Afirmó.

Hiramish era por entonces un hombre aún joven, podía tener algo más de 30 años, pero su rostro denotaba los rasgos y la expresión del que ha vivido y conocido grandes trabajos y experiencias. Es moreno y lleva el cabello en una breve melena que tapa poco más que sus orejas y el nacimiento del cuello. Su mirada, entre hierro y carbón al rojo vivo, tiene algo de inquietante e incendiaria. Con ella, sabe leer más allá en el tiempo, el espacio y el pensamiento. Su piel está curtida por el aire de muchas tierras. Tiene la cantidad justa de músculos y grasa, nadie diría que impone, sin embargo, antes de atacarle, cualquier hombre mediría sus propias fuerzas.

Sus conocimientos abarcan todos los saberes. Utiliza el alfabeto fenicio y el tarscheno y entiende a la perfección algunas lenguas helenas y el asirio. Descifra la escritura egipcia. Conoce las estrellas y sus nombres; sabe la ciencia de los números; y su juicio es tan claro y recto, que reyes y poderosos le piden consejo y opinión. En Tiro, desde niño estudió con un famoso maestro, después pasó cinco años en Nínive con un viejo caldeo, aprendiendo lo que no se puede nombrar. Hay quien dice que sabe más que los sacerdotes.

 

Fonte Velha VI, losa de gres con inscripciones posiblemente tartésicas, s. VI a. C. De I, Henrique Matos, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22656297

 

Viste sencillamente, con una túnica de corte y tejido fenicio, usa sandalias y un cinturón de cuero. Pero su prestancia y su fuerza interior le confieren un carácter especial, incluso frente al rey y su hijo.

-Te serán asignadas unas habitaciones cercanas a las de mi hijo, tendrás servidores a tu disposición, y lo que necesites, será satisfecho en palacio. -Le advierte el rey.

 

 

La noche estrellada, V. van Gogh, 1888, Museo d'Orsay, París, Francia. https://www.musee-orsay.fr/es/obras/la-nuit-etoilee-78696

 

-Deseo pediros humildemente, señor, que me concedáis un favor. Tengo criados a mi servicio y poseo una pequeña casa en Gadir; continúo efectuando estudio y observación del cielo y las estrellas, así como otros saberes que me ayudan a avanzar por el camino de la sabiduría, que como sabéis no tiene fin. Necesito, señor, poder mantener esos sirvientes, esa casa y la posibilidad de acudir a ella de vez en cuando.

-Puedes conservarla y salir de palacio para visitarla cuando lo necesites, mientras no abandones la obligación de educar a mi hijo en el oficio de ser rey. -El monarca hizo una leve seña a uno de los guardianes que custodiaban discretamente la puerta. Al poco, se presentaba un criado que acompañó al fenicio.

Quedaron solos padre e hijo, aquel mirando fijamente a su heredero le dijo:

-Ten en cuenta, hijo mío, que Hiramish es el hombre más sabio que habita en las tierras que nos circundan, incluyendo las fortalezas fenicias. Más incluso, que los sacerdotes de Melkart; y que allende los mares, en las lejanas Tiro, Éfira, Mileto, o Egipto, no hay quien le aventaje en conocimiento y sensatez.

 

 

Puerto de Tiro, dibujo, 1839, David Roberts.

https://www.loc.gov/item/2002717513/


 

Aprende de él todo lo que te enseñe y también lo que no muestre, de tal modo que puedas utilizar tanto sus palabras como sus silencios. Aprovecha hasta el más mínimo detalle de su saber, pero también de su conducta y de sus actos. Ha sido consejero de grandes hombres y ha recorrido muchas ciudades. Pero recuerda siempre, que es un fenicio, y que como tal, guardará fidelidad a su raza y a los intereses de su gente. Ante un grave problema, su sangre tiraría de él más que esta, su nueva patria. Nunca lo olvides. Y ahora, vete.

-Gracias, padre, trataré de aprender de él, como tú deseas que lo haga, y cumpliré tus preceptos.

Argantonio saludó a su padre con una corta reverencia y salió corriendo por los pasillos que le llevaban a sus habitaciones, separadas del ala de las mujeres, de la zona oficial y de la privada de su padre. Era el reducto de los hijos varones del rey y de algunos invitados, donde se alojaría el maestro. El palacio tiene unas dimensiones gigantescas, es un edificio de una sola planta, que ha ido creciendo con cada generación, para magnificencia de la casa real tarschena. Entre el pueblo se afirma que alguien que no lo conozca bien, tardaría más de un día en recorrerlo entero.

Arguris le espera con curiosidad. Baelco, el hermano del joven, ha bajado de la azotea y se encuentra en las habitaciones contiguas. El sirviente le pregunta:

-Mi señor, ¿Será el maestro fenicio, el que instruirá al futuro rey de Tarschich? -Sin esperar la respuesta que ya sabe, añade: -Acaba de salir a caballo, acompañado por su criado, y por otros dos de palacio que el mayordomo ha puesto a su servicio, para que transporten las pertenencias que necesite. Aunque se le ha ofrecido todo lo que pudiera requerir, él ha querido ir a su casa en Gadir a recoger quién sabe qué.

-Si regresa hoy, cuando llegue, avísame, deseo verle antes de acostarme.

-Le verás, señor. -Responde Arguris.









Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 3

 

 

 

                                  III



Hiramish no regresó hasta el amanecer siguiente, Argantonio aún dormía. Arguris fue a despertarle. El sol ya había comenzado su recorrido en el firmamento, cuando le llamó quedamente.

-Señor, señor, ya ha amanecido, el maestro fenicio ha llegado y está en los aposentos de los invitados. Se ha traído varios cofres y al joven servidor tirio que le acompañaba ayer.

-Arguris, preséntate ante él y dile que voy a ir a sus habitaciones, porque quiero hablar con él.

El joven trata de parecer un futuro monarca y adopta decisiones y formas como su padre, aunque no sabe muy bien para qué quiere ver al maestro, antes de que este comience sus enseñanzas. Arguris le obedece, mientras él toma un baño y se viste una túnica de fino hilo de lino, sujeta con el cinturón de oro de la familia real.

-Buenos días maestro, deseaba hablarte antes de iniciar las lecciones. ¿Quieres algún refrigerio mientras? Yo voy a tomar leche con trigo tostado molido y uvas e higos secos. Arguris, encárgate de que nos sirvan de comer. 

-Buenos días, joven señor, es un honor para mí recibir vuestra visita, en el momento de tomar posesión de las habitaciones que vuestro padre se ha dignado ofrecerme. Comeré algo con vos, ya que no he probado bocado desde ayer al mediodía, y el viaje a caballo desde Gadir me ha abierto el apetito.

Una sierva avisada por Arguris, porta un hermoso frutero de bronce con adornos de plata, repleto de uvas e higos secos y una jarra alta y picuda con leche fresca que echó en dos vasos de plata. Se sentaron frente a frente, maestro y alumno, y las miradas se cruzaron y se midieron.

 

 

Bodegón de uvas e higos, óleo sobre lienzo, s. f., Julia Alcayde Montoya, 

https://maes.unizar.es/project/julia-alcayde-montoya-bodegon-de-uvas-e-higos/


 

-¿Qué es lo que con tanta urgencia os ha traído a verme, antes de que coloque mis pertenencias? -Pregunta con una ojeada ligeramente burlona sobre el joven.

-Me gustaría saber por qué viniste a Tarschich, o mejor dicho a Gadir, desde tan lejos, tu tierra en Tiro. ¿Piensas regresar algún día?

Aquel chico adolescente, que será su alumno, ha venido a preguntarle lo que ayer su padre no planteó, a pesar de que hubiera podido. Sabe que su relación con él será fructífera y profunda, y la inicia con sinceridad.

-No es esa la primera pregunta que el joven futuro rey de Tarschich debe dirigir a su preceptor, antes, incluso, de que este se haya acomodado en sus nuevos aposentos. No son esos los modales que se esperan de un monarca. La magnanimidad, nobleza y hospitalidad de un gran rey, le exigen respetar el primer día de estancia de un inferior, aunque este sea su maestro.

Argantonio ha ido palideciendo a medida que el maestro hablaba, y se dedica a beber su vaso de leche, incómodo ante la situación en la que él mismo se ha puesto.

-Pero creo que esa pregunta, que vuestro padre no me hizo ayer, requiere una respuesta con la verdad, porque así seré yo siempre con vos: jamás os mentiré, señor. -El joven respira aliviado al comprobar el giro en las palabras de Hiramish.

 

 

Asedio de Tiro por Alejandro Magno, plano y vista de la ciudad, 332 a. C.

https://arrecaballo.es/edad-antigua/persas-y-macedonios/asedio-de-tiro-332-ac/


 

-No es fácil vivir en Tiro hoy en día para un hombre libre, señor. Desde que los asirios se adueñaron de la ciudad, hacerlo con dignidad, resulta una tarea dura y peligrosa. Viajar y ser consultado por reyes vecinos y señores poderosos, puede convertirle a uno en sospechoso de traición. Algunos no perdonaban mi libertad de espíritu, ni mi actitud distante. Tuve que salir de la noche a la mañana, alertado por un gran señor, conocedor de las envidias que tejían una trama contra mí. Eso en cuanto a la primera cuestión, por lo que se refiere a la segunda, os diré que al cabo del tiempo, un sabio no tiene patria, cualquier lugar es bueno para estudiar, para vivir y para cumplir el destino que se nos ha marcado.

No obstante, yo amaba mucho mi hermosa y rica ciudad. Mas he encontrado en Gadir tantos parecidos con ella que, en mi casa frente al mar, me siento como en mis aposentos tirios. Gadir ha sustituido a Tiro en mi corazón. No, no volveré a la tierra que me vio nacer. -Responde gravemente el maestro, mirando a un punto lejano que Argantonio no puede identificar.


 

Antigua Tiro desde el istmo (construido por Alejandro Magno durante el asedio de 332 a. C.), dibujo, 1839, David Roberts.

https://www.loc.gov/item/2002717516/


 

-Si yo tuviera que dejar Tarschich algún día, te aseguro que volvería. -Afirma con determinación.

-Pero vos, sois un futuro rey, señor, y vuestro destino es reinar aquí. Yo, sólo soy un maestro, un mago, el mío es enseñar y estudiar, y eso, puede hacerse en cualquier lugar.

-Es lo que quería conocer. Me gusta que seas tú mi preceptor. Después de que te hayas instalado, ¿Cuándo empezaremos? -Le interroga Argantonio levantándose del asiento en un ademán de marcharse de la habitación.

-En cuanto Melkartés ponga orden en las que van a ser nuestras habitaciones. Entonces, estaré a vuestras órdenes para iniciar nuestra primera clase. Se me ha dicho que podemos utilizar la estancia intermedia entre vuestros aposentos y los de los invitados. Más adelante, cuando conozcáis varios saberes que debo enseñaros, usaremos también la biblioteca. Creo que palacio tiene muchos y antiguos escritos.

-Así es. Avísame cuando estés listo. Nadie interrumpirá tu instalación. -Advierte con aires de monarca, que el joven gusta utilizar cuando recuerda que será rey y trata de aparecer como el hombre que todavía no es.

El fenicio responde con una ligera sonrisa y una profunda reverencia.

A la mañana siguiente, Argantonio está ansioso por comenzar su aprendizaje y por comprobar en qué se basa la gran sabiduría de Hiramish, que hasta su padre el rey pondera.

Al cabo de un rato, la impaciencia le lleva hasta la habitación elegida para dar sus enseñanzas, aunque sabe que debería hacer esperar al maestro. Esa es una de las primeras normas de dignidad que le han enseñado, tiene que comportarse casi como el rey, pues tras él, es el personaje más importante de la corte, más incluso que su madre la reina, que está prácticamente siempre recluida en sus habitaciones en el ala de palacio reservada a las mujeres.

Hiramish aparece poco después que él, seguido de su criado, que trae un pesado cofre de madera de roble con cierres y herrajes de bronce y que deja a los pies del maestro, y tras un breve saludo, se retira.

 

Representación gráfica de los caracteres de la estela de Bensafrim, Lagos, Portugal, piedra arenisca con inscripción posiblemente tartésica, ca. s. VIII a. C., Museo Municipal de Figueira da Foz, Portugal. De User:Papix - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1084035

 

-Tengo entendido, señor, que conocéis el alfabeto de vuestra lengua y que podéis leerlo y escribirlo a la perfección.

-Me lo enseñó el escriba. Y el jefe de la guardia me ha instruido en el uso de la lanza, la espada, el arco y el cuchillo; a ser diestro con el caballo; y a orientarme de noche y de día en cualquier paraje del reino.

-Pues en eso, seréis vos quien tendrá que instruirme a mí, no conozco bien vuestras tierras, y nunca supe orientarme más que de noche, desde mi sala de estudio, en la observación de las estrellas. 

A Argantonio se le iluminan los ojos negros y le dice al maestro con pasión.

-Yo te mostraré cada rincón de nuestro hermoso y espléndido Tarschich, desde las marismas hasta las montañas, pasando por los bosques, los campos de cultivo y las minas de plata, hierro y cobre, así como los intrincados caminos que llevan hasta los bárbaros hombres del Norte. Te gustará. -Asegura, entusiasmado por la idea. Hiramish sonríe al ver la alegría del adolescente que ya sueña con los paseos a caballo.

-Antes de comenzar con esa tarea, deseo mostraros el alfabeto fenicio, que tendréis que aprender a utilizar tan correctamente como el vuestro. -El preceptor despliega un papiro en el que hay escritos unos caracteres en columnas y comienza a nombrarlos mientras los señala.

Se inicia así la ardua tarea de enseñar un nuevo idioma al joven, cuya tenacidad y orgullo le llevarán a soportar la parte más tediosa de sus estudios sin decir una sola palabra de queja.

Pero es inteligente y desea superar rápidamente las tareas más aburridas, así que pondrá más empeño del normal en aprender el alfabeto fenicio, y en sus habitaciones hace pruebas de lectura y escritura, una y otra vez, sin detenerse.

 

 

Estela de mármol con inscripción en alfabeto fenicio, ca. 362 - 312 a. C., Chipre, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York, EEUU.

https://www.metmuseum.org/art/collection/search/239897


 

Arguris, el criado, está extrañado.

-Mi señor ya no es mi señor. -Le dice a la criada que se encarga de preparar cada día la ropa y el baño del futuro rey. -No sabes lo que ha cambiado; cinco días enteros, cinco, lleva sin salir más que al jardín o a la azotea breves momentos, el resto se lo pasa con el maestro o estudiando tablillas y papiros en su aposento. Está aprendiendo el idioma fenicio. Así podrá dirigirse, cuando sea necesario, a los señores, mercaderes y sacerdotes de Gadir en su propia lengua, lo que hoy no puede hacer nuestro rey, y les pondrá freno si hace falta.

-¡Calla, Arguris! Un día te van a cortar la lengua, si no la cabeza. ¡Estás loco! Como te oiga la guardia o el mismo maestro, que es fenicio, no volverás a hablar. -Dice escandalizada la joven, más sensata y silenciosa que el charlatán Arguris.

-Pero, ¿Es o no es, así como te digo? El joven amo parece otro, más mayor.

-Sin duda. Será sabio y prudente como su padre, nuestro amado señor. -La esclava hace una reverencia al nombrar al monarca, tratando así de distanciarse del viejo.

Mientras el alumno estudia el idioma fenicio, Hiramish aprovecha para conocer la biblioteca que los reyes de Tarschich han ido acumulando en palacio.

-Habéis avanzado muchísimo, señor. -Le dice al ver los progresos del adolescente con el alfabeto que hasta hace poco desconocía. -Vuestra inteligencia y voluntad adelantarán el período de aprendizaje, así que comenzaremos también con el cálculo y a partir de esta noche, con la observación de las estrellas. Es novilunio y pueden verse de manera extraordinaria. ¿Querríais venir a tomar una colación a mis aposentos al anochecer? Melkartés, mi criado, nos acompañará, necesitamos algunos útiles.

-Ya deseo que venga el crepúsculo. Tal vez, Hiramish, podríamos hacerlo desde la azotea que utilizamos mi hermano y yo algunas horas del día. Se accede por unas escaleras que hay cerca de mi aposento. Mandaré a Arguris que ponga algunas teas encendidas y que ayude a vuestro criado. -Le explica sonriendo.

 

 

Azotea gaditana, óleo sobre lienzo, José Pérez Siguimboscum, Museo de Cádiz, https://www.museosdeandalucia.es/web/museodecadiz/obras-singulares/-/asset_publisher/GRnu6ntjtLfp/content/azotea-gaditana?inheritRedirect=true

 

-Es una gran idea, mi señor. Un poco antes del anochecer, cuando hayáis terminado vuestras obligaciones y el apetito comience a dar señales, venid a mis habitaciones para tomar un refrigerio, después subiremos a vuestra terraza con los dos criados.

Esa tarde estudiará con menos atención que impaciencia porque anochezca, y el maestro le enseñe el conocimiento de las estrellas.

La primavera está muy avanzada y las horas de luz han aumentado, la tarde va extendiendo sus tinieblas lentamente, cuando el futuro rey se dirige a las habitaciones del preceptor. Este sabía que la inquietud adelantaría su presencia a antes del oscurecer, y había pedido a su criado que sirviera algunos alimentos para obsequiar al príncipe. Melkartés puso a su alcance una doble bandeja de bronce con asas sujetas por un león corriendo majestuosamente. Había frutas, tortas de trigo y una jarra de leche agria.

Los dos criados quedaron fuera esperando a sus señores para subir a la azotea. Arguris deseaba sonsacar confidencias a Melkartés, y trataba de entablar conversación con él, pero el criado tirio era silencioso como los muros de palacio. A pesar de que todavía es casi un niño, ha aprendido de su amo el valor de la discreción. Arguris concluyó para sí:

-Es un necio que pudiendo utilizar su boca para hablar, no tiene la voluntad de hacerlo. Allá él, se pierde la posibilidad de enterarse de muchas cosas que este viejo podría contarle si se hiciera su amigo.

 

 

Bodegón de frutas, óleo sobre lienzo, ca. 1852, José María Corchón, Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

Maestro y alumno apenas hablaron mientras daban cuenta de la cena. Se hacía de noche, era llegado el momento de subir al terrado; Hiramish tomó cuidadosamente unos instrumentos de un arcón de madera y se los dio a su criado, después sacó unas tablillas y un papiro enrollado. Alumbrados por las antorchas que portaba Arguris, se encaminaron los cuatro a los apartamentos de los hijos del rey y por ellos accedieron a la escalera que subía hasta la azotea.

-¿Puedo ir con vosotros? -Interrumpió el pequeño Baelco, ante el enfado de Argantonio que lo consideraba un niño.

-¿Crees que puedes participar en las actividades de los mayores, cuando sólo conoces el alfabeto de nuestro idioma? -Le dijo el primogénito indignado.

-Quiero ver qué hacéis, para eso no hace falta leer ni saber escribir. -Contestó el menor dolido.

-Para observar correctamente las estrellas, es necesario leer nuestro idioma y haber aprendido también el alfabeto fenicio. Vete a dormir, a tu edad yo ya estaba en sueños.

El maestro disimuló la sonrisa que escapaba de sus labios y comenzaron a ascender por los tortuosos escalones.

 

 

Escalinata este, Apadana, del palacio de Persépolis, Irán, Darío I, 518 - 490 a. C.

Helya Mohyeddini Bonab

Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=73473193


 

Arriba, Arguris colocó las dos teas en sendos soportes, y la zona donde se encontraban quedó iluminada, allí dejó Melkartés los objetos de su señor.

-Vayamos hacia esa esquina de la azotea, lejos de la luz, señor, allí podremos comenzar nuestro reconocimiento. -Acodados sobre el pretil que la rodea, el maestro inició la búsqueda en el cielo negro tachonado de pequeñas luminarias. -¿Véis aquel grupo tan definido de siete estrellas parecido a un rectángulo con una prolongación de tres? Se ve todo el año girando en el Norte y guía a los navegantes en la noche, se llama Margidanna, a partir de ahí se pueden ir encontrando y conociendo las demás. Aquélla es Kaa, a su derecha Mubukeshda, que marca claramente el Norte, más abajo Ibilaemash… -Le enseña el sabio de lo aprendido con el mago caldeo.

El príncipe repite los nombres de las estrellas que el maestro le muestra y la referencia que la hace identificable para cualquier ocasión. Hiramish ha notado un movimiento fugaz en el jardín, le parece ver sombras que se mueven, pero como la noche es oscura prefiere no decir nada, puede ser una ofuscación de sus ojos tras la observación continuada del cielo. El joven mira extasiado el firmamento que le ha descubierto, comprueba en el papiro que puede identificarlas de nuevo y trata de memorizarlo.

De repente, sin saber cómo y violentamente, se les echan encima tres, cinco, hasta ocho amenazadores guardias de palacio armados de lanzas. Arguris, que es rápido en entender lo que sucede, grita a pleno pulmón.

-¡Estáis atacando a nuestro señor Argantonio! ¿Habéis enloquecido? ¡Atrás!, ¿Quién os ha mandado tal cosa? ¡No reconocéis al príncipe Argantonio, a su maestro y a sus humildes servidores! ¿Acaso la luz de las teas no es suficiente para identificarle?

En la barahúnda y el desorden, los guardias, sorprendidos, tratan de ver al joven príncipe. Aturdidos por la situación bajan las armas y le hacen una reverencia general. Inmediatamente el jefe de la guardia acude a la azotea. Se muestra indignado y se dirige al criado principal del futuro rey.

 

 

Bajorrelieve con guardias medos y persas, palacio de Persépolis, Darío I, Irán.

De Diego Delso, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=52068396


 

-¡Eres un necio, Arguris!, en noche cerrada subir con teas encendidas a la azotea de los príncipes y no anunciarlo previamente a la guardia nocturna. El monarca tendrá cumplida información de lo que ha pasado y decidirá cuántos azotes de castigo mereces por esta falta. Tu cabeza ya no rige bien, tal vez aconseje a mi hermano el rey, que te la corte, para ejemplo de viejos imprudentes.

Argantonio es demasiado joven para reaccionar, pero en sus ojos se aprecia un punto de desacuerdo y Hiramish se adelanta a su alumno. Mira de frente y con gravedad al jefe de la guardia.

-No debéis apresuraros en vuestro juicio. Las espaldas de Arguris no tienen que pagar por una culpa que no es suya. En todo caso, yo, el maestro del príncipe, soy el responsable de estar aquí esta noche. Yo, por traerle a estudiar las estrellas mientras los demás duermen, sin tener en cuenta a los que vigilan; yo, por ignorar que la guardia podía pensar, que eran unos intrusos los que se mostraban claramente en la azotea, con teas encendidas durante un buen rato. Tenedlo en cuenta cuando informéis al rey, y no comencéis culpando al bueno de Arguris, que no ha hecho más que seguir mis órdenes.

El jefe de la guardia observa asombrado al maestro fenicio, del que todos hablan, pero al que no ha tenido ocasión de tratar.

-¿Cómo podéis interceder por un criado viejo, y en contra de las costumbres tarschenas tomar la culpa de un inferior? Vos sabréis los que hacéis, maestro, pero entre nosotros, vos no podéis ser azotado, Arguris tiene que ocupar ese lugar. Él lo sabe desde que tiene raciocinio, y es un honor para él. Yo cumpliré con mi cometido, vos haced lo que queráis. -Le respondió visiblemente enojado, y se marchó rápidamente con sus hombres por la escalera.

Parte del servicio que vive en el palacio ha acudido a ver lo que ocurría. En la noche hay murmullos susurrados y ruidos quedos para no despertar a los que todavía duermen. Un rato después, el silencio ha vuelto a adueñarse de las estancias.

Hubo una oleada de comentarios y murmuraciones. Todos, desde el ala de las mujeres hasta en las cocinas, pasando por los consejeros del rey, hablaron de lo sucedido. Pero el monarca prefirió ignorar un acontecimiento que no sabía cómo resolver.

Argantonio aprendió aquella noche algo mucho más importante, que buena parte de las estrellas que quedaron grabadas para siempre en su memoria. El sentido de la justicia que Hiramish había defendido delante de su tío, el jefe de la guardia, le hizo dudar de la validez de algunas de sus costumbres.


Argantonio. El hombre de la sonrisa de plata. 1

  Son dos de mis más queridas referencias. Nací en Cádiz al lado del Atlántico, y el Guadalquivir está jalonado de hermosas alh...